sábado, 7 de septiembre de 2013

BAJO LA FINA LLUVIA DE SEPTIEMBRE.






Llega septiembre, preludio del otoño, antesala del sueño, con sus alas desplegadas y amerizando sobre el agua llovida de tus ojos. Besa las olas con su pico de estaño o viene a caer en busca de los pececillos plateados que vagan por la superficie de un mar transparente. Llega septiembre con sus timbales y el coro de nubes que lo acompaña: las uñas aceradas y el color plúmbeo de los dedos gastados en la caricia. Llega y apenas deja una señal de aviso, un coro concertado de muchachas, el aroma del membrillo y las rosas tardías que exhalan su fragancia en el aire sostenido con la levedad de un pájaro diminuto. Viene insinuándose, tal como si amenazara con una fiebre de olores que aturden y enloquecen a los desafiantes, con su leve nota solar de melancolía, con un alarde de violines en fuga. Pues se entrega la novia esplendente al maduro galán que la corteja. En su mensaje efímero, septiembre es la desembocadura de un río navegable, las capitulaciones firmadas sin demora, el tiempo que apremia y la realidad del sueño que es la vida. Llega septiembre cambiante e inconsciente, como si no quisiera hacerse cargo de lo que es, con sus frutas maduras bajo el sol del verano y sus trasnochadas alegrías pasajeras. Llega con sus ribetes cambiantes de oro pálido y sus panes de oro para dorar los túmulos y las estelas de templos y de tumbas, de lugares abandonados y playas desérticas por donde deambulan los últimos náufragos solitarios que se resisten a aceptar que todo aquí termina. Llega el dulce y recatado, el mudo y revelador, el transparente... Viene con sus higos dulcísimos y sus pájaros voraces, apremiando a las uvas, vistiendo de amarillo a los amantes. Sólo sus manos enlazadas tienden un puente a las glorias perdidas, como quien rinde una fortaleza o entrega las llaves de una ciudad vencida. Septiembre es el espejo en que mirarnos y aceptar lo que somos, una lluvia en los ojos que roza las mejillas y resbala cayendo, pues en caída libre estamos los durmientes. Llega el desconcertante con "Dánae recibiendo su lluvia de oro", del Tiziano, portando bajo los brazos las "Postrimerías" de Valdés Leal. Llega el embriagado por los olores de después de la lluvia. Abridle las compuertas, salidle al paso, vosotros, caminantes, extranjeros, exiliados que lloráis por la patria perdida.


                                                                                          José Antonio Sáez Fernández.

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