lunes, 13 de diciembre de 2021

AFORISMOS DE LA NADA.

 



1.    En la urdimbre de la Nada se forja el Todo.

2.    Si nombramos la Nada es porque hay algo.

3.    La Nada ha de ser fecunda, como la semilla.

4.    En la Nada, y por oposición a ella, se fraguó cuanto existe.

5.    Si tú dices “Nada”, me remonto a “Origen”.

6.    En la Nada te acunas y en la Nada te acunan.

7.    La Nada es ese espacio en que braceas y nadas sin que haya agua.

8.    La Nada es el ente más frágil, pese a su apariencia desmesurada.

9.    Dices “Nada” y cierras los ojos para ver en la oscuridad.

10.  Te imaginas la Nada que flota o dibujando ondas en el espacio.

11.  Lo esencial absoluto surge de la Nada.

12.  En la Nada hay que esperar sin flaquear hasta que estalla y te sorprende esperando.

13.  Tras la Nada sobreviene el asombro y la explosión de los cuerpos vagando por el espacio.

14.  De la Nada surge la revelación y todo aquello que permanece en secreto.

15.  La Nada es un océano oscuro y despoblado que, a muchos, llama al pánico. Menos a quienes persisten en la obstinación de su desentrañamiento.

16.  Solo los hidalgos venidos a menos y los caballeros andantes pueden enfrentarse a la Nada.

17.  La Nada son los remolinos de la inteligencia y los tornados de la razón.

18.  No es una negación la Nada, sino una afirmación.

19.  Un territorio inhóspito e inexplorado para los audaces: eso es la Nada.

20.  Se adentró en la Nada porque era joven y no le temía.

21.  Lo que sigue a la Nada es la Aurora y, tras ella, un caballo galopando al alba.

22.  La Nada es un universo por descubrir, pero no todo el mundo está dispuesto a adentrarse en ella.

23.  Es ausencia la Nada; una ausencia que intuye, gratuitamente, una presencia.

24.  La Nada no es vacío ni oscuridad permanente, porque en ella se escuchan latidos o se intuyen luces muy débiles que parpadean en la noche.

25.  Afrontar la Nada es tarea de osados, testarudos y pertinaces. Gentes poco cuerdas, pero que están en la cuerda.

 

                                                     José Antonio Sáez Fernández.


miércoles, 17 de noviembre de 2021

DEL AMOR Y LAS CENIZAS.






Te resistes a aceptar que donde hubo tanto amor hoy no quedan más que cenizas. E insistes en que debe quedar algo más que no vemos, porque tras la muerte entramos en una nueva dimensión que es invisible (“lo esencial es invisible a los ojos”, se dice en “El principito”). Tras ella debe extenderse el amor, que no los elementos que formaron parte de una realidad ilusoria de la cual nos servimos para desarrollar nuestra existencia anterior. Todos ellos se quedan a esta ladera de la vida, pues son elementos frágiles y efímeros. Solo el amor perdura, él es inmortal y eterno. Solo el amor y sus adláteres: la bondad, la belleza, la hermosura, la misericordia, el perdón, la solidaridad… 

La gran revolución siempre pendiente no es otra que la del amor: la única capaz de redimirnos y salvarnos en esta encrucijada de caminos que llamamos vida y que es solo sueño, ilusión, quimera… Al final de la vida, Él lo dijo, nos examinarán de amor. Solo de amor. Si hicimos crecer, si aumentamos esa capacidad de amor y si la dimos, y si no se nos pudrió esperando la ocasión o el momento oportuno hasta desgastarnos ofreciéndola, si hicimos que floreciera y la vimos alzarse al cielo como un don o una plegaria, se nos tendrá en cuenta.






He aquí a los tercos que, aun teniendo la solución a su desventura ante sus propios ojos, no la admiten ni la aceptan porque no son capaces de verla ni tienen la suficiencia humildad para asumirla, negándose a ella y repudiándola una y otra vez, como si no fuera evidente. Son los ciegos que no quieren ver. Mientras, el mundo se desangra y todos con él en este totum revolutum, en este sumidero que se traga el agua. El amor espera ahí, al alcance de la mano, dispuesto para ser usado y desgastado, llevando consuelo a los afligidos, a los desesperados, a los exiliados y a los sin patria como la gran dádiva divina: la única capaz de cambiar el mundo y a los seres humanos.
 
                                                 José Antonio Sáez Fernández.






jueves, 28 de octubre de 2021

EL BUSCADOR DE PERLAS.

