21.
¿Por qué nos equivocamos tanto y tan
irremediablemente en la vida? Decimos que alguien tiene suerte o que no tiene
suerte. Decimos que alguien se lo tenía merecido, o que se lo merece, y que
aquel otro se lo ha buscado. ¡Pero hay tantos seres inocentes que ni se lo han
buscado ni se lo tenían merecido! ¿Por qué nos marcan tanto nuestros errores,
de manera que podemos ser rehenes suyos durante el resto de nuestra vida?
22.
El azar es caprichoso. Jugamos un juego en el
que ni siquiera somos conscientes de que tomamos parte. Echamos tantas veces
los dados sobre la mesa sin saber lo que nos jugamos. La rueda de la fortuna
reparte antojadizamente males y bendiciones sin reparar frecuentemente en quién
o en cómo. En cierto modo, somos víctimas del azar y de las circunstancias y
ellas deciden buena parte de nuestro ser y estar en el mundo.
23.
Se subió al tren a tiempo. Pasó el tren por su
puerta y no lo tomó. Se quedó para siempre en la estación viendo pasar los
trenes que partían y se llevaban a otros semejantes a él en busca de una vida
distinta a aquella que por nacimiento le había sido asignada. No tomó la
decisión acertada o fue cobarde. Prefirió un lento acabamiento al oscuro e
incierto azar. Lo conocido a lo desconocido.
24.
Un lobo aúlla. Un coyote aúlla. Un perro ladra
a la luna reflejada en el agua. Un hombre llora desconsoladamente su oscura
condición de ser sufriente. Un hombre gime en la noche, mientras el lobo y el
coyote aúllan, o el perro ladra a la luna reflejada en el agua. Un hombre llora
en silencio su soledad, su dolor, su condición mortal, con el amargo sabor del
vinagre en la boca.
25.
Un hombre es una nana, una canción de cuna. Una antigua canción que
habla de un barco que se fue a pique. Un rompeolas donde viene a morir la
espuma, empujada por las olas con empecinamiento. Este hombre de quien yo hablo es un escalofrío, un
tiritar apenas, un chasquido de dientes, una continua despedida en un andén
interminable, ante el cual circulan trenes que no conducen a ninguna parte. Un
estertor. Un sueño inacabable.
José Antonio Sáez Fernández.
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