miércoles, 18 de septiembre de 2013

LAS POSTRIMERÍAS DE VALDÉS LEAL.




Don Miguel de Mañara sería el encargado de concluir las obras de la nueva iglesia de la Hermandad de la Santa Caridad. En el Hospital de La Caridad de Sevilla se exhiben dos de las pinturas más representativas del barroco español, obra de Juan de Valdés Leal (Sevilla, 1622-1690), las cuales abundan sobre los motivos de la brevedad de la vida y la vanidad de las cosas terrenales. Se trata de "In ictu oculi"; esto es: "En un abrir y cerrar de ojos"; y de "Finis gloriae mundi", o "Fin de las glorias mundanas". Ambas constituyen un motivo de reflexión permanente y una lección de vida que nos sitúa ante la cuestión esencial de la condición humana: la muerte como verdad aleccinadora.
   Dichas pinturas son conocidas como "Las Postrimerías" de Valdés Leal y, a mi juicio, por tal término debe entenderse "lo que viene después de la muerte", pues no en vano el prefijo post- significa "después de". El artista, hijo indudable de su época, viene a transmitirnos una verdad aleccionadora: la vida es tan breve y todo lo vivido es tan efímero como un parpadear apenas, un pestañear si se quiere, como un abrir y cerrar de ojos. En "In ictu oculi", la Parca lleva bajo el brazo izquierdo un ataúd y lo que parece un sudario, agarrando de esa mano la guadaña. Con la maño derecha y los dedos abiertos señala hacia ese "abrir y cerrar de ojos" y, bajo ella, aparece la vela apagada que sostiene el candelabro, símbolo del final de la vida. Sobre la mesa: el báculo, la mitra y el capelo cardenalicio, atributos del poder eclesiástico; capas, hábitos y vestiduras que con la corona, el cetro, el toisón y otros insignias y ornamentos representan la realeza y el poder mundano; espadas usadas en guerras, batallas y conquistas; libros que fueron compendio de todo el saber humano, palacios para la ostentación, pinceles, ramos de palmas para la celebrar la gloria vencida. Bajo su pie izquierdo, la Parca, que nos mira implacable de frente a través de las cuencas vacías de sus ojos, aplasta la bola del mundo. El fondo oscuro del cuadro empuja hacia el primer plano, poniendola de relieve tan aleccionadora ilustración, hermanada con los mensajes del pesimismo y el desengaño del barroco español.






 En "Finis gloriae mundi" la mano llagada de Cristo sostiene desde lo alto, en un espacio luminoso, la balanza en cuyos dos platillos, "Ni más", "Ni menos", queda reflejado el juicio de las almas. En el primero, el de la izquierda, aparecen los símbolos de los pecados capitales que llevan a la condenación eterna, mientras que en el plato derecho -con la inscripción "Ni menos"- podemos ver diferentes elementos relacionados con la virtud, la oración y la penitencia. De la libertad humana y de las obras del hombre depende el que la balanza se incline hacia uno u otro lado; esto es: la salvación o la condenación. Bajo los platillos de la balanza, en siniestra oscuridad, hay un osario y un esqueleto humano. En primera línea de la imagen, el cuerpo en descomposición de un obispo, con la tiara, sus vestiduras y el báculo, yace sobre su caja desvencijada. A su lado reposa un caballero de la Orden de Calatrava. Algunos otros detalles podrá advertir el lector, como la lechuza y el murciélago, pájaros de la oscuridad. Ambos cuadros están enmarcados en un arco que bien pudiera introducir en una cripta funeraria. La brevedad de la vida y la vanidad de las cosas terrenales quedan expuestas con un fin eminentemente didáctico y aleccionador ante los ojos escrutadores de los visitantes que se conmueven ante las dos pinturas de Valdés Leal, quien a buen seguro debió seguir las instrucciones de don Miguel de Mañara, legándonos con ello dos de los mayores símbolos artísticos del barroco español.


                                                                               José Antonio Sáez Fernández.


1 comentario:

  1. Buenas descripciones, José Antonio, de estas pinturas inquietantes. El primer Novísimo de que hablan los teólogos es la muerte en sí misma. Valdés Leal nos la representa con esa crudeza barroca, recargada de detalles y claroscuros... Ayer asistí al entierro de un compañero. Somos polvo, como diría el poeta, menos que polvo, nada

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