domingo, 29 de julio de 2012

La segunda época de la revista "Batarro": Medardo Fraile (XXII).



El volumen que comprende los números 47-48-49 de la revista literaria "Batarro", correspondiente al año 2005, estuvo dedicado al escritor Medardo Fraile (Madrid, 1925), miembro de la generación del 50, del medio siglo o de los "niños de la guerra", junto a Ignacio Aldecoa, Ana María Matute, Jesús Fernández Santos, Rafael Sánchez Ferlosio, Juan García Hortelano, Alfonso Grosso, Juan Goytisolo, Jesús López Pacheco, Carmen Martín Gaite, Josefina Rodríguez y un largo etcétera, por citar sólo a algunos de los narradores del grupo.

La edición estuvo al cuidado de Pedro M. Domene, gracias a su amistad personal con el escritor madrileño, catedrático emérito de la universidad de Strathclyde (Glasgow) y residente en Escocia. Esta entrega constituye uno de los hitos señalados de la segunda época de la revista literaria del Almanzora y obtuvo gran resonancia en los medios literarios y periodísticos. De ella se realizaron, como venía siendo habitual, dos ediciones: una como revista literaria y otra dentro de la Colección Batarro de Ensayo. La primera llevaba el excelente collage de portada del malagueño Francisco Peralto, con ilustraciones interiores del pintor huercalense Pepe Bernal y un retrato del autor pintado por su esposa Janet H. Fraile; la segunda trae en portada un retrato del autor de Escritura y verdad, firmado por el pintor Álvaro Delgado. También en esta segunda edición se reprodujeron las ilustraciones de Pepe Bernal y Janet H. Fraile.

En la presentación del volumen, Pedro M. Domene justifica esta edición de homenaje al cumplirse 80 años del nacimiento de Medardo Fraile, de ellos más de cincuenta entregados a la literatura, y lo cataloga como autor de culto y como un clásico en el cultivo del relato breve, junto a Ignacio Aldecoa y Jesús García Pavón. De su presentación, "Descontar y contar (y las dos cosas cuentan)" extracto estas líneas: "Fraile consigue dotar al lenguaje de todas las posibilidades que éste tiene; su habilidad narrativa está en lo breve, tanto si es ficción como ensayo; porque en sus textos teoriza, una y otra vez, sobre conductas preferentemente humanas pero, en ocasiones,  también divinas. Se interroga constatemente sobre el comportamiento del ser humano y sobre los misterios que salpican a nuestro mundo; es decir, a esa propensión que nos llevaría a pensar en todo lo relativo al bien y al mal. Su literatura nunca está sujeta a esas categorías absolutas que nos recuerdan uno u otro modelo de aprendizaje; sino que su visión, preclara, ofrece esa otra luz que logra cambiar las cosas" (p. 6).

A continuación se ofrece una significativa muestra de la obra periodística de Medardo Fraile, bajo el título de Rayas, compuesta por 16 textos breves, seguida por los cuentos "Postrimerías", "La marcha de Radetzky" y "Old man drive". La entrevista que Pedro M. Domene realiza al narrador madrileño extrae para su título un aserto del escritor entrevistado: "La realidad en el cuento se sirve de la fantasía para ser real más hondamente". En ella se abordan los aspectos más significativos de la vida y la obra de Medardo Fraile, desde su ubicación en la posguerra, las primeras publicaciones, su experiencia juvenil en el teatro y su adopción de la narrativa corta como género propio, su residencia en Escocia, un recorrido y análisis por sus principales títulos, su vinculación con los miembros de su generación y la repercusión de su obra tanto en España como en el extranjero.


El escritor uruguayo Augusto Monterroso, reconocida autoridad en el género del relato corto, escribió sobre él, según cita que se recoge en este volumen, lo siguiente: "Fiel cultivador del género desde los inicios de su carrera de escritor, Medardo Fraile, el gran cuentista español, ha creado un singular mundo literario sobre la base de tres cualidades fundamentales: su impecable manejo del idioma, su inagotable capacidad de invención y su profundo conocimiento de los seres humanos de todos los días, de esos que encontramos en las narraciones como si uno fuera uno de ellos, viejo ideal que sólo los grandes creadores alcanzan" (p. 20).


