miércoles, 24 de diciembre de 2014

"SALIDA DE EMERGENCIA", DE MANUEL MOYA.


   Varios son los libros que el escritor onubense Manuel Moya (Fuenteheridos, Huelva, 1960) ha sacado a lo largo de este año 2014, entre relato y poesía. En ambos géneros ha demostrado una vez más su amplio dominio de las técnicas de la escritura y sus innegables dotes como escritor de sobrado talento, reconocido con premios de relieve en el panorama de las letras hispanas. Su perfecto e innovador castellano, destaca por la propiedad con que es utilizado, tanto en sus registros cultos como en las hablas jergales , marginales y coloquiales.Viene esto a cuento porque acaba de salir en la editorial sevillana La Isla de Siltolá el último de sus libros de poesía, el cual lleva por título Salida de emergencia
   A primera vista es obra que parece estar en deuda con la poesía de Luis Rosales, aquella con que el granadino pudo realizar su aportación más personal y novedosa a la poesía española de posguerra, a través de sus libros La casa encendida (1949), cuya edición definitiva se publicaría en 1967; y Rimas (1951). El libro de Manuel Moya debe más al primero que al segundo, pues La casa encendida es un poema-libro escrito en verso libre y sin estrofas, donde Rosales entremezcla lirismo y narración, existencialismo e imaginación, racionalidad e irracionalidad, dando inicio a una nueva poética personal que incorpora recursos de César Vallejo y de Antonio Machado:

   "Como el náufrago metódico que contase las olas/ que le bastan para morir,/ y las contase, y las volviese a contar, para evitar/ errores,/ hasta la última,/ hasta aquella que tiene la estatura de un niño, y/ le besa y le cubre la frente,/ así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo/ de cartón en el baño,/ sabiendo que jamás me he equivocado en nada,/ sino en las cosas que yo más quería" (Luis Rosales, Rimas, 1951).

   Del poema citado hace uso Manuel Moya en su largo discurso lírico, tal si fuera una extensa letanía versal o una tela urdida con fragmentos mínimamente unidos o enlazados por una suerte de lógica ilógica, la cual viene a estar representada por el llamado flujo de conciencia, recurso muy utilizado en nuestra narrativa ya desde el pasado siglo. Haciendo uso del mismo, el poeta deja fluir su pensamiento inconsciente y a la vez su conciencia en aparente libertad. Y digo en "libertad aparente" porque todo aquí está medido y bien medido, meditado y bien meditado como corresponde a un poeta riguroso que sabe bien lo que hace. El libro se convierte así en una especie de examen de conciencia y en un proceso de consciencia, pues supone una catarsis que algo tiene que ver con el psicoanálisis y la confesión más o menos deliberada, a través de la cual el poeta vuelca su ser y estar en el mundo sobre la realidad y sobre las emociones, a la vez que toma conciencia de las cosas que le rodean. Se trata, en ocasiones, de hacer consciente lo inconsciente, de dejar fluir el pensamiento para que aflore aquello que produce desazón interior, dolor de ser y de existir. Y ello porque vivir es dolerse.

    Salida de emergencia es, din duda, un título revelador. En ese proceso interior de búsqueda se intenta encontrar respuestas satisfactorias que permitan orientarse al poeta en un mundo a la deriva y para el hombre deshabitado que anda en continuo tropiezo y con serias dificultades a causa del "desorden" de ese mismo mundo. Ese y no otro parece ser el signo de la literatura más comprometida con el ser humano a raíz de las dos guerras mundiales, el anuncio de "la muerte de Dios" por parte del filósofo alemán Nietzsche (muerto de Dios, el hombre queda en orfandad absoluta, sin referencias morales y se convierte en una suerte de Parricida errante que hace del desasosiego su seña de identidad), así como de la llegada del Existencialismo con Sartre. Toda la obra de Manuel Moya, y también este libro, es expresión de un serio compromiso con el ser humano y su dignidad.
   

   Así este largo poema-río que fluye a lo largo de más diez años en que se ha visto sometido a reelaboración, pues el poeta de Fuenteheridos no da una obra por concluida aunque se encuentre publicada ya, tal y como le pasaba a Juan Ramón Jiménez, quien sometía a su obra a una continua revisión motivada por una especie de insatisfacción personal en lo logrado. El fluir temporal, la evolución y la maduración de sentimientos y emociones, de pensamientos y reflexiones se hacen notar aquí y el lector no deja de tener la sensación de que se encuentra ante el proceso de una obra en marcha, ante una persecución constante de lo inefable humano.



                                      José Antonio Sáez Fernández.






domingo, 21 de diciembre de 2014

EL SUEÑO DE LA NIEVE.








Aquel hombre no podía oír hablar de la navidad. Se proclamaba ateo y repetía machaconamente que la navidad era un invento de los grandes almacenes, los cuales venían a hacer su agosto durante unas semanas. Se indignaba ante quien defendía la postura contraria, tal su amigo proclamando las bondades que para él representaban los días navideños. Lo cierto es que salían ambos a las calles y podían ver los letreros luminosos en los que se deseaba a los viandantes paz y felicidad. Las gentes que paseaban parecían lucir otro semblante, más alegre y animado que de costumbre y se paraban en las aceras para saludarse y conversar sin prisas. La atmósfera que se respiraba era, en verdad, otra. Algo bullía en el corazón y en la mente de quienes se apresuraban al reencuentro de los suyos, tras largos meses de ausencia.

Pero también se veía a los vagabundos pedir por las esquinas al frío helado del atardecer y en la oscuridad prematura del invierno, envueltos en cartones e intentado conciliar el sueño al calor del cartón de vino que habían ingerido sin otra cosa que llevarse a la boca. No duraban demasiado las migajas de su gloria porque a no tardar, las parejas de la policía municipal los levantaban de rincones, aceras y cobertizos y los conducían a un albergue donde pasar la noche, la cual se presentaba gélida. En las últimas fechas eran varios los mendigos que habían fallecido por la temperatura glacial alcanzada durante las horas de la noche. 

Algunos solitarios cruzaban las aceras como sonámbulos y buscaban en los escaparates el bullicio y el ajetreo que en su deshabitada vivienda no poseían. Se lleva mal la soledad en estos días, sobre todo cuando en otro tiempo hubo niños que corrían por las habitaciones y gentes que charlaban o se reían al calor de las ocurrencias de unos y de otros con tan buen humor.

Con mayor laceración se veía la situación de los encarcelados, de los enfermos en los hospitales, de los moribundos y de los agonizantes, de los pobres de solemnidad. Aún meditando en ello, dieron con los ojos asombrados de unos niños que contemplaban el majestuoso árbol iluminado de la plaza y corrían, luego, en derredor de él. Y se dijeron entonces que la navidad son los ojos iluminados de los niños y que navidad es recuentro y es siempre esperanza porque apela a lo mejor de los corazones dormidos de los hombres. Navidad es natividad y es nacimiento y los niños vienen siempre, al decir de las gentes, con un pan bajo el brazo.




                                                                           José Antonio Sáez Fernández.

jueves, 4 de diciembre de 2014

TANGO DEL DESALMADO.





