El poeta, narrador y traductor andaluz Manuel Moya (Fuenteheridos, Huelva, 1960) obtuvo hace unos meses el III Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado, con un libro titulado Apuntes del natural, publicado por la Fundación José Manuel Lara dentro de la colección Vandalia, el cual acaba de ver la luz recientemente.
A nadie que ande entre bastidores o esté medianamente versado en el panorama de la poesía española de las últimas décadas, escapará que el nombre de este poeta onubense se halla entre los más destacados de su generación poética, tanto por la calidad de sus entregas anteriores como por los galardones alcanzados con sus títulos, entre los que cabe citar: Gabriel Celaya (1994), Ciudad de Córdoba (1997), Ciudad de Las Palmas (2000), Leonor (2001), Fray Luis de León (2010), Tomás Morales (2011), etc. Moya, que ha utilizado heterónimos como los de Violeta C. Rangel en La posesión del humo (1997) y otros títulos tan celebrados de este cariz, ha contribuido singularmente a dotar a la poesía española de un lenguaje nuevo y de unos temas hasta él considerados como prácticamente marginales (véase la saga de Violeta), pero que hoy andan creado tendencias en nuestra lírica. Títulos señeros como La noche extranjera (1994), Las horas expropiadas (1995), Las islas sumergidas (1997), Memoria del desierto (1998), Pese al combate (2010),Taller de máscaras (2002), Habitación con islas (2005), El sueño de Dakhla (Poemas de Umar Abass) (2008), De puertos y fronteras (2010) e Islas de sutura (2011) forman parte, a mi juicio, de la mejor poesía escrita en nuestra lengua, tanto en la última década del pasado siglo como en las primeras de éste.
Pero Manuel Moya es además un excelente narrador. Autor, entre otros, de las novelas La sombra del caimán (2006), La mano en el fuego (2006), La tierra negra (2009), Majarón (2009), sin duda alguna una obra maestra, y Las cenizas de abril (2011), con la que obtuvo el premio Fernando Quiñones y que fue publicada por Alianza Editorial, hoy con ediciones en portugués e italiano. Destacable es, del mismo modo, la labor de Moya como traductor de Fernando Pessoa y otros autores lusos e italianos.
Con semejante currículo no hace falta decir que nos encontramos ante un autor de enorme interés y así lo viene a corroborar el título que es objeto de esta reseña, Apuntes del natural (2013).
En alguna ocasión he escuchado decir al poeta que él no es autor de libros, sino más bien de compilaciones o recuentos de poemas, los cuales van encontrando su lugar junto a otros textos conforme va desarrollándose su obra literaria. De esa manera, bastantes de sus poemas se ven sujetos a revisiones o versiones posteriores, aun después de haber sido publicados y son recogidos en nuevas entregas.A nadie debe extrañar, pues, que conciba así su poesía siguiendo la pauta de obra en marcha, de forma paralela a su paisano Juan Ramón Jiménez. Algunos de los textos que se integran en Apuntes del natural son, en efecto, versiones de poemas aparecidos con anterioridad en otras entregas; mas con su actualización y renovada vigencia tienen la pátina de lo nuevo o, si si así se quiere, con el valor que les da el conjunto de los textos entre los que ahora encuentran nueva acogida y cobran nueva significación.
De la mano de Edgar Lee Masters, Vicente Núñez, Claudio Rodríguez y Cesare Pavese nos introduce Manuel Moya en los textos de este poemario singular, cuyo título tiene una dimensión pictórica indiscutible. Y así lo corrobora el poema inicial, "Ante <<Mujer haciendo una pizza>>, de Eduard Hopper" (p. 9), texto que, a mi juicio, quizás nos evoque a algún otro de Miguel d´Ors o a nombres significativos de la poesía figurativa, propia de las dos últimas décadas del siglo XX. No es en ese tipo de poemas donde resaltan la brillantez lírica y la lucidez de Manuel Moya, no es tampoco en ellos donde el poeta deslumbra con su voz propia, sino aquellos otros donde el tono reflexivo, el flujo de conciencia o las nuevas técnicas poéticas, paralelas en cierto modo a las de otros géneros literarios, sirven para expresar con luz diáfana los más íntimos rincones de la condición humana. En esa línea están, a mi entender, textos como "Los muertos (Apunte del natural de W. Ospina)" (p. 13). Sus incursiones en la poesía china y oriental dan, como granados frutos, poemas en los que las descripciones de la naturalezan alcanzan cimas de gran belleza, armonía y equilibrio natural, con un tono elegíaco y una mesurada melancolía. Muchos otros sirven de pretesto para reflexionar sobre la vida, a veces con un medido aliento sentencioso.
El poeta se muestra así como el contemplador que proyecta sus ojos sobre cuanto le rodea y siente a su corazón naufragar con el desgaste que provocan el paso del tiempo y la imposibilidad de retener los instantes, ya que la realidad se desenvuelve en un cambio constante. De ahí la necesidad de atrapar el momento en esos "apuntes del natural", pues lo que ahora es, no lo será a un movimiento de las agujas del reloj. Se trata de la vida en su constante fluir y de la necesidad que sentimos de no dejar escapar el recuerdo, atesorando en la memoria lo que tanto nos gratificó íntimamente. En esos rescoldos vivificantes anda el poeta de Fuenteheridos, utilizando a veces un lenguaje épico, fruto quizás de la corriente estética helenizante (Aurora Luque, Julio Martínez Mesanza, etc.), quizá devenida de los poetas del grupo "Cántico" de Córdoba o de ecos novísimos: "No los hombres / que vuelven de Hispania o de Cartago / cegados por el mirto o por el oro, / no aquéllos, cuyos torsos / perturban los jardines, / no los estrelleros, los escribas / ni el vencedor de Farsalia; / desde luego, no los príncipes / ni el gladiador que volvió a eludir la muerte, / no el impúdico tribuno, ni el hebreo / tonante, inexpresivo,/ al que temí menos por su sangre / que por su misterio,/ no ninguno de los dioses que dicen verdaderos / a quienes en su temor y en su codicia / tantos tantos se encomiendan, / sino ver a mi padre / entrando solo en la ciudad/ herido y sin escudo, deslumbrante" (No los hombres, p. 21).
Como apunté al inicio, versiones de otros poemas suyos y de textos de otros poetas encontramos también aquí. El listado sería extenso, por lo que sean suficientes algunos títulos que ejemplifiquen lo que digo: "Anónimo (Altamira)" (p. 23), "Vasques retrata a Bernardo Soares" (p. 25), "Gianna Champi testifica en favor de Sacco" (p. 29), "El desierto de los tártaros" (p. 49) y otros más.
Apuntes del natural es un libro excelente que bien merece el prestigioso galardón que ha recibido. Por el poeta sé que el mismo Guillermo Carnero envió a la editorial una carta elogiando su obra, la cual le fue entregada el mismo día que el premio.
José Antonio Sáez.
José Antonio Sáez.
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