sábado, 16 de junio de 2012

LOS DÍAS DE LA SIBILA.


Donde se desvela la peregrina profecía mediante la cual se anuncia que el planeta Tierra no es sino una inmensa tumba, un vasto cementerio debido a que los cuerpos son atraídos por la ley de la gravedad; esto es: la Tierra reclama lo que le es propio y le pertenece. Los océanos no son sino las lágrimas acumuladas de los durmientes. La única liberación posible de la condición mortal está en el cosmos.

En el sexto día, me susurró al oído: “Este planeta es el problema. La Tierra es el problema. La gravedad es el problema. También la especie humana, la Humanidad, es el problema. Habréis de pagar un alto coste por gozar de la belleza que os rodea: disfrutar la hermosura no ha de resultar gratis, ni tampoco el amor (¡ay, el amor, qué extraño privilegio!)… Lo que los ojos vieron y el oído oyó y el olfato olió; lo que el tacto tocó y el gusto saboreó no habrá de ser en vano. Todo os producirá un desgaste. No tocaréis el cielo sin bajar luego al suelo. A todo puse un precio. Todo requiere la cuota del disfrute. No es gratis el aire que respiras ni tampoco el agua que bebes y que refresca tu rostro, o aquella con que moja sus labios el sediento para humedecerlos. No se regala el beso, ni la lengua toca otra lengua sin que tiemble un cuerpo y el universo al unísono. No surca la boca una espalda o se posa en un hueco del cuerpo desnudo sin producir estremecimiento, ni palpan las manos la redondez de los miembros amados sin que se resquebrajen los cimientos del mundo. No se vuelca el cuerpo sobre otro cuerpo como se blanden las espadas sin que se oiga el estruendo del volcán. Tú no puedes mirar unos ojos sin provocar el milagro de contemplarte en ellos, ni tampoco esos ojos pueden mirarte y detener las olas en el maremoto. Tú eres un prodigio, el soberbio milagro de lo creado, y no entiendes nada. Nunca has entendido nada, a pesar de tener la inocencia y la ingenuidad del niño, de cruzar la adolescencia y de sentirte en ella como un pequeño dios, invencible guerrero en la conquista de la juventud, señor en la madurez y cuerpo entregado en los achaques de la ancianidad. Mas, mírate. Observa ahora tu desgaste en el vivir, el cotidiano sucederse de la luz y la oscuridad, eso a que llamas los días y las noches, la salud y la enfermedad, la alegría o la tristeza, el comedimiento o el desenfreno. Todo es un plácido transcurrir hasta el quebranto y fluye como las aguas hacia el océano en donde se disipan. Eres un continuo fluir hasta que cesas. ¡Qué plácida lentitud en el engaño! Goza un instante y luego márchate, pues caíste en la desmedida y has de abonar el estipendio.




   En el disfrute se oculta el final: apetitoso bocado por que vender el alma. Crees que mereció la pena, pero hubiste de entregar tu aliento a cambio. Nada sucede porque sí, ni se obtiene lo anhelado sin ceder lo más valioso. En la oportunidad de vivir está escrito el nombre irrenunciable de la muerte. En ello radica lo esencial humano: en la condición mortal. En el planeta Muerte está la trampa. ¡Ay, si lográsemos librarnos de él! Somos células ínfimas en el universo, partículas vivientes que vinieron a parar a este planeta paraíso. Rigurosamente, los arrojados no pertenecemos a él, sino al universo. El nuestro es un planeta tumba, un planeta osario, la vasta extensión de un campo santo... También, el asombro del hombre, la dicha de sus días medidos y donde viene a cavar su propia tumba. En el bocado gustoso está el veneno. Y no nos ocupa otro asunto que, desde la ebriedad, aguardar el momento, perseverar en él como dementes bajo el síndrome de abstinencia. Ese es nuestro tema. Nuestro único tema. Nuestro eterno tabú. Lo impronunciable.
No se libera de su final sino quien se libera de su planeta, quien no ignora su verdadero origen ni se engaña con él. Nunca fuimos de aquí. No reside aquí nuestro inicio. Por eso no podemos instalarnos en este solar, porque la belleza nos destruye. Nadie puede fijar sus ojos en la luz sin arriesgarse y precipitarse en la ceguera. Nos deslumbró la belleza, su disfrute de un día, y sedujo a los de corta conciencia. El placer nos cegó y vinimos a naufragar en la última costa, junto a la playa de los ahogados.




   No has de vencer la muerte si no abandonas este planeta de engaños y fingimientos, si no aceptas que no es ésta tu verdadera patria ni perteneces a ella. No busques asiento en él: tú eres del espacio. Eres el universo. Polvo interestelar. No te librarás de tu condición si no buscas tu lugar en el cosmos. Hacia allí se dirigen los cuerpos de los mutilados para alcanzar la verdadera redención humana. El Árbol de la Vida, el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal no estaba aquí sino en las constelaciones, en las galaxias y en los agujeros negros. En ellos extendía sus ramas y a ellos entregaba los frutos más sabrosos, los verdaderos frutos de la inmortalidad. Allí el Jardín de Edén, no en este mundo ni en un planeta a la deriva, ambicionado  por el choque de los meteoritos, sometido a estrecho marcaje y vigilancia.
   Este planeta es el problema. La gravedad es el problema. El universo borra la fecha de nuestra caducidad. Sólo a él pertenecemos. Nuestro origen está en el cosmos y no vinimos a parar a este planeta sino por el azar. La Tierra atrae a los cuerpos que, vencidos, se derrumban para siempre sobre ella. Mas, háblame en voz baja, no sea que te escuchen y vengan a apedrearte. Sólo a ti te fueron confiadas estas revelaciones".

                                                                              José Antonio Sáez. 

1 comentario:

  1. Me siento orgulloso de tener el honor de ser tu amigo.
    Podemos dejar el texto así.o hacer de él un ensayo de 200 páginas.
    Nunca resumirlo.
    Mejor dejarlo así.

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