- Dime, tú que portas con tan pesada carga y nada llevas contigo: ¿eres, por ventura, aquél de quien dicen las gentes va sin rumbo fijo, como el sonámbulo que se levanta en medio de la noche y echa a andar por los pasillos de la casa en sombras, dirigiéndose luego hacia la puerta tal si quisiera escapar de sí mismo? ¿De qué pretendes huir, a dónde refugiarte si todas las salidas están vigiladas por los soldados de tan implacable soberana como es esa a la que no deseas nombrar?
-Yo, señor, soy el loco que pasa ante vuestra puerta, y soy el refugiado que no encuentra asilo. Ved estos jirones que me sirven por ropas y las sandalias desvaídas que cubren mis pies doloridos sobre los que descansa el polvo de todos los caminos. Mirad mis manos renegridas, surcadas por las venas y encallecidas, las arrugas que cruzan mi rostro atormentado... Soy el que va de paso, el que no se detiene sino para calmar la sed y humedecer sus labios resecos, el desalmado desprovisto de espíritu que no encuentra cobijo ni guarida alguna en donde ocultar su pena. No conozco mi nombre ni cuál fuera mi patria de origen, pues soy el desterrado cuya condena es errar por los caminos inacabables de la tierra, el perdido en el laberinto y nunca hallado. Hace ya demasiado tiempo, dejé la casa de mi padre y me lancé por vías y veredas. No me miréis, porque el pudor me invade y siento vergüenza de mí mismo.
- Mandaré a mis criados que laven tu cuerpo entumecido, ordenaré que te unjan con perfumes y que cubran tus vergüenzas con telas suaves al tacto y, más tarde, te sentarás a mi mesa y me contarás cuanto te acaeció por los caminos de las naciones que recorriste, de qué portentos fuiste testigo, qué tesoros se encuentran en ellas y cómo vestían allí los grandes señores, los visires y embajadores que llegan a esos reinos y cómo son las mujeres que endulzan la brevedad de sus días. Mira que es mi deseo alojarte en mi casa, viajero que vas de paso y no eres sino sombra.
- Sea larga tu vida y pródigo el cielo que nos cubre contigo y con los tuyos. Numerosos sean los corderos de tus ganados y las racimos de tus vides den el ciento por uno, como las espigas de tus sembrados. Corra el vino por las copas de tus invitados y sáciense sus estómagos con los manjares únicos de tu mesa regalada. Corra el agua por tus tierras y crezca la hierba que ha de servir de alimento a tu ganado. Dente tus esposas hijos innumerables y sea tu casa nombrada con fama sin igual en los confines del orbe. Que los cielos te cubran de ventura, pues te apiadaste de mí, diste consuelo al que no tiene alma y anda tras ella con gran desasosiego. Porque mandaste que lavaran los surcos de mis lágrimas y entre las paredes de tu casa encontré calor y cobijo que aliviaron mi pena inacabable.


                                                                                        José Antonio Sáez Fernández.


sábado, 22 de noviembre de 2014

EN LOS DÍAS PREVIOS.




   He ahí al hombre desahuciado, piltrafa humana, pobre cristo roto, indefenso y entregado a voluntad de otros hombres sin alma, desalmados. No hay compasión en quien tortura, maltrata, hiere o mata a un semejante. No hay entrañas ni, por supuesto, misericordia alguna. Quien pide compasión bajo las botas de los militares no es otro que el soldado que cayó preso en la batalla y es torturado ahora bajo la mirada feroz de sus captores. Quien llora con tamaño desconsuelo no es otro que el niño hambriento al final de la jornada y son también las lágrimas de su madre, cuyos pechos se han secado. Pero el llanto de la madre no se escucha, sólo resbala lentamente por el rostro consumido donde han hecho mella el sufrimiento y las penalidades. Llora Dios por los ojos del niño y llora por las lágrimas calladas de la madre de pechos resecos.

   En aquella esquina del mundo los jóvenes conquistan la colina. En aquella otra esquina, hay hombres que intentan dominar el espacio y lanzan su cohete más allá de las nubes, en busca de planetas deshabitados. En esta otra esquina de tu ciudad hay seres humanos durmiendo al raso en la noche glacial del invierno inclemente. Yacen entre cartones, sobre el suelo, arrebujados y al calor del alcohol barato. Un poco más allá, en la casa sin luz, padres e hijos duermen apretujados para quitarse el frío. Les cortaron la electricidad. En la misma acera, el piso que fue desahuciado por el banco está vacío. La anciana que lo habitaba fue acogida en un asilo. Si continúas, irás a parar a la casa donde los niños no tendrán regalos esta navidad, pues sus padres no tienen trabajo desde hace tres años y sobreviven de milagro...

   En otro barrio, cuyas calles se encuentran profusamente iluminadas, verás a señoras muy bien maquilladas con abrigos de pieles, asidas del brazo de galantes caballeros que las acompañan. ¡Qué bonito aquel árbol, primorosamente decorado de adornos navideños que relampaguean y hacen felices los corazones anhelantes de los niños! Los grandes almacenes con sus puertas abiertas como bocas feroces tragándose a clientes o vomitando a los ya satisfechos. Las campanas doblando en las iglesias cercanas. La gente deseándose una felicidad estereotipada al cruzarse en la calle. Salen del trabajo apresuradamente para ir a las tiendas o de las cafeterías donde resulta agradable la temperatura. Algunos establecimientos hacen constar claramente al público en sus avisos el derecho de admisión. Faltaría más... 

   Dios sigue teniendo hambre, sigue teniendo frío, sigue muriendo de hambre y de frío en los corazones aletargados de los seres humanos que miran impasibles cómo sus semejantes mueren de hambre y de frío, o hacen su particular viacrucis, su camino del calvario ante la mirada indiferente de los otros.


                                                                       José Antonio Sáez Fernández. 

lunes, 17 de noviembre de 2014

NUEVOS GOZOS DE NUESTRA SEÑORA DEL SALIENTE (I).


   Va el águila sobrevolando los pinares de las elevadas cumbres allá en la sierra, en busca de la liebre veloz o la alimaña. Extendidas sus alas en el aire, se deja llevar por las corrientes en que planea y vuelve a ascender para posarse luego en las ramas más altas del pinar umbrío. Nadie con mayor majestad remontándose en el azul más claro. Nadie con tan alta galanura y prestancia. Reina de la ascensión en Las Estancias, vigor que baja desde el cielo hasta el suelo: ésa eres tú, vigía del puerto escondido, centinela del paso abrigado entre montes soberbios por donde discurre oculta, fértil y fecunda el agua de las cumbres, descendiendo hacia el valle que verdea y es alivio para los ojos que anhelan la visión de tu rostro y las almas que la codician en su seno. ¡Déjanos ver tu rostro! Asómate a la vista de nuestros ojos arrasados de lágrimas. Muéstranos la cara que embozas tras el manto, oh prisma de diamante…

   Va la calandria surcando el aire, y va la alondra, y van con ellas los gorriones humildes al amanecer vistiendo con su ajetreo de trinos los alrededores de la ermita que yace en el sopor de los silencios. Quiebran ellos la quietud y visten la mañana fría de alegres tonos encendidos, tan dulces para el oído de la Señora que sonríe y los bendice como a sencillas criaturas que cortejan el cristal del aire. Ella los deja ir, pues la celebran, y se pierden de nuevo en el espacio azul que se hace sumamente diáfano en su transparencia.

   Van las almas de los desamparados a encontrarse con ella, y van los cuerpos de los tullidos, y las lágrimas de los huérfanos, pues Madre de los Desamparados es, la más recogida y chiquita, filigrana de perfección esculpida por celeste tallista, un arcángel sin duda de manos adiestradas que fabricaron la maravilla en la mujer revestida de sol que es en cinta. Suben o ascienden las almas hasta ella, necesitadas de consuelo o agobiadas por el peso de la cruz diaria. Suben los marginados, suben los de manos ajadas y sudores cumplidos, suben los descalzos y los de pies sucios, los de ropas gastadas, los de gargantas resecas por el polvo del camino que serpea y asciende hasta la ermita. Suben para encontrarse cara a cara con Ella, que no es criatura de este mundo sino criatura celeste. Vedla allí en su camarín, con el manto inflado por el viento que empuja, los ángeles flanqueando los lados, horrendo el diablo a sus pies, vencido… Madera de sabina usó el escultor para esculpir su talla, de ello hace tres siglos. Y allí permanece en la quietud orante para quedarse con nosotros en este valle de lágrimas: el de los afligidos hijos de Eva.



   
   Vienen. Van llegando. Ya llegan. Se sacuden el polvo del camino y se escuchan suspiros por el logro alcanzado, la cima conseguida del Roel mayestático, balcón que da hacia el valle que serpea en lo hondo. Es el valle un vals o una sinfonía de cadencias a vista de los pájaros que vienen a posarse en los almendros, en los feraces huertecillos de frutales y olivos, así como en el número reducido de las encinas que un día hubieron de poblar la sierra. Alguien bailaba un vals cuando diseñó este valle del Saliente, si austero en su humildad, recoleto y alegre en su pobreza. Pareciera una boca que sonríe con la sonrisa de los bienaventurados, nunca estridente, sobria o apenas esbozada.


                                                                              José Antonio Sáez Fernández.

domingo, 16 de noviembre de 2014

EL NEOMODERNISMO DE JOSÉ LUPIÁÑEZ.




