El poeta Antonio Pérez Roldán (Nueva
Carteya, Córdoba, 1945), residente en Tarrasa, codirector allí, con el
almeriense Francisco Lucio, de la colección de poesía “Alandar”; es autor de
varios libros de poemas, aforismos y cuentos, todos ellos publicados entre los
años 1992 y 2017. Su última obra editada, aparecida en estos últimos meses,
lleva por título “Señales de uno”. Se trata de unos textos que fueron escritos
entre 2007 y 2011, de una poesía depurada, quintaesenciada, diría yo, como si
de un alquimista o un destilador de enjundiosos licores se tratara. El lenguaje
se hace aquí enormemente efectivo y eficaz, a la par que significativo, pues
nada sobra ni falta en el verso ni en el poema. Todo ello hace de ésta una
poesía ágil, ligera, que va de vuelo. Nada hay que distraiga al lector, nada
que lo desvíe de la senda trazada en la escritura por el poeta, quien conduce a
ambos (lector y texto) con economía de elementos y esencialidad. Poesía
intimista, sin duda, y profundamente reflexiva, que sitúa al hombre y al poeta
ante sí mismo y ante los problemas o interrogantes vitales que acosan al ser
humano; especialmente aquí, el paso del tiempo y la muerte.
El lector atento hallará en estos versos un
acentuado aliento que se debate entre una tan profunda como lejana tristeza y
la melancolía; correlatos del dolor y el desgaste de vivir, de haber luchado y
haberse dejado la piel en el intento; esto es, en el camino de la vida. Nada es
en balde, nada ocurre o sucede en balde: la superación de las condiciones
adversas, incluidas las de desarraigo y la edad, no pasan sino dejando factura
y al guerrero seriamente herido. Esa herida es la que respira en los poemas de
“Señales de uno”, donde la soledad y la escritura del poema, incluso a altas
horas de la noche o ya en la madrugada, parecen requerirse mutuamente desde el
insomnio. Un cierto desencanto se aprecia también en estos textos ante el
balance que se extrae de la experiencia del vivir.
Diría que el poeta Antonio Pérez Roldán
siente la urgente necesidad de dejar testimonio del sentido agónico, unamuniano de la vida y de dar fe de ella, para que no
todo sea pasto del olvido y algo quede así en la memoria de sus contemporáneos;
dar testimonio, digo, de algunas de las preocupaciones que, en gran medida, han
requerido de sus afanes y desvelos en su pasar por este mundo. Y ello sucede
cuando se tiene la clara conciencia del esfuerzo, del sacrificio, de la entrega
y superación que la existencia humana requiere. No se hacen señales en la noche
sino para advertir de que estamos aquí, en radical soledad, insomnes ante el
dolor, el paso del tiempo y la muerte. Luminarias, señales en la noche,
bengalas que lentamente se consumen por si alguien las avista y recoge, con
amor, la honda verdad que ellas representan. En su lucha con las palabras, el
poeta las desnuda para extraer de ellas su sentido primigenio y verdadero; se
desnuda igualmente a sí mismo para presentar ante el lector su más honda y
genuina verdad, que es también nuestra más honda y genuina verdad: lo esencial
humano.
José Antonio Sáez Fernández.
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