Frente a tanta palabrería hueca, frente a tantos reclamos que nos llegan, frente a tantos embaucadores, tantos mercaderes y charlatanes que pregonan las ventajas de su mercancía en la plaza ante los incautos; la palabra sobria y verdadera del filósofo cordobés Lucio Anneo Séneca destella con brillo de diamante. Sus "Epístolas morales a Lucilio", su amigo, constituyen un verdadero pozo de sabiduría que continúa muy vigente en nuestros días. Lean despacio el fragmento que sigue:
"Pregúntate a ti mismo: «¿acaso no me angustio y
entristezco sin motivo y forjo un mal donde no lo hay?». «¿Cómo», preguntas,
«conoceré si son ficticias o reales las causas de mi angustia?». Aquí tienes la
norma que regula esta cuestión: o nos atormenta el presente, o el futuro, o
ambos a la vez. Sobre el presente el juicio resulta fácil: si tu cuerpo está
expedito y sano y no sientes aflicción alguna a causa de una ofensa, veremos lo
que puede acontecer mañana: el día de hoy no presenta problema alguno.
«Pero, con todo, se presentará». Examina primero si hay
indicios seguros del mal venidero, porque a menudo nos angustian las suspicacias
y nos engaña aquel mismo rumor que suele acabar con ejércitos enteros y, mucho
más, con los individuos. Así es, querido Lucilio: fácilmente nos sumamos a la
opinión pública; no sometemos a crítica los motivos que nos impulsan al miedo,
ni los ponemos en claro, sino que temblamos y volvemos las espaldas como aquellos
soldados a quienes el polvo levantado por los rebaños, en su huida, ahuyentó
del campamento o a quienes atemorizó algún rumor esparcido sin fundamento.
No sé por qué los males ficticios causan mayor
turbación; de hecho, los verdaderos tienen su propia medida: cuanto es producto
de la incertidumbre se relega a la conjetura y a la fantasía del espíritu
atemorizado. Por ello, ningunos son tan perniciosos ni tan irremediables como los
temores del que tiene pánico, pues los demás surgen por falta de reflexión,
éstos por inhibición de la mente.
Así, pues, investiguemos cuidadosamente la cuestión.
Es verosímil que se produzca algún mal, pero no es todavía una realidad.
¡Cuántos males vienen sin esperarlos! ¡cuántos que se esperaban no se
produjeron en parte alguna!
Aun cuando alguno tenga que venir, ¿de qué sirve adelantarse
al propio dolor? Con suficiente prontitud te dolerás, cuando llegue; mientras
tanto augúrate una suerte mejor. ¿Qué ventaja sacarás? El tiempo. Podrán
interponerse muchas circunstancias que determinen que el peligro próximo o casi
inminente se detenga, desaparezca o venga a dar sobre cabeza ajena. Incendio
hubo que abrió camino a la huida, a algunos un derrumbamiento los dejó
suavemente en el suelo, alguna vez fue retirada la espada de la misma cerviz
del reo; hubo quien sobrevivió a su verdugo. La mala fortuna tiene
también sus caprichos. Tal vez será, tal vez no será; por el momento no es. Ten
en la mente una suerte mejor. En ocasiones, sin que haya señales manifiestas
que presagien desgracia alguna, el espíritu se crea falsas imágenes: o bien interpreta
en peor sentido una palabra de significación dudosa, o bien imagina la ofensa,
recibida de otro, mayor de lo que es, no considerando lo airado que está el
ofensor, sino la licencia que se pueda tomar el que está airado. Mas no existe
razón alguna para vivir, ni límite posible en las desgracias, si uno teme
cuanto es susceptible de temor: es ahora cuando aprovecha la prudencia, ahora cuando
hay que rechazar hasta el miedo claramente justificado con todo el vigor del
alma; pero si no, combate un defecto con otro y modera el miedo con la
esperanza. Por muy cierto que sea alguno de los males que tememos, es más
cierto aún que los temores se calman y que las esperanzas nos defraudan. Por lo
tanto, sopesa la esperanza y el temor, y siempre que la decisión sea del todo
dudosa, decídete en tu favor: confía en lo que más te agrade. Aun cuando el
miedo consiguiere más votos, inclínate no menos del lado contrario, deja de angustiarte
y recuerda constantemente esta idea: que la mayor parte de los humanos se exasperan
e inquietan, por más que no sufran mal alguno ni con seguridad lo vayan a
sufrir".
(Lucio Anneo Séneca: Epístolas morales a Lucilio, Libro II, Epístola 13, fragmento).
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