Pocos poetas andaluces se hallan tan arraigados en la estela del Modernismo como José Lupiáñez (La Línea, Cádiz, 1955). Pocos como él han asimilado de manera tan natural, consustancial a la vida misma y a su personalidad, la herencia modernista. Tras una dilatada trayectoria poética, el poeta y académico de la Academia de Buenas Letras de Granada nos regala en esta ocasión con un poemario plural y, sin duda, diverso en su conjunto. Se trata de Pasiones y penumbras, publicado por ediciones Carena de Barcelona.


En la primera parte del libro, "Labios silvestres", tras el preludio "Alguien me llama", se integran un conjunto de sonetos, en su mayoría en alejandrinos, de honda raigambre modernista en la senda de Rubén Darío, que vienen a reincidir en los temas que han dotado de personalidad y elegancia la obra poética de Lupiáñez. Así el amor, el erotismo, el destino, los recuerdos, el mar, el paso del tiempo o el desencanto, por citar algunos. Su palabra poética, tal y como nos tiene acostumbrados este poeta, deslumbra con la brillantez del diamante pulido, resaltando en ella su sonoridad, su provocación y la singularidad de sus acepciones en el caleidoscopio de un vocabulario tan bien medido como sabiamente elegido.

En la segunda parte, son nuevamente doce sonetos los que componen el calendario de los meses del año, los cuales dan título a los textos y en los que usa el endecasílabo y alejandrino, casi por igual. Aunque en ellos predomina la consciencia del paso del tiempo, no están ausentes tampoco aquí la nostalgia, la caducidad y el sentimiento de continua pérdida de cuanto vamos dejando atrás en el camino de la vida. No en vano, José Lupiáñez es un gran poeta elegíaco y como tal, un poeta que hace de la melancolía y la nostalgia sustento de buena parte de su obra poética.

Ya en el extenso poema titulado, "Sobre las aguas", hay un vuelco notable en el libro, pues los nuevos poemas que se integran aquí tienen otro aire muy distinto en la forma y en el léxico, quizá no tanto en los temas en los que persevera: el amor, la soledad y la nostalgia. El poeta es ahora más libre en las formas y más ligero y efectivo en el decir, más directo si así se quiere. Esta línea puede verse en los textos que se integran en "Penumbras", donde Lupiáñez hace un alarde de madurez poética y sentimental al mostrarse asistido por esa rara lucidez que le proporciona la palabra poética y en la que se adentra como en un anhelo espiritual profundo. Y ese anhelo de trascendencia campea por los poemas de "A oscuras y en secreto", título de evidente aliento místico. Ahora el poeta parece consciente de los límites del lenguaje y del lenguaje como experiencia de los límites, que diríamos parafraseando a José Ángel Valente. Conviven aquí retazos de la memoria con instantes vividos y ambiciones solidarias de denuncia. En su mayoría son formas de recuperar lo perdido, de traer al presente fragmentos de un pasado gozoso que nos fuera arrebatado, memoria de lo efímero.

"La canción del hereje" es un extenso poema en alejandrinos que cierra el libro. Se trata de un texto elegíaco, de honda raíz romántica (pues no en vano nos trae, en ocasiones, el aliento de Espronceda), que intenta hacer balance del sentir de una vida, así como de dejar constancia de la finitud temporal en que se halla inmerso el poeta. No en vano suena a despedida: ""Adiós a cuantos fuisteis marineros conmigo,/ cuando la mar nos daba con su furia en el rostro./ ¿Para qué la nostalgia? ¿Acaso fuimos libres?/ Adiós, nuestro navío se ha perdido en la noche;/ el puerto queda lejos y nadie nos aguarda" (p. 101).

Quien suscribe estas líneas considera que José Lupiáñez es, sin duda, una voz esencial dentro de la generación de poetas que, tras el franquismo, vino a traer la democracia y este libro bien puede certificarlo.


                                                                           José Antonio Sáez Fernández.

sábado, 8 de noviembre de 2014

NINFA DEL BOSQUE.





Si bajaras por el camino de los tilos dorados, si te adentraras en el bosque de choperas que se encuentra ubicado a la orilla del río, te esconderías quizá entre los árboles esquivos, recubiertos de hojas en primavera, y yo iría tras tu perfume como el sabueso va tras el olor de la tímida presa que oculta su respiración ajetreada, medrosa por no ser descubierta. Si guardaras tu presencia, iría tras de ti y en pos tuyo hasta dar con tu pista, pieza reclamada por el sol que va dejando huellas allí por donde pasas, rehén atesorado por árboles altivos, cobijada bajo sus copas soberbias y las trenzadas ramas febriles, entre cuyo verdor celan la esmeralda más clara, el rubí venturoso sin par de tu hermosura. Dime, límpido rostro por mí tan pretendido, ¿dónde hallar esas ropas dulcemente posadas sobre la hierba que crece alrededor del lago en donde refrescas el  venturoso espejo de tu cuerpo desnudo, entregado a las aguas que verdean? ¿Y hacia dónde mirar que no te viera, águila de blasón más codiciada?

Ve así que doy con tus ropas y, despojándome de las mías, me adentro en las ondas apacibles que, distendidas, me empujan hacia ti, cuerpo que me deslumbra, diamante que ciega los ojos osados que cayeron en la desmesura de mirarte. Pues eres objeto codiciado por la muerte y yo he defender la vida que me diste. Va hacia ti el desarmado, el desprovisto de casco, escudo y también de coraza; el inerme que no aguarda otro dolor que el que le ha de dejar tu ausencia; tú, la ya lejana y siempre en mí presente. Mírame y dame a rozar tus dedos que se deslizan como peces furtivos en los míos, la inaprensible ya, la intangible presencia, el íntimo dolor para mi desconsuelo. Ninfa del bosque alada que hace sonar sus alas invisibles al roce del aire entretenido en su cortejo, ¿vieras, quizá, al que pasó buscándote en gran desasosiego, con lacerante angustia, ya presa de tu anhelo? Dieras en tu capricho con aquel que anduvo perdido y languidece, herido de tu herida, tal vez por si quisieras salir hacia su encuentro, discreta y compasiva.


                                                                       José Antonio Sáez Fernández.



sábado, 1 de noviembre de 2014

LA GRUTA Y LA LUZ.



   La poesía de Francisco Ruiz Noguera (Frigiliana, Málaga, 1951), surgida inicialmente en el ámbito de la influencia gongorina y siempre fiel a ella, ha ido enriqueciéndose progresivamente con la maduración personal, las experiencias viajeras y el arte (música, pintura, escultura, danza, etc.), tres pilares básicos de su lírico sentir. Del alto nivel de la consideración de su obra por parte de críticos y jurados literarios es muestra la amplia variedad y calidad de los premios que ha ido logrando con títulos como El año de los ceros (2002), El oro de los sueños (2002), Arquitectura efímera (2008), Otros exilios (2010) o La gruta y la luz (2014), libro este al que le fue otorgado el XVI Premio de Poesía Generación del 27; por citar sólo los títulos de su última etapa.


   La gruta y la luz resulta,a mi entender, un poemario ejemplarmente elaborado y dotado de un alto nivel conceptual, si así quiere considerarse. Ello no significa que la poesía de Ruiz Noguera esté falta de alma y de emoción, aunque quizás si pueda considerarse como conceptual y culta. Leyendo estos versos, acudirán a la mente del lector ecos de la poesía del mejor Jorge Guillén, aunque resultaría sumamente empobrecedor circunscribir el ámbito de las influencias al poeta vallisoletano. En efecto, uno tiene la sensación de estar leyendo a un poeta culto, señor de un lenguaje personal y que domina como pocos las formas líricas que le son tan familiares. Y hay emoción en su poesía, sí, una emoción que se despierta fundamente del arte y de la contemplación visual; esto es, del gozo estético que produce la contemplación de la obra de arte, en especial aquí de la pintura. Muchos son los pintores que le han servido de estímulo en su labor creadora, una amplia nómina de cuya modernidad doy fe. Los materiales de que se sirve el poeta malagueño pueden ser hondas impresiones, retazos y fragmentos que, a manera de collages, aparecen trazados en sus poemas; y no sólo de obras artísticas sino también de instantes vividos por el paseante urbano que se deja impresionar por la sorpresa de lo que, en ocasiones, bien pudiera parecer un mínimo acontecimiento. A través del cristal de sus gafas, el poeta sabe captar lo que de efímero y eterno hay en la belleza material. Sin duda es la suya una poética de lo visual y de su huella impresa en la sensibilidad del artista, quien acierta a apreciar la vocación de trascendencia que hay en la obra artística. Así, Francisco Ruiz Noguera parece considerar que la salvación del hombre y del mundo actual es posible a través del arte y de la creación artística.


