martes, 18 de febrero de 2014

CUANDO EL AMOR SE MUERE.






Malos tiempos éstos en donde crece la desconfianza entre los seres humanos y se ahonda el abismo en los corazones. Creo que esa desconfianza nace, en buena medida, del desconocimiento. Crece, pues, el recelo cavando una profunda sima entre las almas, dificultando el acceso a nuestra, al presente, clamorosa necesidad de los demás. Un hombre no es tal si no es en los otros, por los otros, para los otros. Tiene más sentido la vida si se vive por alguien y para alguien. La generosidad es un don, como lo son la capacidad de entrega y de sacrificio. En la medida en que se da, el hombre accede a estadios superiores de la dignidad humana. En las complicadas relaciones entre los hombres y las mujeres del siglo XXI ha surgido una nueva circunstancia y no precisamente meritoria, pues entiendo que han crecido en el interior de las gentes la desconfianza y el recelo, forjando un gélido muro entre ambos seres creados a imagen y semejanza de la divinidad. Se resquebraja el amor como sentimiento máximo humano, proyección de lo más noble de los dioses sobre sus frágiles criaturas. Un concepto reduccionista del amor se extiende hoy entre nosotros hasta empequeñecer o minimizar la grandeza del más noble de esos sentimientos. Muchos, cada vez más, son quienes han equiparado al amor con la atracción, magnificando así la dimensión pasional de la más grande y magnífica de las emociones humanas. Porque el ser humano es un conglomerado de emociones y sentimientos, por un lado, y de raciocinio por otro. "También el corazón tiene sus razones que la razón no entiende" reza el dicho. 
El recelo, la desconfianza, el desconocimiento entre los seres humanos vienen contribuyendo, a mi juicio, en nuestros días a esa concepción reduccionista, empequeñecedora y minimalista del amor como atracción y a la dimensión pasional del mismo. Siendo importante, que lo es, esa dimensión pasional del amor a que conlleva la atracción (lo cual, en opinión de los entendidos, no deja de ser una reacción química del organismo); no es menos cierto que el amor tiene una dimensión más ambiciosa y trascendente que está inmersa en el ámbito de las emociones y de los sentimientos humanos. No hay amor que no implique sufrimiento, de tal modo que quien no está dispuesto a sufrir tampoco debiera estar dispuesto a amar. El amor con ambiciones de proyectarse indefinidamente en el tiempo y entre dos seres humanos parece ser aquél que está fundamentado en un proyecto de vida en común, el cual camina abrazado al sacrificio, a la generosidad, al respeto, a la fidelidad, a la tolerancia... Lo que pone a prueba el amor es su capacidad de resistencia ante lo adverso, pues en tiempos de bonanza sólo hay que dejarse llevar por la corriente. También suele ser la capacidad de sacrificio lo que nos pone a prueba a lo largo de la vida.
Crece la desconfianza entre los seres humanos abriendo una brecha insalvable en el corazón de los hombres. El amor parece ser también hoy un superviviente. Y la constatación de esta certeza es lo que más debería preocuparnos; si no, afligirnos.

                                                                                  José Antonio Sáez Fernández.

No hay comentarios:

Publicar un comentario