 





Algunos se conforman con nadar esforzadamente en superficie y son admirados por quienes, desde la arena de la playa, los avistan y siguen con la mirada. Así también quienes navegan sobre sus tablas de surf o practican esquí acuático, movidos por el afán de sentir su rostro contra el viento, la velocidad y el vértigo, la adrenalina que los impulsa; sintiéndose envidiados y admirados por quienes miran. Pero hay también quienes, habiendo gustado de la hermosura de las profundidades, de las criaturas irisadas que las habitan, de las algas marinas y las islas de coral magnífico que yacen sumergidas en ellas, no desean otra cosa que descender buceando hasta contemplarlas de frente, admirarlas y referir luego a sus más íntimos, no sin atropello y dificultad, entusiásticamente, las beldades que pudieron avistar en la soledad y el silencio de las profundidades. 






El buscador de perlas era de estos últimos, hablaba atropelladamente y no revelaba a nadie el lugar secreto en donde hallar las grandes conchas marinas, los bivalvos que se abrían y se cerraban ante sus ojos maravillados por la blancura cegadora de las perlas de nácar, con las que tejía collares para las más bellas de entre las sirenas de cabello ondulado.


                                                                            José Antonio Sáez Fernández.


viernes, 15 de octubre de 2021

FELICIDAD Y REDES SOCIALES.

 


Parece que en la sociedad del bienestar hemos descubierto de pronto la desazón existencial, que ha de ser algo así como el desacuerdo entre intentar demostrar exteriormente lo felices que somos y lo que en realidad sentimos por dentro y a solas: algo inconfesable. La monotonía diaria en extenuantes jornadas laborales que apenas nos dejan tiempo para compartir con las personas que de verdad nos importan, a cambio de un fin de semana o un puente que intentamos exprimir con la avaricia de quien los sabe efímeros, como todo en la vida. Y no paramos de huir, incluso hasta de nosotros mismos. Nos ronda el miedo a quedarnos solos, el terror a que pase el tiempo y nos preguntemos si hemos vivido la vida de acuerdo a nuestras aspiraciones. Mejor no plantearse cuestiones profundas que no llevan a ninguna parte, que no solucionan nada y no provocan sino amargura, frustración e infelicidad; las cuales constituyen tabúes en una sociedad nacida para la alegría perpetua, el jolgorio continuo, la fiesta total que ha de quedar reflejada convenientemente para la historia y los demás en las redes sociales o ha de ser devorada por el guasap.



Pero la vida no suele ser como se muestra en las redes sociales y las personas, que aspiran legítimamente a ser felices, saben por sí mismas que gran parte de lo que difundimos de nosotros y nuestra vida es pura apariencia, pura superficialidad, si no pura hipocresía. Vivimos hacia fuera, para que los demás nos vean y nos importa más que los otros verifiquen lo felices que somos que, en realidad, ser verdaderamente felices. Seres en superficie, pues, no en inmersión; tragando aire para respirar por las branquias que les nacen de los hombros o en pecho. Hay gentes, que se dedican a manipular ideológicamente las redes sociales y captan incautos que difunden sus mensajes envenenados, los cuales muestran la gran mentira que subyace bajo la apariencia del pastelito envenenado. Más tarde o más tempranos esos mensajes y quienes los difunden quedan al descubierto, con las vergüenzas al aire y bajo el gesto de asombro de los confiados.



Pedir hoy autenticidad y verdad en nuestras vidas es pedir demasiado. Pedir pensamiento y reflexión para evitar la manipulación, una imposible empresa. Estamos, como siempre estuvimos, a merced del gran capital y las ideologías que planean y diseñan nuestra vida. Al arbitrio del postureo, como suelen decir los jóvenes.

                                                            José Antonio Sáez Fernández.

viernes, 17 de septiembre de 2021

OJOS AL ACECHO.






¿Qué decir de los ojos? Y a partir de ellos, ¿Qué de la contemplación? Abiertos hacia a luz e imprescindibles para ponernos en contacto con el mundo, para abrirnos a la belleza de la creación y a las relaciones con nuestros semejantes. Desplegamos la mirada como quien se eterniza sobre las brasas y hacemos nuestro su conjuro acogedor que conduce al alma. Dejamos ir a nuestros ojos, siempre están escapando y ay de nosotros si no los retuviéramos. Así el niño que gatea y solo ambiciona escapar de la mano que lo sujeta. Ellos van como si caminaran por libre, ajenos al cuerpo que les da cobijo. ¡Qué son los ojos sino alas de pájaro, las alas del águila o las del halcón! Se nos van los ojos como se van los hijos en la madurez vital, sin que podamos ni debamos retenerlos. Van en la libertad del aire, hacia ninguna parte, hasta dar con la diana que los subyuga, que los atrae, que los atrapa. Los ojos no ven tope ni restricción alguna en su vuelo sobre el azul, aunque se ven limitados en la noche porque están hechos para la luz.



