Saltimbanqui, gimnasta, saltador de la comba,
atleta de equilibrios, erguido y con las piernas
abiertas, posturales, en estático y rítmico
compás de dos por cuatro. Tensa la cuerda, zambo,
echa la red al cielo y espanta las miradas
de los que han de venir por un sol de justicia.
Arquero de las nubes, estilizado duende
que llevas en los brazos el mundo por montera,
coloso del arco iris, atlante de colores;
el que avista la presa y siempre ojo avizor,
tiende el arco al azul, la flecha al cervatillo,
las trampas al bisonte o al mamut ceniciento.
Ese dios protector que, como trazo oscuro,
pintara en las paredes de la cueva sombría
aquel antepasado para invocar la caza,
sobre la cal desnuda protege a moradores,
y es Indalo o idolillo, encantador de flechas,
imán de las pupilas, los ojos al asalto.
El que al alba del mundo viera la luz naciendo
entre unas brozas secas y frota piedras blancas.
El que surgió del fuego e ilumina la tierra.
José Antonio Sáez.
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