martes, 19 de enero de 2016

EL JUGADOR DE NAIPES.




   Me abriste, doncel, el costado e hiciste manar de él sangre y agua. Era la sangre como el vino rojo y oloroso que paladeas, al tiempo que yo hice saber mi sed de ti. Tú me diste a beber una esponja empapada en vinagre y la acercaste a mis labios resecos para que yo absorbiera su humedad. Elevé luego mis ojos al cielo y vi que éste se había oscurecido. Un escalofrío me recorrió entonces, desde los clavos de los pies hasta los de las manos. Era yo el crucificado y el crucificado era todos los hombres. He ahí al burlado del que se mofan los centuriones que bailan al son de los sestercios. Ve a Salomé que danza a requerimiento del rey que le ha prometido ceder a su antojo, otorgarle caprichos que han de ponerlo a prueba. Y he ahí, junto a ella, a Herodías su cómplice, que demanda la cabeza del Bautista susurrando al oído de su hija.


   Yo quise para ti la gloria que no alcanzan los mortales y trencé una corona de laurel para adornar tus sienes. Dime que lave tus pies en la jofaina y que los seque con mis largos cabellos, más suaves que las sedas traídas de la India. Dime que derrame sobre ellos la mirra y áloe, que queme ante ti mis costosas esencias, que me ciña la túnica y me recueste sobre tu hombro, que me deje caer en tu regazo y me adormezca mientras tú acaricias levemente mis cabellos. Deja que se ponga el sol y que caiga la noche para que dos sean uno y uno pueda juntar sus manos, cubrir sus ojos y gemir largamente como el llanto de los inocentes ajusticiados, pasados a cuchillo ante el estupor horrendo de sus madres.

   Juguemos la última partida. Echemos a las cartas nuestra suerte. Sorteemos sus ropas entre nosotros. Reparte los naipes, tú que barajas con la agilidad del prestidigitador. Hagamos la jugada definitiva sin cantar las cuarenta. No conviene tirarse un farol en esta hora espesa de la noche, pues estoy de suerte y vosotros no podéis estar en racha. A mi merced os tengo. Más os valiera abandonar el juego ahora que aún estáis a tiempo. Levantaos, pues, de la mesa antes de que os desplume. No hay rival para mí, tal es mi ventaja. Soy el embaucador, el estafador, soy el trilero. Bebed ahora conmigo. Yo os invito.


                                                                                         José Antonio Sáez Fernández.


sábado, 9 de enero de 2016

PLANTAS AROMÁTICAS.






   He ahí al vencido. He ahí al burlado y escupido. He ahí al atravesado por haces de luz. He ahí al que se interna en los claros del bosque. He ahí al que va balbuciendo y no se le entiende lo que dice. He ahí al solitario, a quien vuela tan alto como el el águila y se remonta en el azul del cielo, hendiendo el aire con el aroma del romero. He ahí al que va rociando con una rama de albahaca, a quien asperja a su alrededor batiendo con insistencia la olorosa rama de la albahaca. He ahí a la niña que riega la albahaca. He ahí al que habla con el espliego, al que entiende el lenguaje del espliego, a quien dialoga con el espliego, la lavanda, el tomillo, la menta y toda suerte de plantas aromáticas. He ahí a la joven que destila plantas aromáticas y extrae su esencia en el alambique o la alquitara. He ahí a la que perfuma la estancia y he ahí a quien esparce por la estancia las esencias que ha destilado. He ahí a la destiladora, cuyas mayos de nieve desprenden un olor que maravilla. Sus dedos de alabastro dejan ver nervios y tendones. He ahí al alquimista, aquel que interroga a la piedra filosofal y a quien indaga en el secreto de los secretos, intuyendo la verdad de tal secreto. Si hiciste jaque al rey, aún te queda la reina y los alfiles y el caballo, los peones que forman la avanzadilla. No expongas la vida en el tablero porque no merece la pena. El ajedrez es un juego al que juegan los jueces y los aventajados jóvenes que realizan en junio el jubileo dejándose el pellejo.




   Va, pensiero. El gondolero rema y su góndola se desliza por los canales de la ciudad emergida. Va, pensiero, sull `alli dorate; va, ti posa sui clivi, sui colli, ove olezzano tepide e molli l´aure dolci del suolo natal! (¡Vuela,pensamiento,con alas doradas;vuela,pósate en las praderas y en las colinas, donde exhalan su fragancia tibios y suaves los aires dulces de mi tierra natal!) 
   Es una opera lo que escucho. Es la ópera "Nabucco", de Verdi. Es el "Coro de los esclavos" lo que escucho, ese que está inspirado en el salmo 137, "Super flumina Babylonis", creo.

 Suena en mis oídos una barcarola. Es el ritmo que imprimen las olas del mar. Es que alguien me acuna y me deja dormir plácidamente. Debe ser que he muerto, que estoy muerto, que ando en la muerte o que aún no me he despertado.

                                                                       José Antonio Sáez Fernández.