miércoles, 27 de junio de 2012

La segunda época de la revista "Batarro": Francisco Peralto (XX).



Llegado el año 2003, dedicamos el volumen comprendido por los números 41-42-43 de nuestra revista literaria, al escritor, editor e impresor malagueño Francisco Peralto. La edición estuvo a cargo de Pedro M. Domene y Jesús Martínez Gómez, y con ella quisimos corresponder a una antigua deuda de gratitud con el amigo querido y el admirado escritor que para todos nosotros, y también para muchos, representa la persona de Francisco Peralto. Sin duda alguna, el poeta malagueño merecía sobradamente este homenaje y así lo estiman cuantos saben apreciar los valores de su obra literaria, de su buen hacer como impresor y editor modélico y de su generosidad en la difusión de la obra de los demás. Con los modestos medios de que disponíamos, con patrocinios y colaboraciones, salió adelante esta magnífica entrega de la revista del Almanzora, que de tan enorme vinculación con el escritor, impresor y editor de Corona del Sur hace gala. Peralto quiso honrar, generosamente, las páginas de nuestra revista con el testimonio de toda una vida de entrega fiel, constante y voluntariosa a la literatura: la suya propia. Como en algunas ocasiones anteriores, se llevó a cabo una segunda edición del volumen dentro de la Colección Batarro de Poesía, con una encuadernación especial, primorosamente realizada en el taller de este maestro impresor de Málaga, ciudad de sus más altas querencias. Allí reside y desde allí lleva adelante su amplia y diversa actividad creadora, siempre en torno a los libros y apoyado por sus hijos Carmen y Rafael.
   Introducía el número un texto de Pedro M. Domene titulado "La dignidad de la poesía" y en él venía a reivindicar la singularidad del malagueño, especialmente de su obra poética, si bien Peralto es también renombrado autor de ensayos literarios y de obras en prosa. Tras él, Jesús Martínez Gómez profundizaba en su singularidad poética a través del estudio introductorio "Francisco Peralto: Hombre y poesía" donde, a través de las diecisiete páginas que lo integran, procede al análisis de todas y cada una de sus entregas poéticas, incluida la poesía visual, en la que el malagueño está considerado como uno de los nombres más relevantes a nivel nacional. 
   El collage de portada fue obra del mismo Peralto y las magníficas ilustraciones interiores pertenecen al pintor huercalense Pepe Bernal, extraordinario amigo y colaborador en las páginas de la nuestra revista.






Una generosa muestra de la obra poética del malagueño seleccionada, en un primer apartado, de sus entregas Elegías del silencio (1973-1974), Monte coronado (1976-1977) y Auto de Fe (1977-1997); y, en un segundo, de sus poemarios más importantes, comparte la amplia antología que de toda su obra se recoge en las páginas de este volumen de "Batarro", la cual da pie a que el lector que accede por vez primera a su legado poético pueda tener una completa idea de la calidad lírica de este singular poeta andaluz. A ella sigue la muy lograda entrevista que Pedro M. Domene realiza al escritor malagueño, donde se detiene en aspectos como la importancia de la memoria y su reflejo en la obra poética, la variedad y diversidad que de ella se muestra en sus libros, así como a la experimentación a través de la poesía visual y el llamado mail-art; o a los distintos aspectos, en fin, de una rica personalidad literaria como es la de este escritor malagueño.
    En "Semblanzas", Pedro Felipe S. Granados se refiere a "La ejemplar heterodoxia de Francisco Peralto", José Antonio Sáez realiza "Tres miradas sobre Francisco Peralto" y Ángela Serna le regala sus "Palabras para Francisco Peralto". Un magnífico y muy completo álbum fotográfico ocupa las páginas que siguen, y tras él se precipita el homenaje poético, al que quisieron sumarse los nombres de Rafael Pérez Estrada, Carlos Benítez Villodres, José Cenizo Jiménez, Pedro Enríquez, Manuel Fernández Mota, José García Pérez, Antonio García Velasco, Antonio González-Guerrero, Diego Granados, José Jurado Morales, Enríque López Buil, José Lupiáñez, Antonio Orihuela, Pedro J. Rey Alarcón, Ignacio Rivera Podestá, Francisco Ruiz Noguera, J. Seafree, Ángela Serna y Jaime Siles.



(Francisco Peralto con su hijo Rafael).