  La gruta y la luz es obra que en sustancia trata el antagonismo existente entre oscuridad y luz. Si la realidad supone oscuridad, la luz viene proporcionada, como digo, por la obra de arte. Ya en las Soledades gongorinas se nos describía la gruta que servía de refugio al gigante Polifemo con magistral dominio de las más elevadas fórmulas del culteranismo. El arte, pues, tiene un poder tasformador en cuanto contribuye a dar luz a los espacios interiores de la "caverna" que carecen de ella. Algo así con respecto al alma del poeta o a su necesidad de cultivo espiritual, de enriquecimiento emocional, pues el caudal de emociones poéticas discurre sin duda paralelo a la provocación artística. El arte tiene vocación de eternidad y sobre él proyecta el artista, que además es hombre, su idéntico anhelo de permanencia o perdurabilidad. Podríamos decir así que un instante de belleza bien podría introducirnos en la eternidad o, al menos, impulsarnos hacia ella, crear en nosotros la ilusión o la certeza de que formamos parte de ella.

   La estructura del libro da fe de cuanto afirmo en este comentario, pues la primera parte lleva el título de "Interiores" y consta de 14 poemas. La segunda se titula "La mirada del paseante (Para una galería imaginaria de arte urbano)", con 17 textos. "Celebraciones" consta de 9 y de sólo un texto la cuarta parte, "Nuevo Límite" (esta vez aparece el aliento del poeta granadino Rafael Guillén, aunque en algún texto inicial se nos insinúa el de Cernuda). El "asidero plástico" y visual viene revelado al final del volumen, con los nombres confesados de los pintores que le han servido de inspiración para un despliegue verbal y conceptual que hace de la suya una voz tan personal como necesaria en el panorama de la poesía española actual.

                                                                                 José Antonio Sáez Fernández.

jueves, 30 de octubre de 2014

TOQUE DE DIFUNTOS.





 He aquí el texto que ocultaban las cuartillas que hallé como legado entre las ropas paupérrimas de aquel indigente anónimo al que dimos sepultura de caridad en una apacible tarde de otoño. Declinaba ya el sol entre los altos cipreses del camposanto cuando el alarife sellaba con yeso la placa que iba a servir de lápida a su tumba. Ni siquiera tenía un nombre. Sólo la fecha que había de servir para dar testimonio del final de sus días. Doblaban las campanas del campanario en la iglesia de san Nicolás. Su tañido lastimero avisaba a los vecinos de la aldea. Doy fe de que es verídico cuanto aquí transcribo.

   "Ved cómo he desgastado mi cuerpo en el servicio de mis semejantes. Comprobad qué ruina hizo el tiempo con este rostro ajado. Mirad ahora en qué soledad yazgo, sin una mano que me conforte y seque el sudor de mi frente, sin unos dedos que acerquen a mis labios resecos esa esponja empapada en vinagre que alivie la sed que me consume. Soy el desamparado que prestó su amparo a cuantos vinieron a mí en busca de consuelo. Mas ahora, ¿a quién acudo? ¿quién me presta su ayuda o alivia mi tránsito en estas, mis últimas horas? Soy el puro desgaste, fantasma de mí mismo, rehuido y olvidado por todos aquellos por quienes la vida me fue roturando, como la piedra del molino hace del grano la blanca harina candeal de la que ha de nacer el pan para saciar el hambre de tantas bocas famélicas que lo aguardan con ansiedad... 
  Mas has de saber que he recibido un gran consuelo, pues en mi desvalimiento vi descender hasta mi miseria un ser envuelto en luz que aliviaba con su presencia la angustia de mi incertidumbre. Era tanta la lozanía y belleza de sus largos cabellos incendiados, la elegancia y finura de su perfil, la serenidad y armonía de su delicado rostro, su apacibilidad, la dulzura de sus manos en mi frente, que pensé no era presa sino de mi delirio.    Entendí entonces que decía: <<Ten valor. Ahora cruzarás la orilla de un gran río donde hallarás la estela de los bienaventurados>>. Después siguió susurrando a mi oído palabras que yo ya no escuchaba y sentí que me iba alejando de él mientras flotaba en la ingravidez. Ya era ligero, ligero como el plumoncillo de ave que aún no ha abandonado el nido. Allí quedaba aquella criatura envuelta en una rara luz y yo me despedía de él, y él me sonreía con el dulcísimo rostro apacible de los seres sobrenaturales".


                                                                     José Antonio Sáez Fernández.

viernes, 24 de octubre de 2014

EN EL OTRO COSTADO.




  

 Esta luz amortajada de la tarde de otoño que entra en el alma como un dardo, como una daga, como una saeta estilizada... Es la blanca mano que se interna en la herida fluyente del costado, donde brota sangre y agua. Son, quizá, los dedos temblorosos que aplican el ungüento en el lugar vulnerable. Es el vendaje extendido en la llaga y colocado por delicadas manos con destreza. Es la lanzada de luz en el costado que cauteriza la herida. Voy hacia esa luz que reconforta y hacia esas manos que consuelan. Voy hacia esos brazos que me sostienen en el desvanecimiento y hacia esos ojos que me adentran en la visión deleitosa y apartada, donde no cabe sino el silencio, el vacío, la nada que alivia en la caída. ¿A qué lugar he llegado siguiendo la trayectoria de este destello que me ciega y me urge hacia él?
   Somos los de la primera y la segunda y la tercera caída. Somos los de la quinta y la sexta y la séptima caída. Somos los de la octava caída y los de la caída continuada y los de las rodillas y los codos magullados. Somos los que apenas pueden sostenerse en pie, somos los de la corona de espinas y los que arrastran su dolor por las calles del mundo. Somos los ángeles desangelados. Somos la fuente de las lágrimas y somos la almunia y el parterre. No pongas sobre mi frente el laurel de la victoria. Teje para mí una corona de agrillos. Voy tras de ti y de la claridad que envuelve tu transparencia, cristal del aire, tenue hilo que hilvanas mi destino, bordadora de nieve, alto cedro del Líbano. Yo en ti y tú en mí. Pues somos uno.


                                                                                              José Antonio Sáez Fernández.



domingo, 19 de octubre de 2014

CONCIERTO DE LAS ESTACIONES.





 A casi un mes de iniciado el otoño, el verano continúa acampado entre nosotros y se resiste a ceder su lugar a la estación de los árboles revestidos de oro. No creo que haya nadie que se atreva a negar ya aquello del calentamiento global y del cambio climático, que está trastocando los ciclos vitales de las especies vegetales y animales. Indiscutible resulta esto para quienes poseemos una perspectiva de dichos cambios. Es más fuerte el calor en verano (olas de calor las llaman) y se extiende por semanas y meses que ha restado a la estación vecina. Más larga y duradera se ha hecho la estación estival, más extremado y riguroso el invierno. La primavera y el otoño han reducido sus dominios y apenas se dejan notar. Todo ello requerirá la adaptación de los seres vivos a los nuevos cambios, pero resulta evidente que algunos no conseguirán adaptarse a esos cambios y sucumbirán.
   Seguramente, la especie humana encontrará nuevos lugares de residencia fuera de nuestro planeta y, a no tardar demasiado, habrán de verse colonias humanas en otros lugares del universo y, como es lógico pensar, en otros planetas o en el mismo espacio. ¿Qué será de nuestro hermoso planeta azul, presa de la depredación y la irracionalidad de la "especie protegida"? Contaminado el aire, contaminados los ríos y los mares, contaminados los alimentos y el agua, ¿qué será de cuantos nos sucedan? ¿Habrán de surgir nuevas enfermedades, una vez que se descubran los remedios y soluciones a otras que durante siglos provocaron tanto dolor y muerte? ¿Permitirán las multinacionales farmaceúticas que eso sea posible o continuarán produciendo medicamentos que cronifiquen las enfermedades? ¿Habremos de asistir al descubrimiento de nuevos virus que amenacen el futuro de la humanidad y, por tanto, de la especie? Al parecer, nuestro planeta se agota entre otras causas por la presión demográfica y la deficiente administración de los recursos, siempre limitados. Educar a las generaciones más jóvenes en la consciencia de la limitación de esos recursos, así como en el ejercicio de la austeridad no parece tarea fácil cuando lo que veníamos percibiendo no era sino que estábamos instalados en la civilización de la opulencia y del despilfarro. Encontrar soluciones para estos y otros problemas resulta cada vez más acuciante. Los gobernantes del mundo no pueden mirar a otro lado, pues es cuestión de supervivencia para sus ciudadanos. Tampoco todos y cada uno de nosotros.


