martes, 24 de octubre de 2017

POETAS EN EL MUSEO.







POÉTICA DEL ARTE.
(TRES POEMAS DE JOSÉ ANTONIO SÁEZ)



I
Ut pictura poesis.

Da alas al pincel, contenlo, y quién
conduce esta mano, quién la seduce,
tan diestra en libertad y en señorío
que el lienzo ha de surcar,  y con qué fuerza,
por la vasta planicie en donde espero.
Que la inspiración venga laborando,
dejándose llevar en tal concierto
que el esfuerzo propicie, con maestría,
el logro superior del ser divino.
Son los dedos de un dios los que discurren,
el ingenio que rompe, en su demencia,
los límites que impone el ejercicio
que la gracia convierte en desmedida.
Mezcla el color su sangre con la mía:
esto es amor, el dar cuanto poseo
por admirar los ojos que esperaron
el milagro que en ellos se forjase.
Pintura, esa alta dama que flirtea,
en devaneo aparente y necesario,
con la escultura mágica y la música.



II
Horror vacui.

¡Ah,  delirio de manos que laboran,
la marea de dedos que moldean,
forjadores de formas en la nada!
Manos como herramientas productoras
que el martillo tras el cincel empujan,
sabias manos que buscan la silueta
y, con vigor, desvelan su secreto.
Nada con más nobleza en la tarea
que las manos buscándose vacías,
y a la nada recrean y enamoran
con la forja que engendra su constancia.
Es el alma quien dicta la figura
Con el ingenio que la pone en marcha.
Es la imaginación y son los sueños
quienes dan luz al vuelo de los ojos.
Sueña el hombre en ser dios en cuanto crea
y los sueños en lo eterno lo ubican.
No existe mayor gozo en la criatura,
ni siquiera tormento laborable
para quien, febril, en el delirio gesta
la creación de manos escultoras.
Manos ungidas, dedos más leales
del orfebre que en la magia florecen:
¿acaso fuisteis tormento de un dios
en la zozobra, en el hostigamiento
y para la desazón, aún inquietas;
huecas manos que extraen de la nada
el desafío inerte a que dan vida.



III.
Euterpe.

Para el canto acordado, tus labios quiero ciertos.
Para la melodía que he de escuchar mañana,
cuando el final se acerque fingiendo besos fríos.
No me arranques la vida, dame tus sones puros
para que pueda amarte al menos un instante.
La eternidad nos llama hacia un coro de voces
que vibrando se acercan en las cuerdas del arpa
que tañes para mí, muchacha de los bosques
poblados de un planeta perfilado en tus brazos.
En tus dedos de escarcha beso a la misma muerte,
esa florida dama que ama los crisantemos
y me das a beber licor de su cosecha,
como si ambos quisiéramos, confundidos, rendirnos
al compás de su música o al ritmo de sus pasos.
Déjame que naufrague al agua de tu boca
por si acaso la noche nos sorprende despiertos,
o por si, en la vigilia, mi corazón te busca
y tú no estás conmigo, cuando la luz nos nazca.


                                José Antonio Sáez.