sábado, 2 de noviembre de 2019

DEJEMOS HABLAR A SÉNECA.









Frente a tanta palabrería hueca, frente a tantos reclamos que nos llegan, frente a tantos embaucadores, tantos mercaderes y charlatanes que pregonan las ventajas de su mercancía en la plaza ante los incautos; la palabra sobria y verdadera del filósofo cordobés Lucio Anneo Séneca destella con brillo de diamante. Sus "Epístolas morales a Lucilio", su amigo, constituyen un verdadero pozo de sabiduría que continúa muy vigente en nuestros días. Lean despacio el fragmento que sigue:




   "Pregúntate a ti mismo: «¿acaso no me angustio y entristezco sin motivo y forjo un mal donde no lo hay?». «¿Cómo», preguntas, «conoceré si son ficticias o reales las causas de mi angustia?». Aquí tienes la norma que regula esta cuestión: o nos atormenta el presente, o el futuro, o ambos a la vez. Sobre el presente el juicio resulta fácil: si tu cuerpo está expedito y sano y no sientes aflicción alguna a causa de una ofensa, veremos lo que puede acontecer mañana: el día de hoy no presenta problema alguno.
«Pero, con todo, se presentará». Examina primero si hay indicios seguros del mal venidero, porque a menudo nos angustian las suspicacias y nos engaña aquel mismo rumor que suele acabar con ejércitos enteros y, mucho más, con los individuos. Así es, querido Lucilio: fácilmente nos sumamos a la opinión pública; no sometemos a crítica los motivos que nos impulsan al miedo, ni los ponemos en claro, sino que temblamos y volvemos las espaldas como aquellos soldados a quienes el polvo levantado por los rebaños, en su huida, ahuyentó del campamento o a quienes atemorizó algún rumor esparcido sin fundamento.
   No sé por qué los males ficticios causan mayor turbación; de hecho, los verdaderos tienen su propia medida: cuanto es producto de la incertidumbre se relega a la conjetura y a la fantasía del espíritu atemorizado. Por ello, ningunos son tan perniciosos ni tan irremediables como los temores del que tiene pánico, pues los demás surgen por falta de reflexión, éstos por inhibición de la mente.
   Así, pues, investiguemos cuidadosamente la cuestión. Es verosímil que se produzca algún mal, pero no es todavía una realidad. ¡Cuántos males vienen sin esperarlos! ¡cuántos que se esperaban no se produjeron en parte alguna!




   Aun cuando alguno tenga que venir, ¿de qué sirve adelantarse al propio dolor? Con suficiente prontitud te dolerás, cuando llegue; mientras tanto augúrate una suerte mejor. ¿Qué ventaja sacarás? El tiempo. Podrán interponerse muchas circunstancias que determinen que el peligro próximo o casi inminente se detenga, desaparezca o venga a dar sobre cabeza ajena. Incendio hubo que abrió camino a la huida, a algunos un derrumbamiento los dejó suavemente en el suelo, alguna vez fue retirada la espada de la misma cerviz del reo; hubo quien sobrevivió a su verdugo. La mala fortuna tiene también sus caprichos. Tal vez será, tal vez no será; por el momento no es. Ten en la mente una suerte mejor. En ocasiones, sin que haya señales manifiestas que presagien desgracia alguna, el espíritu se crea falsas imágenes: o bien interpreta en peor sentido una palabra de significación dudosa, o bien imagina la ofensa, recibida de otro, mayor de lo que es, no considerando lo airado que está el ofensor, sino la licencia que se pueda tomar el que está airado. Mas no existe razón alguna para vivir, ni límite posible en las desgracias, si uno teme cuanto es susceptible de temor: es ahora cuando aprovecha la prudencia, ahora cuando hay que rechazar hasta el miedo claramente justificado con todo el vigor del alma; pero si no, combate un defecto con otro y modera el miedo con la esperanza. Por muy cierto que sea alguno de los males que tememos, es más cierto aún que los temores se calman y que las esperanzas nos defraudan. Por lo tanto, sopesa la esperanza y el temor, y siempre que la decisión sea del todo dudosa, decídete en tu favor: confía en lo que más te agrade. Aun cuando el miedo consiguiere más votos, inclínate no menos del lado contrario, deja de angustiarte y recuerda constantemente esta idea: que la mayor parte de los humanos se exasperan e inquietan, por más que no sufran mal alguno ni con seguridad lo vayan a sufrir".


(Lucio Anneo Séneca: Epístolas morales a Lucilio, Libro II, Epístola 13, fragmento).