SURA CUADRAGÉSIMO PRIMERA.
La música que escucho viene a mí desde los
latidos de tu corazón. No hay más grata armonía que la de tu silencio. Gustas
de mostrarte en secreto y recogido, a resguardo de los ojos ajenos. Oigo tus
pasos cuando te acercas a mí, aunque indelebles son tus huellas. Sólo quien
tiene oídos para no escuchar es capaz de saberte próximo. Y eres como el neblí
que, abierto en el aire, otea la presa y la hace suya.
SURA CUADRAGÉSIMO SEGUNDA.
Con tan menguadas potencias y
facultades no es posible al cuerpo hacerse a tu presencia. Se hace feble la
carne si se atiene al espíritu. Sobreviene el desmayo cuando me entrego a ti.
Tú eres la roca y eres también la ola que se bate con ella. Arena yo en tus
manos, y aún mínima. En mi alma dejaste la huella de tus pies descalzos, la
señal de los clavos, tus dedos bienamados. Una alondra o un jilguero sería yo
para ti, cantando noche y día la bondad del amor que prodigas.
SURA CUADRAGÉSIMO TERCERA.
Ángel de mi agonía… Desiste de tu
intento, pues has de saber que no resistiré. Si atraviesas con tan ardiente
dardo el corazón y las entrañas de quien apenas puede sostenerse erguido en tu
presencia, sabe que expiraré. Procede así, que voy de vuelo hacia su encuentro, o llévame en volandas como el soberbio pájaro de oro que vela la entrada
secreta hacia el Amado.
SURA CUADRAGÉSIMO CUARTA.
Dime que eres el Sol que no se
oculta. Dime que eres el espacio y la red en que me haces caer, ay cazador de dolientes lamentos. Dime que rozaste el pico de las aves con tus labios de
acero. Dime que entiendes la lengua de los pájaros y que compartes con ellos tu
secreto. Dime que te arropas entre sus alas diminutas y que dispones tus
alcándaras para que vengan a posarse en ellas las aves de cetrería.
Anda, dímelo, halcón que en majestad oteas por el cielo traslúcido. Muéstrate a mí. Te
lo suplico.
SURA CUADRAGÉSIMO QUINTA.
Afina el instrumento, músico estelar
de unívoca orquesta. Haz sonar el arpa enamorada con las plumas del ala de un
arcángel custodio. Lleguen a mis oídos sus notas delirantes y canten a una los
niños del coro celestial que amenizan el firmamento con su voz heredada. Ah, tú,
clave de sol, pentagrama en que se inspiran los pájaros cantores hasta morir
exhaustos por mi gozo y tu dicha, compás de los silencios que atesora el alma
enamorada.
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