El cantautor Luis Eduardo Aute ha sido un
buque insignia para mi generación y puede que para algunas más. Nadie como él
supo conectar con los anhelos de los jóvenes españoles de los setenta y los
ochenta, quienes vivieron la agonía del franquismo y la llegada de la
democracia como la conquista de la tierra prometida, tan largamente esperada.
Aute canta y parece que susurra y sugiere a la par. Nunca estridente. Es un
poeta que canta, un juglar melancólico que tiñe de melancolía cuanto expresa. Y
es un desarraigado, un desgarrado, un expatriado, un herido de amor muy
lastimado. También de libertad y de belleza. Le dolió su país y se refugió en
el amor, en la amistad, en la música y en el arte. En la belleza, en definitiva,
a la que aspiraba; sabiéndose humano, falible y mortal. Su imagen misma era la
de una generación inadaptada, rebelde y contestaría desde postulados nunca
violentos, pero sí de rechazo; de una especie de rechazo autodestructivo que
plasmaba a través de la melancolía y la indeclinable tristeza de sus textos y
sus cuadros, engendrados por una suerte de incapacidad o de frustración ante la
consciencia de no poder cambiar el mundo.
También el amor puede resultar una
experiencia de aniquilamiento personal, un proceso de autoafirmación
destructiva en cuanto los amantes disuelven su más íntimo ser en la conjunción
con el otro. Ese perpetuo estado de desazón que deviene en melancolía y
autodestrucción, reflejada esta última también en su pintura, junto a la rebeldía,
lo convirtieron en emblema para los jóvenes de los años setenta y ochenta, como
digo. Fue un juglar no acomodaticio que molestaba y suscitaba desconfianza o
prevención en amplios sectores de los poderes públicos de entonces. Del mismo
modo, fue un ser libre, en un país donde no todo el mundo entiende ni respeta
la libertad del otro. La figura de Luis Eduarte Aute es la radiografía
emocional de varias generaciones de jóvenes españoles, de sus anhelos y
aspiraciones en la España de la transición.
Lo que lo diferenció de otros
cantautores está a la vista: de unos, la canción protesta de cariz
político-reivindicativo; de otros, el carácter intrínsecamente urbano de su temática.
Puede que Aute tuviera algo de los dos grupos, pues fue un subvertidor de
valores y emociones. Su personalidad y su singularidad son incuestionables,
junto al intimismo, de raíz inconformista, en sus creaciones
literarias, musicales o pictóricas. Intimismo, pues, junto a rebeldía,
elegancia estética y melancolía, se dan la mano en un artista indiscutible
de la España actual que, en sus concomitancias culturalistas, entronca con la
poesía española de los setenta, la de los novísimos; por ejemplo, en lo que a
sus referencias cinematográficas se refiere. Mientras que, en sus tintes
filosóficos, no deja ser un existencialista pasional que consumía sus cigarrillos con voracidad.
José
Antonio Sáez Fernández.
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