sábado, 29 de octubre de 2016

LUZ DE NOVIEMBRE.

  



  Languidece octubre entre música de violines y hojas que palidecen de rubor. Es otoño, pero aún el verano se resiste a dejarnos como quien se niega a entregar una ciudad al enemigo y aguanta las embestidas del mar erguido sobre las rocas, entre farallones de espuma. Noviembre es el toque de difuntos y llega para los románticos que ceden sus versos a la melancolía. Esta luz de noviembre que se nos muere en los ojos, que se deposita en las pupilas y se derrama sobre las palmas de las manos... Esa luz es la mía y no la cegadora del verano que desea incendiarlo todo, acapararlo todo, prenderlo y llamear incombustible flameando en el aire en desmesura. Hacia la luz de noviembre me encamino, entro en ella revestido de silencio, con la vestidura blanca de los que van a ser bautizados o el sudario de los difuntos, la mortaja que aguarda alcanforada en el ropero. Esta dulce y eloquecedera luz de noviembre, este elixir de depurados, esta fragancia que hace entrar en el delirio. Esta luz es una luz que nos convierte en supervivientes del holocausto y es la mano que te llama invitándote a continuar en el tramo final del camino. Esta luz, ay, es la puerta que da entrada a la región de los hielos perpetuos, que yo acepto con serenidad y armonía. Traspasado su umbral, es la niebla lo que hay tras el pórtico, es un palpar, un ir a tientas para no tropezar y caer mordiendo el polvo.
   Noviembre es mes definitivo. Ninguno hay como él. Pareciera que es un estadio superior de conciencia que nos ubica frente a nosotros mismos y nuestra condición. Somos lo que somos y no queremos o no acertamos a afrontar. Noviembre es un barco que se adentra en el mar abducido por una luz secreta que oculta a veces su sentido. Es la señal que esparábamos y la invitación a dejarnos ir. Puede que sea un niño o quizás el anciano desnudo que aguarda con cierto pudor el aseo diario por parte de su cuidadora, de quien depende. Noviembre es siempre la luz que está a punto de entregarse, es el vencido, el arrastado por las aguas. Si llegas a noviembre, considérate dispuesto a partir, para lo que haya de venir o para lo que el destino vaya a procurarte. Es el mes de la bruma sobre las aguas en que el gondolero rema difuminándose. 
   Yo preparé mi óbolo y me dispuse a pagar sus servicios al barquero que habría de trasladarme a la otra orilla. Mas él me dijo: "Aguarda aquí a que llegue quien habrá de venir y conducirte". En medio de la niebla, buscaba yo esa luz mortecina de noviembre que se mostraba en manifiesta debilidad, entumeciendo mi cuerpo. Recibí sus pálidez entre mis brazos y créedeme si os digo que me abracé a ella.


                                                                               José Antonio Sáez Fernández.