(Jesús Martínez Gómez, Pedro M. Domene, Medardo Fraile, Janet H. Fraile y Jerónimo López)

El volumen sigue la estructura de entregas anteriores. Así, en "Semblanzas" sobre el escritor homenajeado, se incluyen textos de Andrés Berlanga: "Extrañado Medardo", Juan Casamayor: "La escritura de verdad", Antonio Jiménez Morato: "La lección bien aprendida", José López Rueda: "Los días por venir", José María Montells: "Cómo escribe Medardo" y Miguel Sanfeliú: "Medardo Fraile, un acercamiento". Sigue a este grupo de textos el álbum fotográfico del autor, con numerosas imágenes familiares de su infancia y juventud, así como de sus relaciones personales y amistades literarias. Una nutrida sección de "Estudios" sobre su obra viene a culminar este volumen de homenaje con ensayos sobre su teatro, firmados por Jerónimo López Fernández: "Medardo Fraile y el teatro español de posguerra"; sobre su obra narrativa, con textos de Santos Alonso: "Escritura y verdad. Cuentos completos", Ana L. Baquero Escudero: " "El niño y el cuento: algunos ejemplos en la obra de Medardo Fraile", Eliacer Cansino: "Corazón y metafísica (Una aproximación a la poética de Medardo Fraile), Pedro Felipe Granados: "Del infierno al cielo: Ladrones del Paraíso", Angelina Lamelas: "Retratos de mujer", John C. Mcintyre: "Reflexiones sobre tres cuentos éticos, de Medardo Fraile", Joaquín Marta Sosa: "Poética para fracturar el mundo" y Ángel Zapata: "Escritura y verdad".


(El escritor Medardo Fraile)
Se aborda también su novela a través de los ensayos de Jesús Martínez Gómez: "Autobiografía: la novela de Medardo Fraile" y de José María Merino: "Trabazón de vida y distancia poética (sobre <<Autobiografía>>, de Medardo Fraile)"; para concluir con dos nuevos ensayos sobre su obra crítica: uno de Ramón Jiménez Madrid, titulado "Crítica creativa" y otro de María del Pilar Palomo: "Zonas fronterizas: artículo y cuento". Una cronología bastante completa y la pertinente Biliografía del autor y sobre el autor completan este volumen de homenaje a Medardo Fraile que la revista literaria "Batarro" quiso dedicarle al cumplirse el octogésimo aniversario de su nacimiento.

   Unas líneas extraidas del cuento "La marcha de Radetzky", de Medardo Fraile, publicado en el número 47-48-49, correspondiente al año 2005, homenaje de la revista literaria "Batarro" a uno de los grandes cuentistas españoles del siglo XX:

"Recuerdo a Carmelo Sanjulián, que tenía piernas alámbricas de mosquito y cara de mala leche y estaba siempre adulándome o acorralándome a empujones en un rincón, para que le diera la mortadela de mi bocadillo y, si no lo hacía, le decía a los otros, en voz alta, que mi abuelo estaba sansirolé, lelo, tontolaba, legumbre, gilivaina, lirio o cebollo. Acabé contándoselo al señor Salcedo y el matasiete le puso al maestro tal cara de inocencia y le exhibió tales maneras de monaguillo servil que el señor Salcedo le quitó importancia a la cosa y nos ordenó que nos diéramos la mano delante de él, a lo que Carmelo se apresuró como si le fuera la vida en ello".


                                                                                       Medardo Fraile.




miércoles, 25 de julio de 2012

EDÉN DE LAS CENIZAS (Cabo de Gata).



(Fotografía de Luis Muñoz Almagro)

Cuerpo amortajado. No hay más luz que tu desnudez. Carne envuelta en los sudarios con que remontas la oscuridad y la noche. Tumba del cuerpo que reposa entre la languidez y el abandono. Así el paisaje entregado a esta luz que hiere, así las cadenas montañosas, así las calvas sierras, los montes del desierto; así los valles coronados de hermosura y pobreza, los oasis ocultos de palmeras feraces, así el palmito y los ocres, así la vasta extensión de la tierra humeante que deviene, extenuada, hasta el mar... De tu fragilidad, tu hermosura: allí donde la belleza es una con el cielo y las aguas. Carne desprovista de su atuendo, cuerpo expuesto sin rubor a los ojos, exhibido en su solemne desamparo bajo las notas de un réquiem. Ah de los cabellos ensortijados y los penetrantes ojos que miran con amor el espacio que incuban, y los brazos que ciñen avariciosamente el mar, y las dunas de los senos, y el vientre de la tierra que aún se sabe fecundo, y la llaga anhelante del deseo, y los muslos por donde se deslizan peces escurridizos en la cópula loca de los cuatro elementos: la tierra, el fuego, el aire, el agua...



