jueves, 28 de octubre de 2021

EL BUSCADOR DE PERLAS.

 





Algunos se conforman con nadar esforzadamente en superficie y son admirados por quienes, desde la arena de la playa, los avistan y siguen con la mirada. Así también quienes navegan sobre sus tablas de surf o practican esquí acuático, movidos por el afán de sentir su rostro contra el viento, la velocidad y el vértigo, la adrenalina que los impulsa; sintiéndose envidiados y admirados por quienes miran. Pero hay también quienes, habiendo gustado de la hermosura de las profundidades, de las criaturas irisadas que las habitan, de las algas marinas y las islas de coral magnífico que yacen sumergidas en ellas, no desean otra cosa que descender buceando hasta contemplarlas de frente, admirarlas y referir luego a sus más íntimos, no sin atropello y dificultad, entusiásticamente, las beldades que pudieron avistar en la soledad y el silencio de las profundidades. 






El buscador de perlas era de estos últimos, hablaba atropelladamente y no revelaba a nadie el lugar secreto en donde hallar las grandes conchas marinas, los bivalvos que se abrían y se cerraban ante sus ojos maravillados por la blancura cegadora de las perlas de nácar, con las que tejía collares para las más bellas de entre las sirenas de cabello ondulado.


                                                                            José Antonio Sáez Fernández.


viernes, 15 de octubre de 2021

FELICIDAD Y REDES SOCIALES.

 


Parece que en la sociedad del bienestar hemos descubierto de pronto la desazón existencial, que ha de ser algo así como el desacuerdo entre intentar demostrar exteriormente lo felices que somos y lo que en realidad sentimos por dentro y a solas: algo inconfesable. La monotonía diaria en extenuantes jornadas laborales que apenas nos dejan tiempo para compartir con las personas que de verdad nos importan, a cambio de un fin de semana o un puente que intentamos exprimir con la avaricia de quien los sabe efímeros, como todo en la vida. Y no paramos de huir, incluso hasta de nosotros mismos. Nos ronda el miedo a quedarnos solos, el terror a que pase el tiempo y nos preguntemos si hemos vivido la vida de acuerdo a nuestras aspiraciones. Mejor no plantearse cuestiones profundas que no llevan a ninguna parte, que no solucionan nada y no provocan sino amargura, frustración e infelicidad; las cuales constituyen tabúes en una sociedad nacida para la alegría perpetua, el jolgorio continuo, la fiesta total que ha de quedar reflejada convenientemente para la historia y los demás en las redes sociales o ha de ser devorada por el guasap.



Pero la vida no suele ser como se muestra en las redes sociales y las personas, que aspiran legítimamente a ser felices, saben por sí mismas que gran parte de lo que difundimos de nosotros y nuestra vida es pura apariencia, pura superficialidad, si no pura hipocresía. Vivimos hacia fuera, para que los demás nos vean y nos importa más que los otros verifiquen lo felices que somos que, en realidad, ser verdaderamente felices. Seres en superficie, pues, no en inmersión; tragando aire para respirar por las branquias que les nacen de los hombros o en pecho. Hay gentes, que se dedican a manipular ideológicamente las redes sociales y captan incautos que difunden sus mensajes envenenados, los cuales muestran la gran mentira que subyace bajo la apariencia del pastelito envenenado. Más tarde o más tempranos esos mensajes y quienes los difunden quedan al descubierto, con las vergüenzas al aire y bajo el gesto de asombro de los confiados.



Pedir hoy autenticidad y verdad en nuestras vidas es pedir demasiado. Pedir pensamiento y reflexión para evitar la manipulación, una imposible empresa. Estamos, como siempre estuvimos, a merced del gran capital y las ideologías que planean y diseñan nuestra vida. Al arbitrio del postureo, como suelen decir los jóvenes.

                                                            José Antonio Sáez Fernández.