SURA QUINCUAGÉSIMO PRIMERA.
Asómate a mi alma. Aproxima el oído.
Oirás con alborozo que allí aletean los últimos pájaros de suave trinar. Dime
si ves a quien pasea por ella con un olor a nardos en los cabellos
delirantes. Mira qué liviana es la corriente, mientras un rayo de sol, diminuto
como el colibrí, extiende su lengua y lame mis heridas. Acércate y confía. Mi
alma es la pradera de las amapolas donde pacen los cérvidos en el recinto de
hierba que me crece en las entrañas. Ven a mí y respira hondamente hasta calarme y
horadarme. Dime si me llueve en los ojos esta lluvia de oro. Dime si me nacen
dalias o jacintos de los dedos y si emergen esmeraldas de las alas dormidas.
Dime si me amas así, con esta desnudez de espigas en que agoniza quien te sabe
en ausencia, oh isla de ardiente y amoroso olvido.
SURA QUINCUAGÉSIMO SEGUNDA.
Cuando cantaron los gallos, despertaste. La aurora rosicler se
hacía en el cielo esparciendo su luz anaranjada sobre la alcoba. Urgía que la
penumbra te amparase en la huida, por si acaso la claridad pudiera revelar nuestros amores. Qué breves las horas se me
hicieron y cuán larga la espera hasta el reencuentro. En ese sinvivir te espero y con
mis lágrimas taño para ti mi canto de albada, pues quién dice que no eres la
luz que hay en mi vida.
SURA QUINCUAGÉSIMO TERCERA.
Recoged mi corazón que navega a la
deriva de las olas. Acudid y vendad sus llagas. Evitad su hemorragia, ya veis
que se desangra. Envolvedlo en suave algodón y delicadas telas, por que evite los
roces del desamor. Hasta ayer latía apresuradamente y he aquí que ahora
languidece por herida de amor que no se cura. Si regresara a él quien no se
muestra, bebería de su copa hasta saciarme. Bastaría, para mi desconsuelo, con
su sola presencia. ¿Acaso podría vivir yo tan lastimado?
SURA QUINCUAGÉSIMO CUARTA.
Llueve en mi corazón enamorado y me
dicen que la lluvia purifica. Pero yo digo que las lágrimas van al mar, pues
son salobres. El aire es cristal puro y en sus ondas se va mi duelo. Aquí me
quedo y languidezco solo, como el mástil que permanece en pie tras la tormenta,
erguido contra la pleamar y la furia de los vientos. El aire es diáfano ahora y yo me interno en él con este dolor que me atraviesa.
SURA QUINCUAGÉSIMO QUINTA.
Dame a beber hiel mezclada con
vinagre. Atraviesa con tu lanza mi costado. Coróname de espinas y laurel. Pon
una caña en mi mano para que haga de bufón y provoque las carcajadas de tus
cortesanos. Pregúntame si soy rey del escarnio o si he de ser emperador del
populacho que hasta ayer me aclamaba y hoy me vitupera. Recibo el salivazo en
la mejilla. Ya estoy dispuesto para que me crucifiques. Sujeta bien los clavos.
José Antonio Sáez Fernández.
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