Mas he aquí que aun siendo la vista uno de los cinco sentidos, puede también quebrarse, malinterpretar lo atrapado y confundirnos; si no caer en la desmesura y ambicionar los límites de su contingencia física. “Si tu ojo te escandaliza, arráncatelo y tíralo; porque más te vale que se pierda uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno” (Mateo 5, 29) –dijo el Maestro. 

Para llegar al centro de ti mismo es necesario que atravieses por "el no ver", porque ese es el camino que conduce a la luz. No se llega a la aurora sin pasar por la noche, a ser posible cerrada, que no estrellada. En "el no ver" está la pista que lleva al secreto mejor guardado; esto es: tu unión con la deidad o con el universo del que formas parte, si así lo deseas.




 Es la plena oscuridad lo que te propulsa hacia la visión completa. ¡Qué pocos persisten en ese sendero! ¡Y cuántos abandonan en la búsqueda! El logro es de quienes perseveran. Pero no superas esa oscuridad infinita sino por concesión de una gracia que te es ajena: limitadas son las capacidades humanas que quedan muy atrás, abandonadas en el camino. De la oscuridad no sales por méritos propios, sino por los ojos que te miran y te aguardan al otro lado de tu misma contingencia. Feliz quien se abandona al río que nos permite fluir hacia lo ignoto y, entrando en un territorio inexplorado, se sabe a salvo en los brazos que lo acogen magníficos.


                                                                      José Antonio Sáez Fernández.





viernes, 3 de septiembre de 2021

AMOR FLUYENTE.




   Lo que se da en amor no muere porque queda grabado de forma intangible en la eternidad, para que no lo borre el olvido. Por eso tú, no dudes: todo el amor que diste quedó grabado a sangre y fuego, y no podrá el paso del tiempo borrar la memoria de cuanto por amor te prodigaste, por el que te creciste y fuiste ya inmortal. Sabe que solo el amor que dimos nos convierte en inmortales. Solo el amor va en el silbido del viento y llega al corazón palpitante de la muchacha en flor que aguarda, engalanada de novia los besos, las palabras encendidas de aquel que le da vida. Ah, el amor, que es concesión divina y embarga todo el corazón humano, ese que apenas puede soportar la plenitud amorosa… Ama. Ámame, compañera. Amadme, vosotros, porque os amo, porque sois mis iguales en todo, con mis mismas carencias y mis aspiraciones. 




   Os doy amor porque no cabe más dentro de mí, porque el amor fue concebido para desbordar su cauce, como los ríos en la estampida de las aguas. Sabed que he amado y por ello sé que he vivido. De no haberlo hecho así, mi vida sería un erial, el árbol estéril que no ha dado fruto, ese al que terminó por agostar la sequía del egoísmo y es hoy fantasma del páramo baldío y desértico. Ved cómo me he derramado y deshecho en vosotros, cómo me he dejado caer en la languidez como el que se abandona, como quien no da más de sí y se ha quedado exhausto, como quien se ha vaciado de sí enteramente y a quien aún sobra siempre un poco más de amor que dar. Soy, así, el que se deja llevar y al igual que la caña va en la bonanza de las aguas que lo transportan, sumido en su propia paz, dispuesto a entregarse una vez más. Mirad en mi bodega interior y bebed del mosto que en ella fermenta, pues soy el desalojado. Solo en el desprendimiento me enriquezco y cuanto más doy, mayor compensación obtengo en este gozo inefable de amar.

 

                                                         José Antonio Sáez Fernández.



jueves, 29 de julio de 2021

CALBALGANDO JUNTO A DON QUIJOTE.

