A la memoria de mi madre,
Mariana Fernández Conchillo (1923-2004)
Está en oro el jinjolero bajo el sol del membrillo. Sembraron sus hojas una áurea alfombra alrededor de las ramas. Una tumba de hojas es la tierra abonada. Yacen mariposas difuntas al final del verano. Septiembre marchitó las ultimas rosas que regara la mano amantísima de la pálida ausente. El deshabitado se fue poblando de ausencias. Superficie arrasada, vasta extensión del caos, espacio sembrado de sal que, a su suerte, abandonó el conquistador. Páramos para la desolaciónn del invisible. Espíritu o barca a la deriva entre la niebla espesa. Tardes de otoño: Qué frágil vuestra luz, qué quebradiza, qué delicada seda, qué tejido suave, qué sutil fragancia en el aire más frío, qué rosa efímera en el jardín de hogaño, qué roce o qué caricia que apenas insinúa su túnica aparente... Así la vida, dulce como el licor destilado en el alambique, inaprehensible siempre. La eternidad: ¡qué lejos!
José Antonio Sáez.
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