Si te
ha sobrevenido la experiencia de la lucidez, bien haya sido perseguida o no por
ti durante mucho tiempo, y tras la larga noche que asiste a los seres humanos;
verás y entenderás que a menudo llega tras una conmoción o tras una sacudida
que hiere hasta lo más íntimo de tu ser y te hace despertar de un inmemorial
letargo. Puede que no sea más que un abrir los ojos a la conciencia adormecida
o embrutecida por tu misma experiencia de la vida. La lucidez es un estado de
gracia que va acompañado de una extensa y brutal soledad, la cual es percibida como
un sacudimiento y puede llegar a agobiar seriamente a quien la percibe si no se
es capaz de encajarla, porque ves lo que nadie parece ver y te hace sentir
extraño en medio de los otros. Y es que dejan de preocuparte sus
preocupaciones, que te parecen livianas o faltas de sentido y te es prácticamente
imposible abrir los ojos de los demás, aunque te empeñes seriamente en ello. La
lucidez no te hace feliz porque no puedes impedir que tus semejantes, que
parecen ubicarse en la felicidad o en la desgracia, se dirijan previsoramente hacia
lo imprevisto por ellos e intuido por ti como una especie de vibración anímica
y hasta sensorial. Se trata de una suerte de clarividencia o apertura del
entendimiento, que se esclarece o se percibe como de una luz sobrevenida que te
lleva a entender lo que tus semejantes ni se plantean, porque entre otras razones no
entra en su área de percepción. Así es que, a menudo, la lucidez puede
proporcionarte más desasosiego que sosiego, más soledad que compañía, más
desazón que paz, más angustia que tranquilidad. No haces nada especial para que
te sobrevenga, más bien puede que la experimentes como una especie de desazón, antes de que
se abra camino en tu percepción de la realidad o en tu intuición de lo que haya
de suceder. Una vez que surge en ti este estado de gracia o de desgracia, según
quiera o desee considerarse, puede que no se retire y te acompañe hasta el
último día de tu vida, habiéndote hecho parecer raro o extravagante, tanto por
tus dichos como por tus actuaciones, ante tus semejantes. En la lucidez está tu
suerte o tu infortunio, la experiencia de tu radical soledad o el
reconocimiento, por parte de unos pocos, de esa rara forma de percepción que te asiste.
José
Antonio Sáez Fernández.
Enero de 2020.
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