                                                                                          José Antonio Sáez Fernández.

martes, 7 de octubre de 2014

ATARDECER CON ALAS.






Miro esta luz de la tarde y siento que los ojos se me han ido con ella. Es una luz tan diáfana que parece el rostro del amortajado. Apenas unos pájaros cruzan el horizonte de un cielo que se confunde de tan limpio en el toque de vísperas. Esta luz de octubre que deja herido el corazón como si hubiera sido rozado por el ala de un ángel. Tuyo es el silencio, árbol amordazado que oras ante los últimos destellos y te postras de rodillas para despedir el haz y el envés de los suaves y cálidos rayos de un sol que ya declina. Todo es ocaso en este ir y venir que es la vida. Todo se vuelve pérdida que atesoramos en la memoria y elevamos al cielo protector que nos aguarda siempre y nos cobija. Cambia, en la tarde, de tonalidades la luz.
Yo he salido de mi casa y dejé antes la casa de mi padre. Dejé a mi madre con los ojos arrasados en lágrimas. Ellos me vieron partir con un dolor insoportable en sus corazones. Les dije adiós, pero fueron ellos y no yo quienes se marcharon dejándome en suprema orfandad. Ahora voy tras su pista como el felino se deja llevar por la pista que persigue su olfato. Olfateo el camino y me precio de ser un buen rastreador, un sabueso excelente, husmeador eficacísimo que ha de dar con todo el amor que les cupo en sus huesos. En su tumba veo mi propia tumba. No podría escarbarla, pues vería mi rostro.
Se acortan los días de octubre bañados en la luz mágica del otoño. Son más breves las tardes y el corazón se encoge al hilo de las horas perdidas entre los visillos de la casa poblada de ausencias. Sientes el alma a la deriva y le lanzas un cabo por si acaso lo atrapara en su naufragio. Dulce son la muerte y las tardes de otoño, dulces la tristeza y la melancolía, y el aliento casi exánime del desamor cumplido, y la resurrección que aguarda en los ojos de aquel niño que fuiste. Volverás a la vida. Volverás a nacer, honda semilla enterrada, germina como el alto árbol que ahora eres por dentro.


                                                                                            José Antonio Sáez Fernández. 

jueves, 2 de octubre de 2014

CON&VERSOS. POETAS ANDALUCES PARA EL SIGLO XXI.

   Una antología es un volumen que recoge una muestra del quehacer literario de unos autores cuya obra queda inmersa en unos límites espacio-temporales concretos, los cuales suelen ser fijados por el mismo antólogo. Es el antólogo quien, con el editor, asume los riesgos de la propuesta que realiza; pues estimo que de eso se trata: de una propuesta, y no de de cualquier otra cosa. Entiendo que en los días que vivimos se abusa notablemente de la publicación de antologías, utilizadas muchas veces como arma arrojadiza por unos grupos, unas corrientes o unas tendencias poéticas contra otras. Es bien sabido que, en poesía, cada grupo o tendencia acoge, protege, lanza y defiende a los suyos y para eso es preciso encontrar, en ocasiones, referentes que actúan a manera de guías o maestros generacionales; así como a críticos literarios, preferiblemente universitarios, que den cobertura a corrientes y tendencias dentro de los circuitos adecuados, con el fin de afianzarlas y repartir el escaso, casi menesteroso botín de la fama o las prebendas.
   Antonio Moreno Ayora ha realizado una antología cuyo título juega con la anfibología o doble sentido de la palabra “Con&Versos”, como queriendo incidir en la significación casi marginal que conlleva el ser poeta y la poesía en nuestro tiempo. Su propuesta, “Poetas Andaluces para el siglo XXI”, cuyo número asciende al medio centenar de autores es, en especial por las ausencias detectadas, parcial y subjetiva, como no podría ser de otra manera. Toda antología adolece, digámoslo francamente, de parcialidad y subjetividad; y todo antólogo medianamente honrado y consecuente debiera así reconocerlo. Las antologías debieran servir, a mi juicio, para dar fe de cuanto existe; pero también para clarificar y sistematizar el panorama de la poesía andaluza, que en el caso que nos ocupa, se inicia con la generación de los 80 (poetas nacidos en la década de los cincuenta) y que concluye con la obra de los poetas nacidos en los años 80 y que, por consiguiente, comienzan a publicar ya en pleno siglo XXI. A mi modesto entender resulta insuficiente el análisis realizado por el antólogo, entre otras circunstancias porque, seguramente, ese análisis no figuraba en el proyecto inicial. Así pues, una vez constatado esto, he de confesar que, en mi opinión, la introducción al presente volumen no responde a las espectativas que personalmente hubiera querido ver más o menos resueltas; esto es: la sistematización de los rasgos y características más sobresalientes en las promociones poéticas surgidas en Andalucía a partir de la década de los 80 o de los poetas nacidos a partir de los años 50, si así se quiere; periodo que concluiría con los poetas nacidos en la década de los 80 del pasado siglo, pero cuya obra comienza a cobrar carta de naturaleza ya entrados en el siglo XXI.

   Imagino que antólogo y editor deben haberse puesto de acuerdo en las características generales del volumen, las cuales irían desde el número aproximado de las páginas del mismo, hasta el número de poetas representados, pasando por la cantidad de páginas que debieran asignarse a cada uno, a más de los contenidos correspondientes: ficha biobibliográfica, declaración poética personal y muestra de textos inéditos (unas seis páginas por autor). ¿Considerará el lector como suficientes y acertados los criterios antedichos para poder hacerse una idea global de la producción poética actual en Andalucía? Dejemos la respuesta a esta cuestión al arbitrio de cada uno y defínase al respecto, si es que lo considera oportuno.
   Si decíamos que era importante dar fe de la poesía que se ha escrito en Andalucía por parte de los poetas nacidos entre las décadas de los 50 y los 80; igualmente importante resulta a mi modesto entender, clarificar en lo posible un panorama bastante confuso, sesgado y hasta manipulado por intereses no siempre diáfanos en los que interviene, en no pocas ocasiones, la vanidad y el afán de un escaso medro. Pero ello no siempre resulta posible porque también antólogo y editor pueden tener sus limitaciones en el conocimiento de la realidad circundante y afectada, la cual va a someterse a un análisis que, aunque no confesadamente, pretende ser lo más objetivo posible. La realidad es que esas limitaciones de conocimiento existen y que mediatizan el producto resultante en buena medida. ¿Cómo si no explicar que en la antología que nos ocupa figuren sólo 4 poetas de provincias como Almería y Jaén; 5 de Huelva; 6 de Cádiz; 7 de Granada, Málaga y Sevilla y 9 de Córdoba, provincia donde reside el antólogo? La presencia de la producción poética almeriense de estas décadas se ve manifiestamente sesgada y defrauda, sin duda. Ausentes están de ella los nombres de poetas almerienses como Juan José Ceba, Emilio Barón, José Luis Bretones, José Andújar Almansa, Ramón Crespo, Martín Torregrosa, Pilar Quirosa, Ana María Romero Yebra, Pura López Cortés, Raúl Quinto, entre otros más que seguramente merecerían figurar en esta selección en igualdad de derechos y condiciones. Todo ello nos lleva a la constatación de que, por cuantas causas quieran y puedan aducirse, los poetas y la poesía de Almería no son suficientemente conocidos ni valorados por los críticos literarios andaluces de las provincias hermanas.
   Es cierto que hay circunstancias que están incidiendo, sin duda, en la producción poética de Andalucía, en su calidad y en surgimiento de nuevas voces líricas; tales como el fomento y apoyo a la creación poética y a los poetas por parte de las instituciones públicas (Diputaciones, Ayuntamientos y Universidades), en algunas provincias como Córdoba, Málaga y Granada, especialmente; sin menospreciar por ello el vigor de Sevilla, Cádiz o Huelva; siendo quizás considerablemente menor ese aliento en Jaén y Almería. La creación poética necesita un caldo de cultivo que se concreta en la celebración de encuentros, congresos, recitales, becas, premios literarios, publicaciones y hasta en la consideración social de la actividad poética. Allí donde se da ese caldo de cultivo florecen con mayor empuje las voces que tienen y tendrán algo que decir en la poesía andaluza en ésta y las próximas décadas.
   Concluyo haciendo mención a la importante labor que las editoriales andaluzas desempeñan en la difusión de la poesía aquí escrita y de los poetas nacidos o residentes en Andalucía, entre las que viene trabajando con notable vigor y empuje, La Isla de Siltolá.