(Fotografía de Luis Muñoz Almagro)



No, no es la tierra quien aquí se impone. Ni siquiera el mar distante que golpea persistentemente los acantilados, ni  las rocas lamidas en su condena por las olas, ni las piedras delicadas del fondo o de la playa, ni tampoco es la ventisca que pule caprichosamente las formas esculpidas de la vertiente barriendo el polvo que ciega, como la luz, al osado viajero que se interna en este círculo de fuego y de cenizas. Pues has venido a perderte, revelaré yo el secreto: El señor de este sitio, el dios soberbio que gobierna sin piedad el lugar de que hablo no es otro que el Sol que lo devora antes de entregarlo. Celoso él mismo, guardián de su criatura, cancerbero aguerrido que acorrala su presa antes de que deponga su actitud y venga a ser compartida. Este espacio fue sin duda un edén: lo es también ahora, cuando ya las cenizas volcánicas cubren las laderas de los montes que vienen a entregarse al mar como doncellas en la adolescencia. Hasta sus playas llegan voces antiguas, gritos de titanes y comerciantes lejanos que, en el inicio del tiempo, se rindieron a ellas. Toca el dedo de un demiurgo terrible la tierra ardiente, el quemado espectro del rostro perseguido bajo el espejo del firmamento. El cielo y el mar: lunas de azul intenso, ambos en variada gama de azules traslúcidos como piedras deslumbrantes. Algo sobrecoge el ánimo y, al mismo tiempo, hace partícipe al corazón de un gozo inefable.



(Fotografía de Luis Muñoz Almagro)



En la playa, apenas unas aves surcan medrosas el aire ardiente. Semejan blancos trazos de un lienzo que se agita, puesto a secar al sol. Un único pájaro picotea el fruto quemado de una pita, cuyo cadáver nutre ahora el polvo llameante. Las alzabaras alardean de un falo que emula el priapismo. Donde alcanza la mirada, la cal de las paredes pone freno a la luz, la absorbe y compite con ella. Una casa en soledad es la vela de un barco sin su mástil o el ala incorpórea de un ave marina; las ruinas, su esqueleto. Solitarias, difuntas, sus paredes como cuerpos de náufragos arrastrados por la marea, vapuleados por las ondas de un delirio que hace vibrar el aire en la ardentía. Hasta llegar al mar, la tierra extiende su agonía anhelante. En los montes cercanos, la lava de volcanes dormidos petrificó deseos, huellas de atrevidos viajeros que hasta allí buscaron prolongar su osadía. Nada ata a los cuerpos en el vacío y algo inefable hace brotar las alas, proporciona ligereza y empuja al cristal del aire, del cielo y de las aguas que los dotan de alivio en este edén de las cenizas. Y se saben los cuerpos impelidos hacia calas secretas tras los acantilados. Cuerpos emergidos que se precipitan y se atropellan sin descanso. Cuerpos ya libres, depositados por las olas sobre la delicada arena de las playas, donde terminan el mundo y los deseos.


                                                                                         José Antonio Sáez.

(Fotografía de Luis Muñoz Almagro)


sábado, 21 de julio de 2012

La segunda época de la revista "Batarro" (XXI).



Corría el año 2004 y acordamos dedicar el volumen anual de la revista al escritor mejicano Miguel Ángel Muñoz (Cuernavaca, Morelos, México, 1972), poeta y crítico de arte, director de revistas literarias como Tinta Seca, quien realizaba por aquel entonces su doctorado en Historia del Arte en la UNAM de México. Se trata de los números 44-45-46 de "Batarro". La entrega se titula El espacio invisible (Una vuelta al arte contemporáneo) y el prólogo fue redactado por el compañero en las tareas del consejo de redacción de la revista Jesús Martínez Gómez,  hoy profesor de Lengua Castellana y Literatura en su localidad natal: Huércal-Overa (Almería). Se llevaron a cabo dos ediciones: una como revista y otra dentro de la Colección Arte, de "Batarro", patrocinada por el Centro de Estudios Huercalenses, dependiente del Ayuntamiento de Huércal-Overa. En la primera, el collage de portada fue del malagueño Francisco Peralto y en la segunda, la ilustración de portada fue del pintor segoviano Esteban Vicente.


