viernes, 21 de febrero de 2014

DIVÁN DE LOS AUSENTES.






La vida es una continua pérdida. Todo lo vamos dejando atrás para llegar desnudos a la meta, como los hijos de la mar, que dijera Machado. Es obvio que nada nos llevamos, que el equipaje ha de ser ligero, inevitablemente, para un viaje que no es sino un abrir y cerrar de ojos (in ictu oculi). No llegamos a este lugar para quedarnos. ¿Para qué obstinarse, entonces, en instalarnos cómodamente en este suelo si solamente pasábamos por aquí? Somos viajeros que andan de paso por un planeta azul. Nuestro destino está más allá del firmamento y las estrellas que, a simple vista, podemos vislumbrar en la noche constelada. Somos una inmensa lágrima, un grito que se escucha en el silencio, el llanto de un niño o el gemido de algún desventurado que rumia su soledad y su desamparo ante la ignorancia de sus congéneres. Navegantes que abandonaron un día la tierra que los viera nacer, la Ítaca de su llanto y su nostalgia, la patria añorada a la que no dejamos de nombrar sin temblor en los labios y una enorme congoja en el corazón. Uno no debiera volver sobre los lugares que va dejando atrás y, sin embargo, hemos de cerrar el círculo, regresar al lugar en donde nuestros ojos se abrieron para ver la luz primera y el rostro amado de la madre que deambula extraviado en la memoria. Somos, sí, lo que hemos perdido y lo que nos resta por perder. Todo se nos va como agua entre los dedos. Somos los que se inmolan y los inmolados por el paso del tiempo.
Hasta ayer tú crecías como el alto abeto de los bosques silentes. Tus raíces bebían de la más fresca agua que en lo hondo del valle hacía sonar el gran tambor del aire. Danzabas y te erguías atrapando, incorpóreo, el espacio yacente que ante ti se cernía. Hoy escribes tu nombre con temblor en los dedos y te despides agitando las manos como el que pide auxilio y se sabe condenado a la ausencia. Somos nuestros ausentes, aquellos que nos faltan, y ellos fueron nosotros. ¡Cómo extender los brazos y no tocar su rostro y besar sus mejillas y decir al oído las hermosas palabras desde este desconsuelo! Sois vosotros, ausentes, quienes me vivís y hacéis que yo vista el traje de los lunes, por quienes extiendo este amor por el mundo que me duele tan alto, que desgarra profundo.


                                                                                   José Antonio Sáez Fernández.

No hay comentarios:

Publicar un comentario