viernes, 5 de octubre de 2018

POBRES DE SOLEMNIDAD.





   Cada atardecer, al regresar a casa, transportaba los pedacitos de sí mismo que habían quedado esparcidos en el trayecto que lo conducía a su encuentro con los desposeídos de fama y de fortuna: "Vivir exige su desgaste, se decía, y nada desgasta más que el servicio a otros". 

   Ya en la austera cocina de su casa, sentado en una silla de anea y, ante un vaso de agua, recomponía con meticulosidad esos pedacitos como si fueran las piezas de un complicado rompecabezas y, mientras los tenía entre sus manos, podía sentir el calor que desprendían. ¡Con cuánto amor iba encajando las piezas de caprichosas formas y perfiles diversos, las cuales le iban devolviendo su figura que, poco a poco, iba quedando desvelada en su fragmentación cada vez más unitaria!
   La noche iba cayendo sobre la estancia y la luz era, de vez en vez, más escasa, por lo que se decidió a encender la vela que, sobre la alacena, esperaba desde el día anterior con las gotas de cera coagulada deslizándose por el trayecto que quedaba sin consumir, mientras se hacía las siguientes reflexiones: 





"Hay dignidad en la pobreza, una dignidad que niegan los ojos, pero que sí se vislumbra con las luces que espejean en el interior. ¡Cuántas veces la pobreza no fue amiga de la libertad y hasta de la felicidad, alentando los sueños que empujan a enfrentarse con coraje a la vida! Hermanadas van, cogidas de la mano, solidaridad y pobreza, generosidad y pobreza, desinterés y pobreza. Nada mejor para compartir que en la pobreza y desde ella. La pobreza interior es el desapego que muestras hacia los bienes materiales, que sólo usas en función de una necesidad, pero que no acaparas ni ambicionas, ni tampoco vas tras ellos hasta perderte o perderlos. Sólo eres un usufructuario de esos bienes y debes consumir en función de tus necesidades, pues hay otros detrás de ti que, sin duda, necesitarán también de ellos.







 En vano acumulas lo que otros necesitan para sobrevivir. Con nada llegas al mundo y te vas sin nada porque para ese viaje no necesitas llevar alforjas. Desposesión y generosidad: "Mirad las aves del cielo. No siembran ni recogen, pero vuestro Padre Celestial las alimenta". Inmerso ya en la oscuridad, que había tomado posesión definitiva de la estancia, la vela se había consumido al cabo y, poco a poco, cayó vencido por el sueño. "El sueño, se dijo, es el mayor lujo que pueden permitirse los pobres".  Dormir, soñar, no cuesta nada y los pobres de solemnidad tienen ese bendito privilegio.


                                                                            José Antonio Sáez Fernández.



Nota: Las ilustraciones son de la fotógrafa chilena Paz Errázuriz Körner.


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