sábado, 1 de junio de 2013

HABLANDO CON MALOLA.









                                                                   Para Domingo Nicolás y su esposa Marilola.


Anda, Malola, echa a volar el globo. Dame la mano, no sea que resbales y caigas sobre la arena, junto al agua dormida bajo el sol rojizo del verano. Mira qué hermosa está la playa. Las olas serenísimas han besado las plantas de tus pies descalzos y quisieras llevarte en las manos toda la sal; en los ojos, la espuma de las olas cansadas. Si te valiera, entrarías en el azul como una golondrina de mar en pos del pececillo más audaz y confiado.
Abres los ojos en asombro a la vida y a cada paso que das inauguras el mundo con tus pupilas enormemente abiertas. Todo esto se creó para ti, niña morena del cañaveral donde anidan las ánades reales y los flamencos vienen a picotear el limo de donde extraen la sustancia nutricia que fortalece sus alas. Tus pasos vacilantes te llevan hacia mí, hacia tus padres que velan anhelantes el inseguro movimiento en que fijas erguida tu estatura de tan solo tres años. Todo está hecho a tu medida: podrías alargar tu mano diminuta y tocarías el cielo, ángel de los agaves, violeta acariciada por la luz del estuario de un río que entrega al mar sus bien medidas aguas. ¿En qué lengua nos hablas, si tal es tu elocuencia que convocas al sanedrín de las gaviotas dispuestas a escucharte y acuden desde el aire haciendo sonora, en su cortejo, la brisa que te envuelve, el afilado instrumento de sus picos? ¡Con qué instintiva gracia vienes y vas al agua y estiras del hilo con que sostiene el globo atenazado tu mano temblorosa! Vienen a saludarte en concierto afinado para no despertarte del sueño en que porfías, doblan el embozo de tu cuna desierta y besan tu frente sin apenas rozarte. Ellas saben que tú viniste para hablarles y diste instrucciones a los gorrioncillos que al caer de la tarde vienen tras las migajas de los veraneantes. Nos invaden, Malola, la playa los gorriones. Picotean la arena en busca del sustento y vienen a tu mano a comer esas migas de pan que les ofreces. No temes ningún daño de estos pajarillos porque de ti aprendieron a conjugar la ternura. 
Navegas hoy, niña de azul cobalto, la orilla enamorada. En el coro de ángeles, tu voz tan clara suena. Dios te hace cosquillas en tus plantas desnudas y ríes con el encanto de tus labios de pan de azúcar: hechicerilla, maga que nos abduces y nos dejas asidos a esa gracia inocente con que Él te dotara. Le tiras de la barba al insigne barbado. Buenas noches, Malola. ¿Duermes o estás despierta? Viene tu madre ahora para contarte un cuento y, sobre la nieve de tu almohada, jazmines perfumados caen como morenas gotas de agua.

                       
                                                                              José Antonio Sáez.





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