                                                                                   José Antonio Sáez Fernández.

jueves, 25 de septiembre de 2014

EL ORO DE LOS BOSQUES.




   Llega el otoño. Entra en mi alma como la saeta disparada por el cazador certero que atraviesa el centro de la diana. Es la estación amada, el roce de un ala que nos abanica dulcemente el rostro, es la delicadeza, la mano que suavemente se aquilata en la caricia, la dulzura del gesto, los violines, las últimas palabras del adiós, la despedida, el olor de la lluvia o el de los largos cabellos que peinas, perfumados.
   Van pasando los trenes de los ausentes y queda el andén vacío. Se nos van para siempre en los raíles que se alargan indefinidamente y se eternizan. Se nos pierden los trenes a lo lejos y perdemos los trenes que se dirigen hacia ninguna parte, en busca de El Dorado. Y el corazón queda vencido, escorado como un buque tras sus muchos naufragios en este mar proceloso que es la vida. Sólo los sueños perduran tras de tanta derrota. Eres el infante difunto que ha de faltar al fúnebre cortejo del final de sus días.
   Ve ahí al caballero que persiste en socorrer a los débiles, tocado de vacía y lanza en ristre, dispuesto a embestir a malandrines, gente soberbia y descomunal que puebla de desamor el mundo y roba la sonrisa inocente a los ingenuos, dispara sobre el ganso del estanque dormido que ve ponerse al sol entre los carrizales. Ve tú con mis ojos, gacela de herbazal que contemplaste la belleza del mundo y llevas en tu alma una herida indeleble, como la luz que cae en orfandad sobre mis manos esta tarde y se disuelve en una gama de tan vivos colores, así como en el alto cielo luce esplendoroso el arco iris tras la tormenta de tus líquidas lágrimas permeables.
   Bendíceme ahora, oh más alta que los cedros del Líbano y más poblada que los bosques del norte. Ven a mí y a mi corazón ausente, pues mi tiempo no es éste ni son estos los mares en que navega mi alma expuesta a tu bonanza. Si me envuelves en ti y en tu halo de oro, oh estación del sueño de los ángeles, sería sólo tuyo, y de tu exclusiva pertenencia; pues te la llevaste, celosa, en esta hora en que la luz se hace tan frágil que casi acierto a romper su aliento aparente. Ve que me dejo hacer. Entra en mí con las hojas caídas de los árboles, pues me dispongo a alfombrar la tierra y ser mantillo.


                                                                                            José Antonio Sáez Fernández.




sábado, 20 de septiembre de 2014

LAS NUBES DE SEPTIEMBRE.




   Septiembre es la agonía de un reino y de un reinado efímero, cuyo esplendor declina en el fulgor del orto. Es el agua derramada y vertida inútilmente como polvo sobre la tierra seca. Es la afonía y la mirada perdida de los cabizbajos. Septiembre es la nube que pasa y no deja lluvia, el paréntesis abierto, el globo inflado que se pierde en el aire. Septiembre es la antesala de todo que no anuncia nada, es la promesa incumplida y las palabras vacías que el viento se lleva, un robinsón extraviado en la isla deshabitada.
   Di que sí mientras septiembre pasea por tus ojos y se aleja de ti con desenfado, como quien te ignora, como quien desconfía, como quien se dispone a apagar la débil llama de un candil o una lámpara. Dime que sí y salgamos al mundo para gritar que todo aquí se acaba y que los días acortan su prestancia para prolongar el señorío de la noche, dama de sombras, sueño vibrante de la oscuridad. Que alguien lo diga. Que alguien se atreva a decirlo o que todos guardemos silencio para siempre.
   Septiembre es la conciencia de nuestra derrota, de nuestra infatigable e inútil lucha, de nuestro desvarío, náufragos que se defienden de las olas dando grandes brazadas por mantenerse a flote. Y es también la tumba del arcoiris, la ígnea señal de los marcados en el umbral de su frente con la sangre del cordero. Un regreso, una vuelta al círculo cerrado y a la conciencia de que no somos héroes sino soldados vencidos de una especie abocada al naufragio.
   Septiembre es el desencanto de los agraciados por causa de la fortuna, que apaga la sonrisa en los labios de quienes siguen al camino del eterno retorno y dibuja una mueca de hastío en los páramos sedientos de las cosechas malogradas. El sol del membrillo, áspero al paladar. El devenir. Otro peldaño. 

                                                                      José Antonio Sáez Fernández.

viernes, 12 de septiembre de 2014

LA INDEPENDENCIA DE CRITERIO.




   Vivimos en una sociedad donde la independencia de criterio se suele pagar bastante caro; a menudo con la marginación y el ostracismo, cuando no con la desconfianza, el recelo, la revancha o la venganza. Ejercer la libertad individual y la capacidad crítica, así como unos principios éticos inculcados desde la infancia y asumidos o fortalecidos con la madurez y el paso de los años es cuestión de alarma para quien ejerce transitoriamente el poder y no lo concibe realmente como un servicio a la comunidad a la que dice servir. Algún poder de seducción y embrujo debe tener el ejercicio de un cargo cuando quien lo ejerce se olvida de que fue ubicado allí de forma transitoria y de que si allí está es porque se le encomendó realizar una gestión, no en nombre propio, sino en el de quienes representa y favorecieron su acceso. Ejercer poder no significa someter, doblegar u oprimir sino servir con capacidad, humildad y acierto a quienes han confiado en ti una gestión para mejorar sus condiciones de vida o de trabajo.
   Para quien ejerce la independencia de criterio y no se conduce por la vida sin otra guía que sus principios éticos no fácilmente sobornables, muchas son las puertas y ventanas que se le cierran al paso y no pocos los sinsabores que se procura con su manera de proceder o de manifestar. Expresiones como: "Pobre, es un hombre de principios" o "No llegarás muy lejos" suelen escucharse con cierta frecuencia. Y es que este ser "incómodo" para quienes ejercen cualquier tipo de poder y que no aciertan a ubicarlo, a someterlo o encajonarlo de una forma concreta o estereotipada, suele ser visto como una cierta amenaza. Pareciera que se ejecutan instantáneamente todas las alertas de peligro cuando se detecta su presencia y, en ocasiones, hasta suele poner nerviosos a quienes de una forma u otra ostentan el poder de manera más o menos legítima. Pero es que la independencia de criterio conlleva la libertad del individuo y a no responder sino ante la propia conciencia.
   La postura más común ante estas personas que se conducen por la vida con independencia de criterio es la de la ignorancia, la descalificación o el menosprecio por parte de quienes las miran con recelo, si no la de ironizar con respecto a sus juicios y su proceder. Se llega incluso a poner en duda su estado mental por parte de quienes se sienten afectados por este tipo de gentes y creen saberse libres de ellos cuando difaman o arrastran su buen nombre por el lodazal del descrédito. Se trataría, no de contrarrestar una virtual amenaza, sino de anularla con métodos aparentemente civilizados y hasta justificados.
   En nuestros días, las personas que van por la vida con independencia de criterio se saben abocadas a la marginación y al ostracismo, a la ignorancia y al descrédito, a la zancadilla o a la sutil venganza por parte de los arribistas, los que medran y quienes ejercen el poder. Por eso, no resulta raro comprobar cómo muchas de ellas eligen voluntariamente el camino que conduce al libre apartamiento y a la consideración de "raros" por parte de quienes así los etiquetan o califican. Y lo que es peor: para muchos son los fracasados, los vencidos, los derrotados, los que no supieron aprovechar las oportunidades que les salieron al paso. Felices los que no agrandaron sus tragaderas hasta comulgar con ruedas de molino. Puede que sólo quienes se sometan al arbitrio o a las decisiones de otros, ya les parezcan justas o injustas, alcancen finalmente el éxito. Y sin embargo: ¡qué ejemplo de dignidad el de estos "raros"!