 



Has de saber, Sancho, que hoy me embarga un raro sentimiento de melancolía, porque llevamos dos días cabalgando y aún no nos han salido al paso, por estos polvorientos caminos que recorremos, los gigantes descomunales contra quienes me advirtieron las historias de los caballeros andantes que me precedieron en la noble Orden que profeso, y a la que tú perteneces como leal escudero mío. Y no me digas que aún no has comido, pues de sobra sabes que los caballeros andantes se alimentan de las hazañas que les acaecen; mas no así quienes les sirven, que necesitan sentir cómo se desliza el vino por su garganta y, en cortando con su navaja un trozo de queso, y con él un buen pedazo pan, bien cocido en el horno por su ama, son los seres más felices de la tierra. No me culpes, pues, Sancho, amigo, de no reparar en tu necesidad sino en esta insaciable sed de aventuras que me consume, pues al fin y al cabo es superior a mí y al magullado Rocinante que soporta mis huesos sobre los suyos. Mas, en transcurriendo aquella loma hay una alameda que discurre al par de la orilla de un riachuelo, donde podremos dar agua a nuestras respectivas cabalgaduras y, bajo la sombra que nos proteja, podremos hallar el solaz que tú buscas y que yo necesito; así como descanso para Rocinante y el jumento. Mira que cae la tarde, Sancho, y se nos viene encima la noche, por lo que debemos acogernos a la protección que se nos brinda y ponernos a resguardo de las alimañas que nos acechan a cada paso que damos.

- Haga y diga vuesa merced lo que bien le parezca y pase por sus mientes atormentadas y sudorosas, que yo voy sacando ya las pobres viandas que aún restan de mi faltriquera, pues mis tripas rugen de desconsuelo y mi cuerpo, en su flaqueza, se resiste a mantenerse erguido sobre el jumento.

- Come  y bebe tú, Sancho, amigo, y duerme también si lo deseas, que yo estaré velando toda la noche bajo la luna llena por amor de mi señora Dulcinea; pues de sobra sabes que sólo ella es la dueña de mis pensamientos.


                                                                      José Antonio Sáez Fernández.

martes, 2 de febrero de 2021

LOS DÍAS DE LA PANDEMIA.




Aquel día, Ángel se levantó preguntándose por qué la humanidad habría decidido suicidarse. La especie humana no había existido, obviamente, desde el origen del mundo; sino que era resultado de la evolución. Pues hubo un inicio, no tenía nada de particular que hubiese también un final. Él pertenecía a una especie que había acosado y sometido a una extinción más o menos programada, más o menos vertiginosa, a otras muchas especies, arrebatándoles su territorio y su hábitat natural, hurtándoles el alimento, asolando su territorio o sometiéndolo a una depredación sostenida hasta dejarlo exhausto e inhabitable. El afán depredador, la arrogancia, la falta de escrúpulos con el medio de esta especie que se consideraba a ella misma la especie elegida, el ser racional e inteligente, dotado de libertad y dignidad inquebrantables, no tenía parangón con otras especies con las que debiera convivir y compartir tan hermoso y único planeta, nuestra casa común.




El ser humano se había extraviado irremediablemente: padecía una enfermedad incurable y era presa del desvarío, quizás antes nunca apreciado en el común de las mentes vacías, únicamente guiadas por el individualismo salvaje y el ansia de colmar todos los apetitos que lo seducían. Era, en efecto, como si alguien hubiese dictado el vaciamiento de los cerebros a través de la expansión de un virus de demencia colectiva. Las masas, agitadas por políticos y multinacionales, eran dirigidas desde los medios audiovisuales y de propaganda hacia el consumismo más absoluto, como único camino hacia la felicidad posible; decretada ya la muerte del amor, de la conciencia y de los valores que hubieron sustentado las sociedades humanas desde el origen. No habíamos entendido que, al presente, éramos enteramente dependientes unos de otros y que la solidaridad no era una opción, sino la única salida posible a la ceguera que nos acosaba. Las estadísticas, las encuestas y la bolsa de valores eran algunos de los instrumentos utilizados por las mentes dominantes y manipuladoras con objeto de controlar y dirigir al rebaño hacia los fines que habían determinado en un presente desolador y un futuro provechoso, según calculaban, para sus intereses. La especie anestesiada, como la conciencia, vivía el sueño del estado del bienestar del que emanaba toda aquella felicidad posible. Todo estaba previsto: los conceptos elaborados repetitiva y machaconamente para ser asimilados por las mentes anémicas, anulada toda capacidad de pensamiento crítico y libre, todo esfuerzo que supusiese pensar críticamente.




Como otras especies animales hermanas de la especie humana, al verse acosadas y su medio destruido, se decidían por el suicidio colectivo al verse privadas de su hábitat y de las mínimas condiciones necesarias para sobrevivir; ese mismo camino parecía ser el que habían elegido los humanos, y hacia ese mismo objetivo, nunca explícito, se dirigían irremediablemente, ya iniciado el siglo XXI de nuestra era. Quede aquí constancia.



                                                                        José Antonio Sáez Fernández.

                                                                Febrero de 2021, segundo año de pandemia.