jueves, 13 de agosto de 2015

DIARIO DE UN EXPLORADOR PERDIDO EN LA SELVA.






   "Este anhelo, este desasosiego, esta ansia de infinitud, esta búsqueda insaciable de eternidad no hallan consuelo ni satisfacción. Días ha que me encuentro perdido en esta espesa selva que me devora por momentos. Los peligros que me acechan son incontables y voy de acá para allá dando vueltas, deambulando extraviado sin saber a dónde me dirijo, qué suerte me aguarda entre esta espesura asfixiante, pues perdí la brújula y cuantos instrumentos me hubiesen ayudado a orientarme. Extraños cantos de pájaros exóticos que no avisto, ya que se ocultan entre las copas de los árboles en busca de los frutos y de la luz inaccesible, escucho con temor; y los alaridos de los primates en sus escaramuzas me estremecen con relativa frecuencia. La selva no es lugar de silencio, pero sí para estar alerta a los sonidos que te cercan y te atormentan con desusada insistencia. A veces me envuelve una suerte de mortal ansiedad que no me deja descansar y paso las noches en una especie de duermevela en que más velo que duermo.


   Hace meses que no avisto un ser humano civilizado y rehuyo el encuentro con los indígenas de los escasos grupos que no han conocido otra cultura que la aborigen porque ignoro, a ciencia cierta, si aún practican el canibalismo. He dedicado semanas a bajar el río en una canoa que encontré en sus orillas, desembarcando puntualmente de ella para aprovisionarme de los frutos de la selva o de la carne de algún animalillo que he podido capturar. El río me ha proporcionado algunos peces de raras especies, los cuales me han servido de alimento durante muchos días de esta insensata exploración, a mayor gloria de la ciencia y el progreso de la humanidad. Todos cuantos me acompañaban en el viaje han ido dejando sus vidas en el camino, haciéndome desembocar en una soledad en donde he de sobrevivir exponiendo la vida a cada instante. Serpientes venenosas, insectos, bestias feroces, alaridos y fecundas plantas me asedian por doquier. Las noches se hacen eternas y me pongo en marcha al rayar el alba, apenas se atisban las primeras luces y se filtran los rayos del sol entre las ramas de los árboles, las cuales se retuercen como los miembros de los cuerpos tenebrosos de enormes gigantes en mi persecución.

   En la mochila guardo mi tesoro más preciado: este diario en donde apunto las impresiones de mi fatigoso caminar, pues es calor resulta así mismo agobiante, dibujo las criaturas asombrosas que la suerte me depara, nunca conocidas por la especie humana, y las plantas en cuyos componentes bien pudiera encontrarse remedio para tantas enfermedades que ensombrecen a mis semejantes. Quiera Dios que este diario me sobreviva, si es que la providencia dispone que mis ojos no hayan de encontrarse de nuevo con la civilización".


                                                                 José Antonio Sáez Fernández.



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