 Un conjunto de ensayos sobre la obra del malagueño, constituye el grupo de estudios con que destacados profesores universitarios, especialmente de la Universidad de Málaga, y algunos críticos literarios del llamado "Grupo de Málaga", quisieron dejar constancia de la singularidad, valía y respeto que su figura merece. Así Antonio García Velasco y "Las palabras de la poesía de Francisco Peralto"; Francisco Morales Lomas y "La poesía visual de Francisco Peralto"; Antonio Moreno Ayora con su trabajo "Peralto: dadivoso, entusiasta, original... Panegírico para una actividad editora incesante" y, finalmente, José Sarria con "Francisco Peralto: Creación y sorpresa".
   Concluye el volumen con una completa Cronología, que se inicia en el año 1942 y finaliza en 2003; así como una extensa Bibliografía que contribuye a la mayor brillantez y esplendor de un volumen de 256 páginas que supone todo un estrecho, firme y fraterno abrazo de solidaridad (también de gratitud) con el escritor, editor e impresor malagueño.



(Pedro M. Domene, José Antonio Sáez, Francisco Peralto, su hija Carmen y Jerónimo López)


   Un texto de Francisco Peralto, publicado en el número 41-42-43 de la revista literaria "Batarro", titulado Francisco Peralto: Palabra, esencia, tiempo, correspondiente al año 2003:

Si pudiera hablar con libertad/ si los hombres pudiésemos decir lo que sufrimos/ sin herir a los demás/ se derrumbarían los muros del miedo/ para dejar la verdad erguida/ presidiendo nuestras relaciones// La verdad/ la libertad y el amor/ para destruir las cárceles/ proclamar en voz alta/ nuestra fortuna y nuestra gloria// Libertad que no conozco/ sino es la de estar preso en los otros// Libertad/ sin sombras ni recelos/ de manos abiertas y pecho descubierto// Verdad sin quemaduras mezquinas// Verdad y libertad a todas horas/ sin trampas ni fronteras// Libertad/ nombre sagrado/ que corre de boca en boca/ entre nuestro desconsuelo y nuestras manos vacías/ Libertad en nosotros/ del hombre con el hombre/ que es la libertad que admito/ y por la única que muero.

                                                                                                    Francisco Peralto. 



sábado, 23 de junio de 2012

EL ILUMINADO DE DOÑANA (Visión de Juan Drago).



  Veo una cierva que surge de la espesura del bosque para abrevar en la cuenca de tus manos y tú le ofreces el agua clara que se derrama generosa sobre la hierba húmeda. Su lengua lame las palmas de tus manos y tú la dejas hacer a su antojo mientras bebe de las últimas gotas el agua dulce de las marismas inundadas, allí donde se funden la mar oceana y el gran río del Sur. Oculto, entre la maleza, la espío y no me atrevo a parpadear con los ojos en la plenitud del asombro para no provocar su suspicacia. No lejos Habidis, criado con la leche de la cierva, y su padre Gárgoris, el apicultor. 




  Veo a los jabalíes con sus rayones hociqueando entre las raíces de los pinos sagrados y los arbustos que les ofrecen silvestres frutos comestibles. Su madre vela en torno a ellos y les muestra estrategias de fuga o encubrimiento.
   Veo a las ánades reales y a los ánsares comunes que sobrevuelan el carrizal o caen desplomados sobre el agua plateada para señorearse de su placidez, y nadan dibujando en la superficie discretas ondas con destreza. Veo a otra madre pasear con sus crías nerviosas y disciplinadas, en correcta formación.
   Sospecho, acaso, la visita del lince furtivo olisqueando la pista del conejo o la rauda liebre estilizada y a los flamencos y a las garzas hundir su pico en el limo, alzadas cañas sus patas quebradizas. Y veo a los caballos libres e indómitos chapoteando en el agua, correteando en sus lances y juegos o pastando en la hierba crecida, mientras se disputan las yeguas alazanas o las cortejan en los límites del reino de Argantonio, el hombre de plata. A lo lejos diviso la descomunal figura de los bueyes oscuros del gran Gerión, dispersos sobre las lomas levemente empinadas de las dunas móviles. Y veo contigo, Juan Drago, a los antiguos reyes de Tartessos mostrando sus dominios a los visitantes pacíficos con los que comercian, venidos de la Hélade o del otro lado del mar de Tiro en sus naves ligeras, con tan raros productos que deslumbran tus ojos y despiertan su fama más allá de las columnas de Heracles. 


  

 Todo tu reino un edén, vergel donde los dioses bajan a sestear con los humanos en las tardes más cálidas del bochornoso y agobiante estío. No fuera el paraíso otro jardín que éste de Doñana y no avistara yo otro lugar que no fueran los altos nidales de los grandes árboles que llaman pajareras, donde recalan las aves que vienen cada año a tener sus crías en este jardín extremo en que abunda el alimento y el clima es tan grato que invita a la dulce placidez. Ningún lugar mejor para el amor que estas dunas que van a dar a la marisma y sientan su señorío tan cercano al pinar.
   No vieran los reales ojos de los viajeros semejante colonia de aves sobrevolando tu reino, ni tal cúmulo de peces en el agua transparente, ni sus oídos oyeran parecida algarabía de pájaros en el cielo azul que deleita. Ellos no vieron nunca el amanecer sobre las marismas, mientras caminaban remontando las dunas; ni al sol ponerse, anaranjado y rojo, con ribetes de oro puro en las esclavas del gran señor de Tartessos. 




