Pueblo indomable, amalgama de tribus en conflicto, gentes de los valles y la alta montaña, de los campos y los ríos, de los pueblos y las ciudades que miran al norte o bajan hacia el sur… Eh tú, el que camina como si nada ni nadie pudiera detenerlo o ponerle freno, el que arrasa con todo por donde pasa, aunque lleva sobre la frente, impresa, la palabra “libertad” y en sus manos la pancarta: “No hay costumbre más sana/ que hacer lo que te dé la real gana”. La metafísica de la real gana. “De cada diez cerebros españoles, decía el bueno de don Antonio, nueve embisten y uno piensa”. “Oiga, oiga, respéteme, que yo tengo mis derechos”.
Ahora que nadie te ve, y aunque te vea, qué más da, arroja al suelo la
gasa, la mascarilla, la bolsa, el papel que te incomoda en las manos como ascua ardiente
que quemara, los restos de la fruta, la botella vacía o deja sobre la acera
las cacas de tu perro para que las aplaste el pie de otro. Preciosas plantas
las de tu jardín, si bien las hojas secas de tu bugambilia van a la puerta del vecino. Tú que en
las noches de verano, bebes, ríes y bromeas hasta rayar el alba, aun a
sabiendas de que a tu alrededor hay gentes que se levantan al amanecer para ir
a trabajar; eres el que grita, vocea y se rebela cuando alguien lo llama al
orden. Amigo que no te molestas en depositar tu bolsa de basura en el interior
del contenedor, sino que la abrigas junto a él para que vengan los animales
hambrientos a expandir los restos por los alrededores. ¿En qué piensas, tú que
contaminas el aire, el agua y los campos, tú que cortas los árboles o quiebras
el frágil tronco de los recién plantados, tú que disparas o arrojas piedras
sobre el cristal de las farolas y sus bombillas, o tú que por las noches bajas a
cortar las rosas del jardín público para ponerlas en un hermoso jarrón que
alegre tu casa?
Eh,
amigo, si tú, el de la real gana, ese que desprecia lo que es común, lo que nos
pertenece y disfrutamos todos, porque está resentido o porque se considera con
derecho a la impunidad de sus actos: examina tu proceder y ve si queda algún
resto de conciencia en tu interior, si aún sabes apreciar el respeto que te
deben y el que tú debes a los demás, porque vives en sociedad y hay muchos que
hacen mucho por ti, y sufren además las consecuencias de tus actos. Y disculpa, si te
parezco entrometido. Mira que voy siempre en son de paz.
José Antonio Sáez Fernández.
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