¿Qué fue la poesía? Echas a andar y vas dejando huellas sobre la arena, en la playa desierta. Miras el mar y ves confundirse el movimiento de las olas, el vaivén de sus espumas en tus ojos cansados. Pasaste por aquí y hubo algunas cosas que te ayudaron a vivir y que casi hasta fueron tu misma esencia. Decidiste ahondar en la vida, en su sentido acaso, en la verdad desnuda que nos acompaña, en el desvalimiento o el desamparo de una criatura frágil dotada de libertad e inteligencia, capaz de ascender a las más nobles aspiraciones; allí donde la bondad, el bien y la belleza habitan en solidario conjunto; o descender acaso a los abismos de su propia autodestrucción, la destrucción de su entorno y el de sus semejantes. Mas te salvó la belleza, la emoción más viva, el asombro que palpita en cada labio, en cada risa o en ese llanto ininterrumpido que es dolerse en el sufrimiento de los otros.
Sientes que vas concluyendo el recorrido, que avistas el final de la trayectoria que te fuera señalada. Y haces balance y te dices que toda vida se justifica por sí misma y que no hubo nada tan asombroso y mágico como vivir. La felicidad no fue un estado permanente, sí una aspiración, un emocionado e inspirado sentir en determinados instantes de plenitud. Un hombre no es un hombre sino en su solidaridad con los otros. Tú eres tú, pero estás en los otros. Si eres grande, no es por ti, que es por los otros. Lo que has hecho por ellos redime tu vida. Y atisbas la última costa con la melancolía de las postreras luces del ocaso. Se te escapa la luz y, sin embargo, no temes a la noche. Bebe este vino oscuro de saberte vencido. Siempre hubo dignidad en la derrota, aunque pocos posean la sabiduría que da el entendimiento.
La poesía fue una apuesta de vida y por la vida: la misma vida. Gracias a ella lograste con dignidad y decoro pasar ante los hombres con una mínima verdad creíble. Nada hubo de apariencia o fingimiento. Sólo cavar y hacer más hondo el hueco de ti mismo. Desnudarte y sentir el pudor de unos cueros con que cubrir tu desnudez. Mostrarte en la plaza pública, exponerte al juicio y al implacable dictamen de los otros; aunque tú no lo pretendieses. La poesía fue como encender una cerilla en la noche del mundo e iluminar por un instante la propia oscuridad, que es la de todos; como andar de puntillas sobre las ascuas y sentir las brasas en las plantas de los pies heridos. Fue un intuir la belleza, fingir lo trascendente, otear la utopía y sentir que tocabas el dedo de un dios creador bajo el sol luminoso. Fue también la luz del instante y el creer, convencido, que ya en la eternidad dejabas la pura contingencia para ascender en la escala de Jacob, en lucha con el ángel.
José Antonio Sáez Fernández.
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