Parece
que en la sociedad del bienestar hemos descubierto de pronto la desazón
existencial, que ha de ser algo así como el desacuerdo entre intentar demostrar
exteriormente lo felices que somos y lo que en realidad sentimos por dentro y a
solas: algo inconfesable. La monotonía diaria en extenuantes jornadas laborales
que apenas nos dejan tiempo para compartir con las personas que de verdad nos
importan, a cambio de un fin de semana o un puente que intentamos exprimir con
la avaricia de quien los sabe efímeros, como todo en la vida. Y no paramos de
huir, incluso hasta de nosotros mismos. Nos ronda el miedo a quedarnos solos,
el terror a que pase el tiempo y nos preguntemos si hemos vivido la vida
de acuerdo a nuestras aspiraciones. Mejor no plantearse cuestiones profundas
que no llevan a ninguna parte, que no solucionan nada y no provocan sino amargura,
frustración e infelicidad; las cuales constituyen tabúes en una sociedad nacida
para la alegría perpetua, el jolgorio continuo, la fiesta total que ha de
quedar reflejada convenientemente para la historia y los demás en las redes
sociales o ha de ser devorada por el guasap.
Pero
la vida no suele ser como se muestra en las redes sociales y las personas, que
aspiran legítimamente a ser felices, saben por sí mismas que gran parte de lo
que difundimos de nosotros y nuestra vida es pura apariencia, pura
superficialidad, si no pura hipocresía. Vivimos hacia fuera, para que los demás
nos vean y nos importa más que los otros verifiquen lo felices que somos que,
en realidad, ser verdaderamente felices. Seres en superficie, pues, no en
inmersión; tragando aire para respirar por las branquias que les nacen de los
hombros o en pecho. Hay gentes, que se dedican a manipular ideológicamente las
redes sociales y captan incautos que difunden sus mensajes envenenados, los
cuales muestran la gran mentira que subyace bajo la apariencia del pastelito
envenenado. Más tarde o más tempranos esos mensajes y quienes los difunden
quedan al descubierto, con las vergüenzas al aire y bajo el gesto de asombro de
los confiados.
Pedir
hoy autenticidad y verdad en nuestras vidas es pedir demasiado. Pedir
pensamiento y reflexión para evitar la manipulación, una imposible empresa.
Estamos, como siempre estuvimos, a merced del gran capital y las ideologías que planean y diseñan nuestra vida. Al arbitrio del postureo, como suelen decir los jóvenes.
José Antonio Sáez Fernández.
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