lunes, 27 de abril de 2020

EN CAÍDA LIBRE.







Cuando un cuerpo está en caída libre, la ley de la gravedad y la inercia lo atraen hasta que choca con la dura tierra que lo aguarda desde el origen para reiniciar el ciclo de la vida. Así los seres humanos que no cesan de desgastarse, consumidos día a día, hora a hora, minuto a minuto por el tiempo devastador. Se nos va la vida como se va el agua por el desagüe. He ahí el desplome de las criaturas todas en la abducción de la caída que no cesa, de la tierra que imanta y convierte en fermento cuanto ser deposita su aliento en ella. He ahí esa lenta agonía, ese sabernos en caída libre hasta el último choque, hasta el estruendo horrísono de la hecatombe, hasta el choque de cuerpos que se encuentran y, enfrentados, sucumben el uno en el otro y el otro en el uno, fundiéndose, desintegrándose. He ahí el descendimiento y la cámara que ralentiza la caída de la hoja desde la rama más alta del árbol generoso, abundante en frutos y pájaros que entre sus ramas se cobijan. He ahí el picado y su contra picado. Acércate al charco y siente la putrefacción de las hojas que se hicieron en volandas a la caída. Y ve a los que lloran, postrados a los pies del madero, sosteniendo el cuerpo exánime del rey de la caída, el que cayó tres veces y reinició su camino hasta el lugar donde estaba convocado. 





Tú que naciste para volar, aprendiste que tu vuelo es en caída libre, que lo tuyo es caer y levantarte mientras puedas, para remontar el vuelo. Pero, lo tuyo es caer. Caer, no lo olvides. Aunque te veas izado en el aire, alzado como un estandarte en la batalla de la vida, sabe que tú estás llamado a la caída y, una vez en tierra, a la putrefacción que ha de nutrirla. No eres más que el caído, el descendido, el bajado, el recogido y recostado. Y bien lo sabes, porque a veces planeas u oteas desde arriba tu propia caída.



                                                                       José Antonio Sáez Fernández.



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