No conocen ellos tu privilegio, pero tú vas y te revelas como el iluminado por dentro, como el lúcido y el clarividente y el bienaventurado señor de Doñana. Tú, el privilegiado, el que entiende el lenguaje de la oscuridad y lee en las tinieblas sus sonidos; el arrebatado, el que ha bebido en la crátera el vino mezclado con agua que despeja la frente ceñida por una diadema de oro,  revestida de piedras preciosas; el que calza sandalias y se despoja de ellas para pisar la tierra sagrada de sus antepasados. El que escribe indescifrables signos en tablillas de metal que templa en sus fraguas y hornos. El de hermosas y blancas vestiduras, el poeta, el loco, el enamorado... Aquél a quien los dioses invitan a su mesa y comparten con él los frutos de una tierra pródiga en bienaventuranzas.
   Larga vida a ti, señor de los mitos gloriosos de Tartessos, pues tu nombre surge de la noche del mundo y perdurará en las inscripciones labradas en bronce fundido hasta el confín de los tiempos.

                                                                                     José Antonio Sáez.
                                                                                 

martes, 19 de junio de 2012

UNOS VERSOS EN JUNIO.




Afortunado aquél a quien le fue otorgada
la gracia perdurable de admirar la belleza
en el instante mismo en que se transfiguran
los pétalos purísimos de la flor del cerezo
y dibujó en su mirada el perfil limitado
de las hojas que esculpen
el sudario triunfante de la flor renacida.

Avistaron los ojos con temblor la hermosura,
la estéril perfección del cáliz sensitivo
y su presencia en el batir del aire,
rozando apenas los estambres,
protegiendo celosos la corola.

Entusiasta quien sostuvo en sus manos
la ingravidez del pájaro
y en el roce de un ala conoció, agradecido,
de su frágil presencia,
vilano en la ventisca de los mares.

Feliz aquél que agudizó la escucha
y animó su congoja
con el dulce canto que el ruiseñor engendra,
en templando sus cuerdas afinadas.
Supo así que las aves son prodigios y asombro,
esencia inmaterial, sustancia de la esencia.

Afortunado aquél a quien un rayo de luna
atravesó el alma en noche constelada
y sintió el temblor de una estrella
en los labios que besan otros labios amados;
y en el gran firmamento, por gracia de su hechizo,
el don halló de la heredad,
la nítida conciencia de su frágil materia.

Dichoso, así, quien sintió hendir su pecho
del aire primigenio y, dobladas a tierra
sus rodillas desnudas,
dio gracias por la luz y las palabras,
rescoldos humeantes en la ceniza ardiente.

Venturoso quien da curso a su llanto
y deja que las lágrimas persigan, libremente,
su ruta; porque alivian de su carga
al corazón y el alma confortan, que atesora,
en íntimo crisol,
la pródiga ternura de los lirios.

Quien entiende su legado inmortal,
pues se dio a la belleza y supo, en fuero interno,
que también la eternidad es efímera,
el prodigio a que acceden los perplejos y absortos,
ahora enmudecidos y por siempre confusos.

                             
       José Antonio Sáez.




sábado, 16 de junio de 2012

LOS DÍAS DE LA SIBILA.


Donde se desvela la peregrina profecía mediante la cual se anuncia que el planeta Tierra no es sino una inmensa tumba, un vasto cementerio debido a que los cuerpos son atraídos por la ley de la gravedad; esto es: la Tierra reclama lo que le es propio y le pertenece. Los océanos no son sino las lágrimas acumuladas de los durmientes. La única liberación posible de la condición mortal está en el cosmos.