                                                                          José Antonio Sáez Fernández.

sábado, 6 de septiembre de 2014

EL SEPULTURERO DE LOS JAZMINES.




   Con qué amor, con qué delicadeza, con qué cuidado recogía las flores del jazminero caídas a tierra cada mañana. Una a una, con primorosa diligencia, se agachaba ante ellas con respeto, casi como en una reverencia, con la veneración de quien se rinde ante un perfume tan grato a dioses como a mortales. Los pequeños jazmines, como pájaros diminutos, venían a morir sobre el césped o parecían agonizantes de tan lívidos. Fueran quizá blancas mariposas que amarilleaban bajo el sol del final del verano o fueran vilanos atrapados a merced del viento que los arremolinaba, materia ya inservible. 
   Con la parsimonia del ermitaño que no conoce la prisa, los acumulaba en la palma de su mano y, después de acercarlos a su nariz para que la pituitaria percibiera el último aroma que aún los engalanaba, se los llevaba al oído y parecía como si pudiera escuchar su latido intermitente; el latido de un corazón tan débil que era apenas perceptible para oídos hechos al silencio y capaces de captar el más oculto son. Vedle ahí doblar la cintura y agacharse haciendo de sus dedos una pinza para atraparlos y colocarlos cuidadosamente sobre la palma de su mano, acunándolos como a niños moribundos, soplando sobre ellos para infundirles vida y sintiendo su corazón ajado como barco a la deriva en el naufragio de vivir. Era el loco, el sepulturero de los jazmines, el hazmerreír de las gentes burlonas y despiadadas que se había dejado crecer los cabellos ya nevados y la barba tupida en donde, en ocasiones, simulaba plantar las diminutas flores del jazminero a su discreto juicio, esparcirlas al libre albedrío de su inspiración. El que se compadecía viéndolas agonizar indefensas, desvalidas y desamparadas; ignoradas por la insensibilidad de las gentes que las aplastaban al pasar como cascos de caballos en enloquecida carrera.
   Una vez había ido limpiando los bajos y alrededores del florido arbusto, cavaba con dolor un pequeño agujero a no mucha distancia de él y vaciaba el cuenco de su mano dejando caer con lentitud tan leve carga para, poco después, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas, ir vertiendo sobre los molinillos de las flores efímeras la tierra que las habría de cubrir para siempre. Daba forma al cúmulo que sobre la tumba se había originado y colocaba en él una recortada madera en la que, con su desgastada navaja, había gravado, previamente, la fecha en que había procedido a dar sepultura a los últimos jazmines del verano. Al elevarse desde el suelo, sus ojos enrojecidos lo delataban y algunos gamberros ocultos le lanzaban piedras entre risas sofocadas por el anonimato más cruel.


                                                                    José Antonio Sáez Fernández.

sábado, 16 de agosto de 2014

EL OBISPO Y SU MÉDICO.


(El doctor don José Antonio García Ramos)

   Se viene considerando a don Gregorio Marañón como a uno de los modelos eminentes de médico humanista dentro del ensayo del siglo XX español, pero es obvio que no sólo su figura destaca en el panorama de Medicina y Humanismo de los dos últimos siglos (recuérdense, por ejemplo, las figuras de Santiago Ramón y Cajal o de Pedro Laín Entrago); circunstancia que se vería acrecentada si nos remontásemos al Renacimiento. Con la unión de esas dos palabras: "Medicina y Humanismo", dediqué yo un trabajo al doctor don José Antonio García Ramos (Fines, Almería, 1946), publicado en el suplemento "Papel Literario", del Diario Málaga-Costa del Sol, hace ya algún tiempo, en el cual daba cuenta de sus numerosas publicaciones, tanto en revistas especializadas como en libros; así como del carácter de las mismas. Posteriormente, su bibliografía se ha ido viendo incrementada con trabajos de historia de la medicina, pero también con ensayos de tipo antropológico, entre los que cabe citar sus volúmenes dedicados al estudio de los médicos almerienses de los siglos XVI al XIX o su inestimable Refranerillo de Almería, que publicamos en la colección Batarro de ensayo en el año 2005, o la medicina popular en Almería, por citar algunos.

   En el último Congreso de Historia de la Medicina, convocado por la Sociedad española de Historia de la Medicina, el doctor José Antonio García Ramos presentó una ponencia sobre el médico Antonio Abellán, natural de Guadix, quien estuvo al servicio del obispo ilustrado almeriense don Claudio Sanz y Torres hasta el fallecimiento de éste, que se caracterizó por su eminente labor en la creación de infraestructuras sociales y sanitarias en la provincia de Almería, tales como casas de huérfanos y hospitales. Fruto de la constancia en sus investigaciones fue la localización, en la biblioteca del Palacio Real de Madrid, del manuscrito del médico accitano titulado "Noticia de la fuente de aguas termales de Alhamilla. Por Antonio Abellán, Almería, 5-IV-1772". Con la ayuda del músico albojense Bartolomé Guillén Pérez, circunscrita a la transcripción del manuscrito del doctor Abellán, en El obispo y su médico, José Antonio García Ramos nos presenta un notable y documentado trabajo introductorio a la edición en el cual explicita los pormenores de las dos grandes personalidades a que hace referencia: el obispo almeriense y el médico accitano, así como lleva a cabo una valoración de su labor y la del informe que saca a la luz. No faltan las ilustraciones, entre las que destacan los excelentes dibujos del pintor Emilio Sánchez Guillermo (portada e ilustración interior), ni tampoco las conclusiones de su investigación o las referencias bibliográficas.


   La segunda parte del libro está comprendida por la reproducción del manuscrito original, firmado por el médico accitano, en donde se hace referencia a una carta sucrita por D. Lorenzo Fanares, "caballero del hábito de Santiago, coronel de los reales ejércitos de su majestad y gobernador político y militar de esta ciudad", quien solicita de Abellán un informe bastante exhaustivo sobre las fuentes medicinales que existen en el partido de la ciudad de Almería, citando especialmente los Baños de Sierra Alhamilla, en qué estado se encuentran, las enfermedades que pueden tratarse, los casos de pacientes tratados, sus observaciones médicas, los progresos logrados con los enfermos, condiciones de hospedaje y otros pormenores. La respuesta de Antonio Abellán fue el interesante informe manuscrito que aquí se da a conocer. El volumen se cierra con un esclarecedor índice onomástico (con anotaciones) y otro índice de lugares.

   Con la edición de este manuscrito que se creía perdido, el doctor don José Antonio García Ramos ha prestado un inestimable servicio a la historia de la medicina en Almería y, por añadidura, a la historia cultural de esta provincia. Su esfuerzo y dedicación a tan noble tarea  merece el interés y el reconocimiento de los mejores.

                                   
                                                                                      José Antonio Sáez Fernández.

jueves, 14 de agosto de 2014

LA BIBLIOTECA DE FERNANDO DE VILLENA.




   El escritor Fernando de Villena (Granada, 1956), extraordinario poeta y novelista, dueño de una de las trayectorias literarias más brillantes de su generación, ha sacado a la luz una obra que quizás pudiéramos integrar dentro del género del ensayo. Se trata de 127 libros para una vida (Biblioteca), publicada por ediciones Evohé; obra, sin duda, inusual, infrecuente o poco común en el panorama de la literatura española actual, la cual fue redactada entre Granada y Almuñecar en el año 2012. A mi entender, la escritura de este libro debió suponer todo un reto para el autor granadino; reto que ha superado con creces porque ha sabido estar a la altura de lo que se demandaba de él y de su talento. Así pues, el asunto se planteaba inicialmente como una demanda de selección de 127 obras imprescindibles de su biblioteca personal y, por tanto, de aquellos libros de los que él fuera consciente que habían contribuido, en forma decisiva, a su formación como lector, como escritor y como persona. 

