SURA SEXAGÉSIMO SEXTA.
Mirarán
al que atravesaron. Alzado en el aire está para su escarnio y mío, expuesto a
las miradas resentidas que odian la dicha de quienes aman y son correspondidos.
Vedlo ahí, alzado en el madero, sin entender muy bien por qué ese ensañamiento
con su cuerpo desnudo, exhibido para escarmiento de no se sabe quiénes. No hay
ningún motivo ni causa alguna que justifique tamaña agresión, ni tampoco razón
en que argumentar el ensañamiento con el pacífico. Mas, ay de aquel que gastó
su crueldad con el cuerpo exhibido manifiestamente en desamparo y se envileció
hasta rebajarse al nivel de las bestias enloquecidas!
Tejió
para mí una guirnalda con el color y el aroma de las flores en primavera. Vino
hasta mí y la colocó alrededor del blanco cuello reclinado. ¡Y qué hermosa se
veía, pues deslumbraba al sol y ante los ojos de quienes la admiraban! De ese
modo, me tomó de las manos e iniciamos la danza. En sus brazos me conducía y yo
me abandonaba y me dejaba hacer al ritmo de la música. Allí me percaté del
zafiro de sus ojos marinos, de las turquesas que irradiaban luz, mientras me
transportaba en ellos como en una barcaza en que remaban sus brazos vigorosos,
tal los de un titán.
SURA SEXAGÉSIMO OCTAVA.
Me
he quedado solo frente a la tormenta y me he sorprendido a mí mismo luchando
contra ella. En el fragor de la batalla, te llamé y acudiste; aunque yo no te
viera; pues que sobreviví a su ímpetu devastador. Ella me envolvió en su
vorágine y vine a dar sobre la arena de la playa, empujado por las olas. Ignoro
con qué fin urdiste mi naufragio ni con qué otro fin mi salvamento. Sólo sé que
deambulo por la arena y que las huellas de mis pies descalzos van quedando
impresas sobre ella.
Si
el hombre pudiera al menos vislumbrar para qué su vida, con qué sentido viene o
qué objeto tiene su llegada a este mundo. Cuesta trabajo creer que todo sea por
el azar, esa rueda de la fortuna que gira y gira sin detenerse hasta que te
toca el turno y se repliega para enlazarse en el rescate de todos los que no
existen y aguardan con impaciencia su oportunidad. Estaría en nuestra mano,
entonces, conceder u otorgar la vida, cuando según parece, no somos sino meros
intermediarios en la concesión de la misma.
SURA SEPTUAGÉSIMA.
Vendado,
que me has vendido. Ay, corazón, cómo me has entregado a la afilada lengua y al
gentío. Yo he salido a las calles a buscarte, a pesar del escándalo de las
gentes que murmuran y he arrastrado mi nombre por honor al tuyo. No he reparado
en mi fama por el amor de mi alma y la pasión que me domina. Si tú me hubieras
dejado curar las llagas de tus manos y yo hubiera besado las plantas de tus
pies donde las clavos fueron… Si yo hubiera acudido al sepulcro y hubiera visto
el rodar de la piedra que cubre su entrada, te estaría aclamando aunque
peligrara, ciertamente, mi vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario