viernes, 17 de septiembre de 2021

OJOS AL ACECHO.






¿Qué decir de los ojos? Y a partir de ellos, ¿Qué de la contemplación? Abiertos hacia a luz e imprescindibles para ponernos en contacto con el mundo, para abrirnos a la belleza de la creación y a las relaciones con nuestros semejantes. Desplegamos la mirada como quien se eterniza sobre las brasas y hacemos nuestro su conjuro acogedor que conduce al alma. Dejamos ir a nuestros ojos, siempre están escapando y ay de nosotros si no los retuviéramos. Así el niño que gatea y solo ambiciona escapar de la mano que lo sujeta. Ellos van como si caminaran por libre, ajenos al cuerpo que les da cobijo. ¡Qué son los ojos sino alas de pájaro, las alas del águila o las del halcón! Se nos van los ojos como se van los hijos en la madurez vital, sin que podamos ni debamos retenerlos. Van en la libertad del aire, hacia ninguna parte, hasta dar con la diana que los subyuga, que los atrae, que los atrapa. Los ojos no ven tope ni restricción alguna en su vuelo sobre el azul, aunque se ven limitados en la noche porque están hechos para la luz.



Mas he aquí que aun siendo la vista uno de los cinco sentidos, puede también quebrarse, malinterpretar lo atrapado y confundirnos; si no caer en la desmesura y ambicionar los límites de su contingencia física. “Si tu ojo te escandaliza, arráncatelo y tíralo; porque más te vale que se pierda uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno” (Mateo 5, 29) –dijo el Maestro. 

Para llegar al centro de ti mismo es necesario que atravieses por "el no ver", porque ese es el camino que conduce a la luz. No se llega a la aurora sin pasar por la noche, a ser posible cerrada, que no estrellada. En "el no ver" está la pista que lleva al secreto mejor guardado; esto es: tu unión con la deidad o con el universo del que formas parte, si así lo deseas.




 Es la plena oscuridad lo que te propulsa hacia la visión completa. ¡Qué pocos persisten en ese sendero! ¡Y cuántos abandonan en la búsqueda! El logro es de quienes perseveran. Pero no superas esa oscuridad infinita sino por concesión de una gracia que te es ajena: limitadas son las capacidades humanas que quedan muy atrás, abandonadas en el camino. De la oscuridad no sales por méritos propios, sino por los ojos que te miran y te aguardan al otro lado de tu misma contingencia. Feliz quien se abandona al río que nos permite fluir hacia lo ignoto y, entrando en un territorio inexplorado, se sabe a salvo en los brazos que lo acogen magníficos.


                                                                      José Antonio Sáez Fernández.





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