¡Qué
misterio insondable se oculta en el interior de los seres humanos! Por mucho
que intentes penetrar en el corazón, en el alma humana, no conseguirás hacer
grandes progresos, incluso si a quien pretendes llegar se abre a ti. Las
motivaciones últimas de la conducta humana son, a menudo, insondables; tanto
para quien pretende acceder a ese lugar inefable como para quien desea hacer
explícita su intimidad. Porque desde el mismo instante en que alguien se decide
a exteriorizar esas motivaciones o intenta justificarlas, sólo se queda en eso
y el resultado resulta tan inverosímil como vano, voluble o antojadizo para
quien lo intenta y suele descarriar en el camino. Seguramente no encontramos
justificación a las motivaciones últimas del alma y la conducta humanas. Puede
que solo haya una vía de acceso a ese abismo insondable, a esa bajada a los
infiernos, cuyo conocimiento provoca tanto desasosiego, tanto desconcierto y
tanta desazón a quien logra descender hasta allí. Esa bajada tiene una sola vía
de acceso y es personal e intransferible: la tuya, desde ti mismo hacia ti
mismo. Es un viaje de inciertos logros que atemoriza y amenaza con la demencia
a quien se atreve a intentarlo, tal es el descubrimiento de la lucidez y lo
indigerible de los hallazgos. Los fantasmas de la conciencia que se manifiestan
en tal descenso ad inferos atormentan
desde el inconsciente al ser consciente y no le permiten ubicarse en un estado
normal de consciencia, de realidad o de más o menos normalidad. No pocos se
decidieron a acceder a ese territorio hermético a través del alcohol o
distintos tipos de estupefacientes y fueron presa del desasosiego permanente,
si no de la locura; incapacitándose a sí mismos para la convivencia o la
sociabilidad con sus semejantes.
Si hay algo que caracteriza a ese espacio
del alma humana es su hermetismo, su blindaje, su opacidad amurallada, su
caparazón acorazado. Nadie que logre asomarse a ese abismo sale indemne de su
osadía, ni nadie que haya sido capaz de descender allí o adentrarse en él,
siquiera sea mínimamente, no queda afectado de por vida. La lucidez se paga, pues, muy cara.
Su carga es demasiado pesada para la endeble, indefensa y desamparada
corporeidad que nos reviste. Territorio ignoto de todos los abismos, viaje que
conduce con demasiada frecuencia al extravío.
José Antonio Sáez
Fernández.
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