   Lo primero que observará el lector en estas 318 páginas que constituyen el volumen a que nos referimos es que se encuentra ante un autor con una sólida formación literaria, consciente y responsable tanto de ella como de su destino de escritor. Con una sencillo esquema estructural por el que cualquier persona interesada puede moverse cómodamente y, partiendo de su infancia, nos refiere cuáles y cómo fueron sus inicios como lector de tebeos y de los "Libros de Guillermo", para, en seguida, adentrarse en la literatura antigua de Israel, Grecia y Roma a través de escritores y obras fundamentales que van desde La Biblia hasta La consolación de la filosofía, de Boecio. Quedan en medio autores como Homero, Esquilo, Virgilio, Ovidio, Horacio, Apuleyo, San Agustín, etc. Prosigue más tarde abordando la literatura medieval, arrancando en Las mil y una noches y finalizando con los autores judeoespañoles de los siglos XI y XII. En cada uno de los apartados o periodos que aborda, el escritor granadino incluye siempre aquellas obras y autores, tanto españoles como extranjeros, que le ayudaron a ser mejor persona y a formarse como escritor. Imposible hacer referencia a todos ellos, por lo que reseñaré aquí el esquema argumental de su obra que el curioso lector puede afrontar en una posible lectura de la misma.


   El apartado dedicado a la Literatura renacentista se inicia con La Celestina y declina en Camoens, tras el cual se incluye la sección dedicada a Literatura manierista, abriendo con Williams Shakespeare y concluyendo en Luis Carrillo de Sotomayor. La barroca, a su vez, va del Conde de Villamediana a la literatura francesa de Los caracteres, de Jean La Bruyère. Significativamente breve es el apartado que se dedica al siglo XVIII y más amplio el que acoge a los autores y obras del romanticismo, el cual se inicia con la Poesía romántica inglesa para concluir en las Rimas y Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer. A los narradores del realismo dedica también una selección de sus más provechosas lecturas; así como a la poesía simbolista y modernista, ya en el siglo XIX.
   "De las vanguardias a las grandes guerras" y "Desde el fin de las guerras hasta el siglo XXI" se ubican como antepenúltimo y penúltimo de los apartados de su esquema literario o guía de lectura; los cuales concluyen con los escritores más significativos tratados personalmente por nuestro autor, tales como Pedro Rodríguez Pacheco, Enrique Morón, Antonio Enrique o José Lupiáñez, entre otros.
   
   Así pues, 127 libros para una vida (Biblioteca) tiene mucho de guía de lectura y de canon literario personal y subjetivo, por tanto. De ese modo, no deben exigirse al autor imparcialidad, objetividad o un pretendido rigor científico; si bien de todo ello hay, indiscutiblemente, en esta obra. No se perseguían premeditadamente esos objetivos, sino que se pretendía más bien dejar a los posibles lectores el testimonio fidedigno de un escritor reconocido sobre los libros de su vida, quien, con enjundiosos comentarios y anécdotas, convierte en deleite la amena lectura de esta obra. Y todo ello con una prosa fluida y cuidada que deparará al lector curioso horas de sabroso y placentero solaz. Se trata, pues, de una obra testimonial y aleccionadora, a la que no resulta ajeno cierto afán didáctico.


                                                                                  José Antonio Sáez Fernández.

martes, 12 de agosto de 2014

LOS DÍAS DE LA IRA.






  Vivimos tiempos en que los seres humanos se han vuelto decididamente la espalda unos a otros. Nunca hubo más sistemas y formas de comunicación que ahora y nunca estuvimos tan lejos los unos de otros como ahora. Una especie de virus parece haberse extendido por doquier aislando a las personas de sus semejantes y convirtiéndolas en seres a la deriva. En torno a cada uno de nosotros hemos ido construyendo una fortaleza invisible, un espacio rodeado por doquier de silencios o ruidos imposibles de superar. Hablamos, sí, pero no nos entendemos. Pareciera que cada uno de nosotros utiliza para comunicarse un idioma distinto. En nuestro mundo hemos edificado la Torre de Babel, la Babel de todas las confusiones e incomprensiones. Cada hombre una fortaleza, cada ser una isla y un idioma distinto. A los problemas y dificultades de comunicación hemos unido la adoración de la tecnología como suprema deidad incontrovertible. Y lo cierto es que la gran diosa del consumo tecnológico nos ha dividido aún más, no ha separado y escindido hasta convertirnos en seres despersonalizados y dispuestos para ser manipulados subrepticiamente. Pocos aciertan a ver ese dirigismo que se nos ha impuesto en aras a no se sabe bien qué efectividad y en nombre de un malentendido progreso, pues más bien hemos retrocedido escandalosa y peligrosamente en nuestros índices de comprensión, tolerancia, respeto, convivencia y solidaridad; valores, todos ellos, asumidos y aceptados como pilares básicos de la sociabilidad.
   Una suerte de apocalíptico virus se expande por nuestro mundo en una crisis de valores sin precedentes, anulando las capacidades intelectivas del ser humano, reduciéndolo y cosificándolo, anestensiándolo y convirtiéndolo en alguien casi amorfo, de manera que sólo somos un compendio de deseos que buscan ser satisfechos de forma inmediata y placentera, pues huimos del dolor y del sacrificio como en otro tiempo de la peste. Los medios de comunicación de masas: prensa, radio, televisión, internet, telefonía móvil, el cine y hasta gran parte de la literatura y el arte muestran manifiestamente el abismo a que estamos abocados y al que ellos también contribuyen como inductores y colaboradores necesarios. Hacia ese abismo nos dirigen por oscuros intereses económicos, políticos y religiosos. En el control de las masas y de las mentes por ese Gran Hermano que parece no tener rostro, ni miembros ni alma, pero que se materializa en formas de dominio tan sutiles como difícilmente detectables para la inmensa mayoría que no piensa, ni reflexiona, ni medita, radica la clave de este totum revolutum, de este desajuste, inarmonía o desacorde planetario. Anuladas nuestra mente y nuestra voluntad, no somos sino reses conducidas al matadero o hacia donde "mentes privilegiadas" quieran llevarnos.
   Estimo que estamos poniendo en grave riesgo la supervivencia no sólo del planeta, sino de la propia especie humana; pues nos dirigimos sin duda hacia un mundo inviable, hacia una sociedad donde el miedo, la angustia y la insatisfacción nos garantizan una existencia de ansiedad e infelicidad perpetuas. La sociedad del bienestar puede que no sea más que un anestésico para controlar las angustias y las insatisfacciones de aquellas clases a las que mejor necesita controlar el sistema, porque en ellas bien pudieran generarse los mayores focos de rebeldía y desenmascaramiento del "Gran Hermano" controlador de mentes, vidas y destinos. Y en medio de todo constatamos a diario que nos vamos alejando cada vez más unos de otros, que cada vez somos menos dueños de nuestra vida y nuestro destino, que se nos han tendido unas redes de las que parece imposible escapar.
   Logrado el control de mentes y voluntades, anuladas voluntad y pensamiento, el virus de la intolerancia, la ambición desmedida, la corrupción, la deslealtad y el engaño se extiende por doquier de la mano de la desconfianza, el desequilibrio mental, el fanatismo y hasta la locura. Somos la masa amorfa que se mueve a voluntad de quien decide por nosotros lo que más nos conviene. Somos el sueño del animal racional, creado libre, dotado de voluntad y forjado en el propio esfuerzo. Somos la mascarada y la piltrafa que han hecho de nosotros en aras de un control eficaz de nuestra mente y de nuestro destino. Ojalá no sonaran con tamaña fuerza las trompetas del Apocalipsis, anunciando el final de un destino irrecuperable para el ser humano, basado en el conocimiento, la voluntad, la libertad y la capacidad crítica. He aquí una reflexión alarmista y desmesurada. Un análisis, sin duda, equivocado.


                                                                        José Antonio Sáez Fernández.