martes, 22 de septiembre de 2020

REFLEXIONES SOBRE LA CONCIENCIA.

 





Lo que nos lleva a entrar en esa suerte de territorio vedado que es la plenitud de la conciencia son los errores que cometemos en la vida, son las dificultades por las que atravesamos y de las que estamos impelidos a salir con mayor o menor acierto, con mayor o menor fortuna, con mayor o menor solidaridad de quienes nos rodean. Son, en definitiva, las experiencias que nos ponen a prueba las que nos obligan a “caer en la cuenta”, lo que no equivale sino a la conciencia; esas que nos obligan a vencerlas o a salir renqueantes de ellas, victoriosos o malparados. Nuestra conciencia se forja, pues, en las dificultades, en los errores, en las pruebas a que nos somete la vida, los cuales nos inducen y conducen a ella descubriéndonos todo un territorio de umbría o deslumbramiento por explorar, a través de la reflexión. La capacidad de respuesta y el acierto para conducirnos por ella dependen de cada uno, de nuestros principios y valores morales, de nuestra persistencia en la indagación. Somos, créanme, nuestra conciencia. La conciencia de lo que somos. Lo que nos golpea con dureza es el aldabonazo que nos despierta o nos deja sonados, como a boxeador noqueado, y nos pone en alerta, esto es, nos predispone para introducirnos en el territorio secreto de la conciencia y en los claroscuros que la constituyen o la pueblan. No hay nada que te identifique más contigo mismo que tu conciencia y has de saber que si eres como ser individual es por tu conciencia, que es solo tuya y de nadie más. Tú no puedes justificar tus actos basándote en la conducta de los demás, porque cada uno es hijo de sus actos y no de los actos de los demás. Por eso no puedes amordazar tu conciencia, ni acallarla, ni silenciarla, ni tampoco anestesiarla para que no te moleste. Ella estará siempre ahí, como el Pepito Grillo que alerta a Pinocho de su erróneo proceder con tan equivocadas compañías.

 



Cuando no se quiere oír, cuando estorba y molesta, la conciencia puede llegar a ser insoportable por su insistencia y su terquedad. Pero no te puedes despojar de ella, porque ella eres tú mismo. No puede dejar de ser luz e iluminar nuestra existencia, ni puede dejar de marcarnos el camino. En el final de la vida, lo que escapa de nosotros, con nuestro espíritu o la energía que fuimos, es la conciencia. Ella y el amor que fuimos capaces de dar son los que han de rendir cuentas de cuanto fuimos: el saldo que nos queda antes de entrar en la Eternidad.


                                                                         José Antonio Sáez Fernández.

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