Pescador que lanzaste tus redes a las olas
amantes y me ofreces un pez desde tu barca,
invitándome al mar de tus ojos de luna:
atrapada quedé en ellos, tras tu color moreno.
Bronceado tu pecho que labró la faena,
puro bronce el torso por el sol esculpido,
tú me enseñaste el sitio secreto en donde
moran
las bancadas de peces y las algas dormidas.
En tus brazos un cíclope estrechaba los
vientos
desplegando las velas, abriendo el horizonte.
Acudí yo a tu cita descalza en esa playa
donde varas tu barca y allí, sobre la arena
te enseñé el lunarcillo que guardo desde niña
y que ninguno ha visto entre los pescadores.
Remaste aquella noche bajo el cielo estrellado,
había luna llena al raso de tus ojos.
Envidiaban los jóvenes tu suerte pues llevaste,
sobre tu humilde nave, rosa fundida al sol,
sirena que se peina sobre rocas salientes,
estirando las ondas de su cabello oscuro.
Cuando la aurora quiso que el día despertara,
me guardaban tus brazos del húmedo relente:
sobre un lecho de redes, vimos alzarse el aire,
envueltos por la luz y las aves marinas.
José Antonio Sáez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario