Aquel hombre no
podía oír hablar de la navidad. Se proclamaba ateo y repetía machaconamente
que la navidad era un invento de los grandes almacenes, los cuales venían a
hacer su agosto durante unas semanas. Se indignaba ante quien defendía la
postura contraria, tal su amigo proclamando las bondades que para él representaban los días
navideños. Lo cierto es que salían ambos a las calles y podían ver los letreros
luminosos en los que se deseaba a los viandantes paz y felicidad. Las gentes
que paseaban parecían lucir otro semblante, más alegre y animado que de
costumbre y se paraban en las aceras para saludarse y conversar sin prisas. La
atmósfera que se respiraba era, en verdad, otra. Algo bullía en el corazón y en
la mente de quienes se apresuraban al reencuentro de los suyos, tras largos
meses de ausencia.
Pero también se
veía a los vagabundos pedir por las esquinas al frío helado del atardecer y en
la oscuridad prematura del invierno, envueltos en cartones e intentado
conciliar el sueño al calor del cartón de vino que habían ingerido sin otra
cosa que llevarse a la boca. No duraban demasiado las migajas de su gloria
porque a no tardar, las parejas de la policía municipal los levantaban de
rincones, aceras y cobertizos y los conducían a un albergue donde pasar la
noche, la cual se presentaba gélida. En las últimas fechas eran varios los
mendigos que habían fallecido por la temperatura glacial alcanzada durante las
horas de la noche.
Algunos solitarios cruzaban las aceras como
sonámbulos y buscaban en los escaparates el bullicio y el ajetreo que en su
deshabitada vivienda no poseían. Se lleva mal la soledad en estos días, sobre
todo cuando en otro tiempo hubo niños que corrían por las habitaciones y gentes
que charlaban o se reían al calor de las ocurrencias de unos y de otros con tan
buen humor.
Con mayor
laceración se veía la situación de los encarcelados, de los enfermos en los
hospitales, de los moribundos y de los agonizantes, de los pobres de solemnidad.
Aún meditando en ello, dieron con los ojos asombrados de unos niños que contemplaban
el majestuoso árbol iluminado de la plaza y corrían, luego, en derredor de él.
Y se dijeron entonces que la navidad son los ojos iluminados de los niños y que
navidad es recuentro y es siempre esperanza porque apela a lo mejor de los
corazones dormidos de los hombres. Navidad es natividad y es nacimiento y los
niños vienen siempre, al decir de las gentes, con un pan bajo el brazo.
José Antonio Sáez Fernández.
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