martes, 4 de agosto de 2015

TRAVESÍA DEL DESIERTO.






¡Oh, Dios, cómo iba desgastándose en la lucha por ganar la vida! El tiempo y la entrega diaria habían causando su desgaste. Y la impotencia por no poder cambiar el mundo: trocar el odio en amor, el dolor en gozo, la tristeza en alegría, la agresividad en caricia, la pobreza en justicia, la marginación en dignidad, la finitud en eternidad... ¿Quién mira tristemente el mar? ¿Quién se aleja cabizbajo y reflexivo? ¿Y quién lanza a las olas sus deseos más íntimos? ¿Quién escribe mensajes y los introduce en una botella que coloca dulcemente sobre las olas, observando cómo zozobra y navega sorteando sus envites? Es el dolor de vivir y de ser hombre. Un dolor que apenas te deja respirar. Un dolor que se clava como una cruenta espina en el alma intangible del que está hecho de barro, del que está hecho de la carne en que se cobija.
¿Qué hacéis ahí mirando al cielo? Acaso el azul traiga consuelo a vuestros ojos o contempláis la nubes que surcan el firmamento y pasan. Pasa también la mano que cierra los ojos de los moribundos y los agonizantes. Pasan también los labios rozando la mejilla y hacen sonar la bolsa de quien vende a su amigo. Pasa la caravana de los muertos vivientes dejando en orfandad los corazones de sus seres queridos. Suenan insistentemente los violines. Surcan ahora el aire los cuatro jinetes del Apocalipsis. Alivia la brisa la debilidad en que me hallo y recupero la certeza de que aún estoy aquí, entre vosotros: Los que me lleváis de la mano, los que me habéis recogido en la calle, los que me habéis ofrecido un sorbo de agua, los que sabéis de mí y me decís quién soy. No tengo un hombro en que apoyarme ni un brazo que me sostenga. "Si amas, me dijeron, tendrás la fuerza del huracán y te sostendrás tú solo, como la caña que dobla pero a la que no quiebra el viento". De esa manera, me adentré en la noche y no pude con las tinieblas. Ellas me vencieron. Así que soy ahora el derrotado que anda en la vergüenza de su derrota y no se atreve a levantar los ojos de la tierra. Constato que hay en mi alma una sed insaciable y que me asedia la melancolía. Pues mi causa, como todas las causas, es una causa perdida y ahora sé, con certeza, que se acerca la gran noche que ha de cernirse sobre los hombres.


                                                                           José Antonio Sáez Fernández.


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