martes, 2 de febrero de 2021

LOS DÍAS DE LA PANDEMIA.




Aquel día, Ángel se levantó preguntándose por qué la humanidad habría decidido suicidarse. La especie humana no había existido, obviamente, desde el origen del mundo; sino que era resultado de la evolución. Pues hubo un inicio, no tenía nada de particular que hubiese también un final. Él pertenecía a una especie que había acosado y sometido a una extinción más o menos programada, más o menos vertiginosa, a otras muchas especies, arrebatándoles su territorio y su hábitat natural, hurtándoles el alimento, asolando su territorio o sometiéndolo a una depredación sostenida hasta dejarlo exhausto e inhabitable. El afán depredador, la arrogancia, la falta de escrúpulos con el medio de esta especie que se consideraba a ella misma la especie elegida, el ser racional e inteligente, dotado de libertad y dignidad inquebrantables, no tenía parangón con otras especies con las que debiera convivir y compartir tan hermoso y único planeta, nuestra casa común.




El ser humano se había extraviado irremediablemente: padecía una enfermedad incurable y era presa del desvarío, quizás antes nunca apreciado en el común de las mentes vacías, únicamente guiadas por el individualismo salvaje y el ansia de colmar todos los apetitos que lo seducían. Era, en efecto, como si alguien hubiese dictado el vaciamiento de los cerebros a través de la expansión de un virus de demencia colectiva. Las masas, agitadas por políticos y multinacionales, eran dirigidas desde los medios audiovisuales y de propaganda hacia el consumismo más absoluto, como único camino hacia la felicidad posible; decretada ya la muerte del amor, de la conciencia y de los valores que hubieron sustentado las sociedades humanas desde el origen. No habíamos entendido que, al presente, éramos enteramente dependientes unos de otros y que la solidaridad no era una opción, sino la única salida posible a la ceguera que nos acosaba. Las estadísticas, las encuestas y la bolsa de valores eran algunos de los instrumentos utilizados por las mentes dominantes y manipuladoras con objeto de controlar y dirigir al rebaño hacia los fines que habían determinado en un presente desolador y un futuro provechoso, según calculaban, para sus intereses. La especie anestesiada, como la conciencia, vivía el sueño del estado del bienestar del que emanaba toda aquella felicidad posible. Todo estaba previsto: los conceptos elaborados repetitiva y machaconamente para ser asimilados por las mentes anémicas, anulada toda capacidad de pensamiento crítico y libre, todo esfuerzo que supusiese pensar críticamente.




Como otras especies animales hermanas de la especie humana, al verse acosadas y su medio destruido, se decidían por el suicidio colectivo al verse privadas de su hábitat y de las mínimas condiciones necesarias para sobrevivir; ese mismo camino parecía ser el que habían elegido los humanos, y hacia ese mismo objetivo, nunca explícito, se dirigían irremediablemente, ya iniciado el siglo XXI de nuestra era. Quede aquí constancia.



                                                                        José Antonio Sáez Fernández.

                                                                Febrero de 2021, segundo año de pandemia.

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