Sr. D.
Ángel García López
MADRID.
Mi querido amigo y maestro Ángel García López:
He recibido en estos
días el ejemplar de Cineraria (Retratos),
poemario que, con ilustraciones de Tosar Granados, te ha publicado
Ediciones de Centro, en esta reducida y curiosa edición para bibliófilos. La
verdad es que el sentimiento que albergué en mi interior al tener la edición
entre mis manos fue ambivalente pues, por un lado, me sentía feliz al entender
que tu amistad y afecto hacia mi persona han sido constantes a través de todos
estos años, desde la oportunidad de nuestro conocimiento; no obstante, no pude
evitar sentir, por otro lado, una cierta preocupación al pensar que esos pocos
ejemplares (diez, me dices), que te fueron entregados por la editorial, debías
haberlos confiado a personas más cercanas a ti y con mayores méritos que los
que mi modesta amistad pudiera suponer para la estimación de tu valía poética.
De todos modos, he de decirte que me sentí muy halagado con tu envío, el cual
te agradezco muy sentidamente; así como esa amistad perdurable que debo sólo a
la generosidad de tu corazón grande de poeta.
Aunque ya he leído varias veces los breves
textos que integran esta entrega poética, no me gustaría equivocarme respecto a
las motivaciones últimas que los han originado. El título me resulta
ilustrativo en relación con uno de los temas que ha venido ocupándote en estos
últimos años, el cual no es otro que el de la conciencia del fin a que todos estamos convocados; si bien, aquí pareces dar un paso
más al entregarnos estos cincelados versos como si fueran tus propias cenizas.
Entiendo y acepto que esto es así, aunque me gustaría que fueran otras las
sensaciones y emociones que albergara tu corazón y tu pensamiento: tal como la
de plenitud vivida, tanto en dolor como en gozo; o la asunción armónica de
nuestro desenlace final en una fusión con la naturaleza y con el universo del
que formamos parte. Formamos parte, en efecto,de un ciclo, de una circunferencia que se
inicia en un punto y se cierra al regresar a él. En medio dejamos obras y,
sobre todo, amor, mucho amor, todo el amor que nos cupo y que llenó nuestra
vida.
Los versos de Cineraria, que has subtitulado (Retratos),
son ascuas, brasas ardientes que nos queman en las manos y ciegan nuestros
ojos, dardos en la diana del corazón, cenizas esparcidas al viento o sobre las
aguas del mar de Cádiz, allá en tu Rota natal.
Aun así, te persiguen quizás antiguas
sombras como la del temor a que tu obra lírica no sea capaz de vencer al
tiempo, y ello no tanto por la falta de merecimientos como por la miopía, la
envidia y la acción alevosa de quien pudo pregonar el talento y no lo hizo o
tal vez se sirvió inexplicablemente de él, apropiándoselo. Créeme si te digo
que yo no albergo esas dudas ni tengo esos temores respeto a tu poesía
imperecedera, pues sé a salvo tu obra de mezquindades y ruindad. No puede ocultarse
el brillo del diamante y su luz deslumbra a pesar de que pudiera permanecer
momentáneamente escondido. No hay forma de poner trabas o impedimentos a la
evidencia, pues ésta siempre acaba abriéndose paso entre los obstáculos que se
obstinan en hacerlo.
Son preocupaciones seguramente mal
entendidas por mí, pero que me ha parecido apreciar vienen enseñoreándose de tus versos o
abriéndose paso a través de ellos en tus últimas entregas. Mas yo sé que el poeta nos
abre su alma como la granada muestra el dulce fruto oculto tras su envoltorio de piel dura y brillante a los ojos de quien se dispone a degustarla.
No nos abandona tampoco, cómo podría ser
de otra manera, la sensación de ir a lo esencial permanente a través de la brevedad de los
textos y de la palabra cincelada, ajustada con precisión de orfebre al lugar
exacto, preñada de nítida significación, abundando en una suerte de testamento
poético ajustado, transmitido con una maestría métrica indiscutible y con un ritmo
fulgurante. Versos de aliento epigramático, con evidente aura clásica, esculpidos
con la precisión y la nobleza de nuestra hermosa lengua, una lengua que amamos
y que nos sirve para hacer comunicables y compartibles las más valiosas emociones, nuestros más perdurables sentimientos vislumbrables en los límites del conocimiento humano.
Mis efusivas felicitaciones para ti, mi
admirado Ángel García López, maestro de poetas, con mi más fraterno y hondo abrazo:
José Antonio Sáez Fernández.
Primera línea, de izquierda a derecha: Luis Jiménez Martos, José Ledesma Criado, Ángel García López, Guillermo Díaz-Plaja, Juan Pérez Creus; segunda línea: Carlos Murciano, Luis Rosales, Gerardo Diego, Juan Ruiz Peña; tercera línea: Antonio Amado, Ramón Pedrós, Jacinto López Gorgé y Francisco Salgueiro. 1975. (Foto: Cervantes Virtual).
No hay comentarios:
Publicar un comentario