(Miguel Ángel Muñoz)
La propuesta de edición corrió a cargo de Pedro M. Domene, gracias a su conocimiento y vinculación con la literatura mejicana actual. Los libros de arte ya habían tenido un precedente más que notable en el excelente ensayo ilustrado que habíamos publicado sobre el escultor Eduardo Cruz, de Macael (Almería), escrito por el catedrático de arte de la Universidad de las Islas Baleares Miguel Seguí Aznar. Se títuló El escultor y sus duendes. La obra plástica de Eduardo Cruz. Esa preocupación por lo artístico se vio también reflejada a través de la importancia que la fotografía o la poesía visual alcanzaron en varias de las publicaciones de la revista y en las colecciones dependientes de ella. Sirvan como ejemplos los números de homenaje dedicados a Diego Granados, a Francisco Peralto o el conmemorativo del centenario del Quijote.

Consta el volumen de trece ensayos, todos ellos publicados con anterioridad en suplementos culturales de la prensa mexicana, revistas y volúmenes colectivos, en su gran mayoría de México y en algún caso de Brasil,  cuyos títulos son los siguientes: "Josep Guinovart: la transfiguración de la pintura", "Roberto Matta: la arquitectura de la emoción", "La imaginación del instante: signos de José Luis Cuevas", "Eduardo Chillida: la estructura del vacío", "Bruno Widmann: lenguaje y figuración", "Ángeles San José: la poética de la abstracción", "Richard Serra: El peso de la escultura", "Jordi Teixidor: las tentativas de la memoria", "Materia y pintura: Aproximaciones a la obra de Albert Ràfols-Casamada", "Robert Rauschenberg: el desafío constante", "Francesc Torres: la metamorfosis del arte", "Chema Madoz: el instante poético de la fotografía" y "Esteban Vicente: el ilusionista del expresionismo abstracto". Junto a cada ensayo se publicó una ilustración original de cada uno de los artistas tratados en esta obra.


Afirma el profesor Jesús Martínez Gómez que una de las características más señaladas de estos ensayos radica "en el lirismo con que el autor desentraña esa zona cero desde la que se articulan los procesos creativos, acudiendo una y otra vez a acertadas referencias literarias, denotativas del punto de partida común que anima a las vanguardias a lo largo del siglo XX, con absoluta independencia del soporte comunicativo escogido para mostrarse" (p. 8). Y un poco más adelante asegura que el elemento fundamental que se constituye en eje articulador de todos los ensayos "no es otro que el espacio, o para ser más exactos: el tratamiento que otorgan al espacio los autores (...) Un espacio multiforme, poliédrico, abarcador y misterioso (...)" (p. 9).

 Unas líneas del escritor mexicano Miguel Ángel Muñoz, extraídas de su libro de ensayos de arte publicado con el título de El espacio invisible (Una vuelta al arte contemporáneo), número 44-45-46 de la revista literaria "Batarro":

"No es inexacto decir que la obra de Guinovart es una metáfora. La pintura se ha vuelto imagen. Una de sus obras mayores -oscilante entre la poesía y la pintura- viene de la oscilación entre sentido y forma: Constelación: la osa de ceniza y cabezas. Esta oscilación es la música del espacio que resuena en otras obras.
Cada una de las obras de Josep Guinovart es la culminación de un largo proceso, un signo poético. Todo gira al mismo tiempo, como ya dije, en un eje que Guinovart va construyendo con su propia existencia. El arte existe por consagración de la memoria, y al transfigurarlo, lo recreamos como posesión individual. Por ello, Josep Guinovart es desde hace más de cincuenta años un profeta de la imaginación y la renovación constante".

  
                                                                                 Miguel Ángel Muñoz.



(Portada de la revista mexicana "Tinta Seca")


miércoles, 4 de julio de 2012

EL SEÑOR DEL BOSQUE.