En el sexto día, me susurró al oído: “Este planeta es el problema. La Tierra es el problema. La gravedad es el problema. También la especie humana, la Humanidad, es el problema. Habréis de pagar un alto coste por gozar de la belleza que os rodea: disfrutar la hermosura no ha de resultar gratis, ni tampoco el amor (¡ay, el amor, qué extraño privilegio!)… Lo que los ojos vieron y el oído oyó y el olfato olió; lo que el tacto tocó y el gusto saboreó no habrá de ser en vano. Todo os producirá un desgaste. No tocaréis el cielo sin bajar luego al suelo. A todo puse un precio. Todo requiere la cuota del disfrute. No es gratis el aire que respiras ni tampoco el agua que bebes y que refresca tu rostro, o aquella con que moja sus labios el sediento para humedecerlos. No se regala el beso, ni la lengua toca otra lengua sin que tiemble un cuerpo y el universo al unísono. No surca la boca una espalda o se posa en un hueco del cuerpo desnudo sin producir estremecimiento, ni palpan las manos la redondez de los miembros amados sin que se resquebrajen los cimientos del mundo. No se vuelca el cuerpo sobre otro cuerpo como se blanden las espadas sin que se oiga el estruendo del volcán. Tú no puedes mirar unos ojos sin provocar el milagro de contemplarte en ellos, ni tampoco esos ojos pueden mirarte y detener las olas en el maremoto. Tú eres un prodigio, el soberbio milagro de lo creado, y no entiendes nada. Nunca has entendido nada, a pesar de tener la inocencia y la ingenuidad del niño, de cruzar la adolescencia y de sentirte en ella como un pequeño dios, invencible guerrero en la conquista de la juventud, señor en la madurez y cuerpo entregado en los achaques de la ancianidad. Mas, mírate. Observa ahora tu desgaste en el vivir, el cotidiano sucederse de la luz y la oscuridad, eso a que llamas los días y las noches, la salud y la enfermedad, la alegría o la tristeza, el comedimiento o el desenfreno. Todo es un plácido transcurrir hasta el quebranto y fluye como las aguas hacia el océano en donde se disipan. Eres un continuo fluir hasta que cesas. ¡Qué plácida lentitud en el engaño! Goza un instante y luego márchate, pues caíste en la desmedida y has de abonar el estipendio.




   En el disfrute se oculta el final: apetitoso bocado por que vender el alma. Crees que mereció la pena, pero hubiste de entregar tu aliento a cambio. Nada sucede porque sí, ni se obtiene lo anhelado sin ceder lo más valioso. En la oportunidad de vivir está escrito el nombre irrenunciable de la muerte. En ello radica lo esencial humano: en la condición mortal. En el planeta Muerte está la trampa. ¡Ay, si lográsemos librarnos de él! Somos células ínfimas en el universo, partículas vivientes que vinieron a parar a este planeta paraíso. Rigurosamente, los arrojados no pertenecemos a él, sino al universo. El nuestro es un planeta tumba, un planeta osario, la vasta extensión de un campo santo... También, el asombro del hombre, la dicha de sus días medidos y donde viene a cavar su propia tumba. En el bocado gustoso está el veneno. Y no nos ocupa otro asunto que, desde la ebriedad, aguardar el momento, perseverar en él como dementes bajo el síndrome de abstinencia. Ese es nuestro tema. Nuestro único tema. Nuestro eterno tabú. Lo impronunciable.
No se libera de su final sino quien se libera de su planeta, quien no ignora su verdadero origen ni se engaña con él. Nunca fuimos de aquí. No reside aquí nuestro inicio. Por eso no podemos instalarnos en este solar, porque la belleza nos destruye. Nadie puede fijar sus ojos en la luz sin arriesgarse y precipitarse en la ceguera. Nos deslumbró la belleza, su disfrute de un día, y sedujo a los de corta conciencia. El placer nos cegó y vinimos a naufragar en la última costa, junto a la playa de los ahogados.




   No has de vencer la muerte si no abandonas este planeta de engaños y fingimientos, si no aceptas que no es ésta tu verdadera patria ni perteneces a ella. No busques asiento en él: tú eres del espacio. Eres el universo. Polvo interestelar. No te librarás de tu condición si no buscas tu lugar en el cosmos. Hacia allí se dirigen los cuerpos de los mutilados para alcanzar la verdadera redención humana. El Árbol de la Vida, el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal no estaba aquí sino en las constelaciones, en las galaxias y en los agujeros negros. En ellos extendía sus ramas y a ellos entregaba los frutos más sabrosos, los verdaderos frutos de la inmortalidad. Allí el Jardín de Edén, no en este mundo ni en un planeta a la deriva, ambicionado  por el choque de los meteoritos, sometido a estrecho marcaje y vigilancia.
   Este planeta es el problema. La gravedad es el problema. El universo borra la fecha de nuestra caducidad. Sólo a él pertenecemos. Nuestro origen está en el cosmos y no vinimos a parar a este planeta sino por el azar. La Tierra atrae a los cuerpos que, vencidos, se derrumban para siempre sobre ella. Mas, háblame en voz baja, no sea que te escuchen y vengan a apedrearte. Sólo a ti te fueron confiadas estas revelaciones".

                                                                              José Antonio Sáez.