Ezequías
Blanco: Tierra de Luz Blanda, Prólogo
de Enrique Gracia Trinidad, Madrid, Los Libros del Mississippi (Col. Poesía, 11), 2020.
En
ocasiones, el devenir existencial suele llevarnos a todos ante una situación
que pone a prueba nuestra capacidad de superación de obstáculos que, en
apariencia, nos parecían difícilmente superables. Una de esas situaciones, que
nos ubican en esos casi, para muchos, inexplorados límites; bien pudiera estar
vinculada a la salud y nos ubica en un hospital, afrontando la experiencia de
una operación quirúrgica difícil de asumir. La enfermedad o el dolor nos
adentran en un territorio abisal donde el miedo y los temores suelen provocar
un sufrimiento añadido.
El
tema de la experiencia hospitalaria, unido al de una operación quirúrgica, no
es la primera vez que aparece hermanado con la poesía (recuérdese, por ejemplo,
el poemario Trasmundo, de Ángel
García López) y es también el que el escritor Ezequías Blanco (Paladinos del Valle,
Zamora, 1952) ha querido afrontar en su último libro, Tierra de Luz Blanda. En los textos poéticos que conforman
íntegramente el volumen, el escritor zamorano residente en Getafe, conocido
tanto por su obra literaria bien contrastada, como por su labor al frente de la
revista “Cuadernos del Matemático” y otras empresas socioculturales afronta, con un coraje digno de encomio, el reto de poetizar una experiencia que, en
principio, podíamos considerar si favorece poco o mucho, el grado de su
poetización. Creo, en principio, que no todos los poetas seríamos o somos
capaces de ello y que el acometer tal empresa, bien pudiera servir de terapia
psicológica en aras a vencer las secuelas de una experiencia quirúrgica y
hospitalaria. Ardua tarea, sin duda, esa de poetizar una experiencia
traumática; si bien es cierto que convertir en literatura la experiencia de los
límites, en este o en otros casos similares, siempre supuso un reto y un
incentivo para el escritor que se pone a prueba a sí mismo y pone a prueba su
suficiencia en ese transgredir las fronteras de lo tan difícilmente
literaturizable.
Ezequías Blanco ha escrito un libro valiente
y ha superado con nota el reto que suponía su empeño. Así lo vienen
reconociendo crítica y lectores de su poemario Tierra de Luz Blanda, empezando por el prologuista del libro, el
poeta Enrique Gracia Trinidad. Dedicado a los doctores que lo atendieron, e
introducido por citas de Escribir, de
Marguerite Duras, y de Poesía y Cuerpo,
de Cecilia E. Collazo, nos encontramos ante un viaje o una experiencia que
somatiza líricamente pasos y procesos, intuiciones y circunstancias: desde el
quirófano a la anestesia, desde la sala de reanimación al dolor y al gotero en
una habitación de hospital, la herida y su drenaje, los calmantes, la cama y
las visitas, la enfermera y el andador, los tiempos interminables
(especialmente las noches), los miedos y temores en un Paseo por el amor y la
muerte: “No había asomado por aquí la muerte/ todavía junto al amor que nace/ y
el que se malogró/ en este tierra de luz blanda” (p. 42). Un viaje necesario
que se culmina felizmente, pero que no termina cuando llega el alta, a la cual ha de seguir necesariamente la recuperación. Ya en curso de la misma, el poeta
se decide a hacer balance de su experiencia: “Por delante la tristeza y por
detrás la niebla. / Y no hace falta ya que muera nadie. / Eso ha sido la vida
en esta estancia: / trenes vacíos con estaciones sin destino” –escribe en el
poema Balance, p. 45. Noches que siguen al insomnio, paisajes para después de
la batalla en los que se comprueba que la vida sigue, el sol sale cada día y
los árboles visten de hojas sus ramas en un abril que puede llegar a ser el mes
más cruel. Así, como quien aprende a caminar de nuevo y halla siempre el
auxilio de los bancos que esperan el reposo del cuerpo cansado y dolorido,
porque no queda otra que afianzarse en la esperanza, acertando a ver la vida
como la maravilla que es: como una oportunidad para ser vivida.
El poeta zamorano nos ha legado un libro existencial y valiente, que es expresión de una
experiencia realmente difícil y dolorosa; pues no en vano el dolor puede llegar
a considerarse como una de las mayores y más complejas experiencias. De ahí que
el poeta se pregunte si habrá un día en que el dolor se aplaque, aunque sabe
que “Breve es el tiempo de quien sufre” y que “La música del vuelo está
perdida.
José Antonio Sáez Fernández.
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