                                (A la memoria de María Zambrano y José Ángel Valente)                                                             

Para el que emerge del interior de la espesura, semioculto entre el tupido ramaje que lo cerca, aquél cuya presencia envuelven los claros del bosque y, como el pájaro solitario, no requiere compañía; el arrogante de sí, el confiado, el soberbio, el transparente y lúcido que recibe la lanzada de los rayos de sol e infunde su calor en el claustro vegetal con el aliento humeante; ése, el seguro en la testuz, que es opulencia y majestad del ser sagrado.
Para el que se interna en el bosque y ramonea las hierbas mejores y más frescas, aquél que en la berrea se enfrenta al adversario, señor de sus sentidos más agudos, a quien siguen las hembras complacientes dispuestas a concebir y engendrar de su potestad. Para ti, dios del bosque, el reino frondoso que gobiernas, señor de los árboles egregios y los jardines opulentos por donde paseas seguro, ajeno y tan lejano al edén periférico. Tú, el conmovido, el experimentado, el dueño de sí y de los dominios que reconoces como propios, el respetado que refleja su imagen sobre el espejo de las aguas en donde abreva y, como Narciso, se contempla en ellas desde el orgullo y la complacencia. Aquél en quien se encarna y en quien toma forma una deidad suprema para mostrarse a otros ojos que escrutan en la hondura a que no tienen acceso los volubles y febles. Fecundo como la tierra fértil y las semillas que en su interior se pudren para hacerse al espacio en busca de la luz que tú posees: el protegido, el impasible, el que deja pasar el aire abundante, el disipado que derrocha en majestad y belleza. Nadie escuchó con semejante claridad tu llamada más íntima, tu invitación solitaria y a resguardo de los ojos ajenos.






Subyugado, prendado, abducido por ti, te seguí en la fronda. Errabas por el sendero que conduce hacia el centro de ti mismo y saliste en mi busca, aun sabiendo que lo externo te haría vulnerable. Te asomaste a mi abismo, donde el bosque delimita sus fronteras urgentes, y mostrabas con orgullo tu semblante, menospreciando el avistamiento ajeno. Eras como el alado doncel de las llanuras oteando sus pastos. Allí te vi pacer, rumiando hierbas nuevas que codicia el olfato y son delicia al paladar gustoso. El don de tu ebriedad eras tú solo, magnífico galán del sotobosque. ¡Qué gallardía en tus patas más firmes que columnas y qué fuego en tus ojos de carbón llameante! Rítmico el palpitar del corazón en el pecho, tambor de los danzantes, agitado el aliento y aún sereno. ¿Acaso me buscaste por aquella ensenada desde donde avistabas la insinuante ladera cadenciosa por ver si aparecía? En ti fijé mis ojos, perfil que me adicionas, y escuché tu berrido como olifante que suena alertando al vigía, retumbando en los cielos, tronando en el silencio. Tras de ti se inclinaba, servil, el bosque enamorado; pues tu presencia duele y tu ausencia se hace insoportable.






Allí fue la berrea y acudieron galanes cortejando a las hembras. ¡Salta, trota, disponte ciervo ligero, gamo del límpido herbazal y los claros del bosque acorralado! Te lanzaste en el ruedo aprestando embestidas con tu carga elocuente. Ellas, las sorprendidas, entendieron entonces quién era el elegido, el llamado a cubrir en su vientre el vacío que las haría fecundas. Nunca la tierra yerma concibió en sus entrañas. Tus rivales, medrosos, huían de tu celo dejando a su paso el polvo y el quebranto. Sólo tú me venciste y me dejé ganar por tu alarde en el lance. ¡Qué me diste a beber aquel día, cuando entre los remansos del río o inmerso en la corriente, refrescaba mi rostro besado por las aguas! Pues allí insinuaste lo que yo presentía y me engolosinaste. Ahora ya no vivo si no salgo a tu encuentro, galán del bosque umbrío que tan caro te vendes y sólo a quien tú eliges le muestras tu figura, le haces gozar de ti; pues lo roza tu aliento y, postrado a tu porte soberbio, se abandona a tu forma; nulas sus facultades, nula su voluntad y el intelecto, nulo.


                                                                                       José Antonio Sáez.