Paralelamente a la salida de la revista "Batarro" en su segunda época, decidimos crear colecciones literarias de poesía, narrativa y ensayo, a las que pronto unimos otras nuevas a las que llamamos "Cuadernos de Batarro", "Pliegos de Poesía" y "Fascículos". De ellas daré cumplida referencia en este blog. Inicio el recorrido con la Colección Batarro de Poesía, la cual se abrió con el libro Poemas de la noche (1989) del escritor albojense Diego Granados (1915-2002), quien en la década de los setenta había conducido casi en solitario la primera etapa de la revista y otras publicaciones del Seminario de la Cultura, junto a don Martín García Ramos, catedrático de Literatura del instituto de Albox (Almería). Como lema de la colección pusimos una cita extraída de La Gitanilla, una de las Novelas Ejemplares de Cervantes:
"Hase de usar de la poesía como de una joya preciosísima, cuyo dueño no la trae cada día, ni la muestra a todas las gentes, ni a cada paso, sino cuando convenga y sea razón que la muestre".
El consejo editor estuvo formado inicialmente por Diego Granados, Pedro M. Domene, Jerónimo López Fernández y José Antonio Sáez, uniéndose a él posteriormente Pedro Felipe. S. Granados y Jesús Martínez Gómez. En la viñeta de portada podía verse la fuente empedrada, y junto a ella la pita, que el pintor huercalense Silvestre Martínez de Haro, prematuramente fallecido, había diseñado para las publicaciones que nacieron bajo el sello de "Batarro". Cito, a continuación los autores, títulos y año en que se editaron las obras que pasaron a formar parte de nuestra colección de poesía (los tres primeros títulos fueron impresos en Grafiper de Málaga, los 6 siguientes estuvieron al cuidado del editor granadino Ángel Moyano y los dos últimos lo fueron nuevamente en Grafiper, de Málaga):
1. Poemas de la noche, de Diego Granados (1989).
2. Árbol de iluminados, de José Antonio Sáez (1991).
3. El sol de las ánimas, de Antonio Enrique (1995).
4. Porque soy Teseo, de Aureliano Cañadas (1995).
5. La noche calcinada, de Domingo F. Failde (1996).
6. Libro del desvalimiento, de José Antonio Sáez (1997).
7. Carta de navegar, de Andrés Mirón (1997).
8. Pentagrama de junio, de Antonio González-Guerrero (1998).
9. Del tiempo frágil, de Enrique Morón (1999).
10. Francisco Peralto: Palabra, esencia, tiempo, ed. de Pedro M. Domene y Jesús Martínez Gómez (2003).
11. Homenaje al Quijote. Poesía visual y arte correo, ed. de Pedro M. Domene (2006).
He de aclarar que los dos últimos títulos salieron también, en una primera edición, como números de la revista "Batarro" y fueron impresos en Grafiper, de Málaga.
El entusiasmo era mayor que los medios económicos y la infraestructura de que disponíamos, por lo que los esfuerzos realizados en todas y cada una de las publicaciones mencionadas resultaban considerables. No obstante, nos sentimos orgullosos de la labor realizada. A otros toca el juzgar si mereció la pena.
Copio aquí uno de los poemas extraído de El sol de las ánimas (1995), del poeta granadino Antonio Enrique:
23. MILIQUINIENTAS.
Decía mi madre: Miliquinientas, marqués
de Camerines y un día voy a dar el batacazo
(refiriéndose al desorden de mi habitación).
De ella me quedó el humor, el cinismo
que no es fuego contra el fuego,
sino hielo contra el fuego,
y cierta ofuscación que me viene de repente.
Mi madre en realidad era una acuarela:
en ella había tantos colores
que parecía estar debajo de un tilo
de aquellos cuya alergia sufrió cada junio.
Mi madre olía a plaza Bib-Rambla
y tenía las pestañas largas
de tanto mirar el agua por las acequias.
Mi madre en realidad lo que fue es una caracola:
tan blanca, ensimismada y de nácar profundo
que bastaba mirarla para oír su rumor.
Mi madre me llevaba a la Alhambra y yo no encontraba
diferencia entre los bosques y sus párpados,
entre sus manos y aquellos jardines.
Ella sabía que lo de escribir
era por su sangre alucinada: Así es
que desde los colores, olores y rumores
de su alma, me sigue siendo, me sigue estando,
y poblando siempre. Siempre.
Antonio Enrique.
1. Poemas de la noche, de Diego Granados (1989).
2. Árbol de iluminados, de José Antonio Sáez (1991).
3. El sol de las ánimas, de Antonio Enrique (1995).
4. Porque soy Teseo, de Aureliano Cañadas (1995).
5. La noche calcinada, de Domingo F. Failde (1996).
6. Libro del desvalimiento, de José Antonio Sáez (1997).
7. Carta de navegar, de Andrés Mirón (1997).
8. Pentagrama de junio, de Antonio González-Guerrero (1998).
9. Del tiempo frágil, de Enrique Morón (1999).
10. Francisco Peralto: Palabra, esencia, tiempo, ed. de Pedro M. Domene y Jesús Martínez Gómez (2003).
11. Homenaje al Quijote. Poesía visual y arte correo, ed. de Pedro M. Domene (2006).
He de aclarar que los dos últimos títulos salieron también, en una primera edición, como números de la revista "Batarro" y fueron impresos en Grafiper, de Málaga.
El entusiasmo era mayor que los medios económicos y la infraestructura de que disponíamos, por lo que los esfuerzos realizados en todas y cada una de las publicaciones mencionadas resultaban considerables. No obstante, nos sentimos orgullosos de la labor realizada. A otros toca el juzgar si mereció la pena.
Copio aquí uno de los poemas extraído de El sol de las ánimas (1995), del poeta granadino Antonio Enrique:
23. MILIQUINIENTAS.
Decía mi madre: Miliquinientas, marqués
de Camerines y un día voy a dar el batacazo
(refiriéndose al desorden de mi habitación).
De ella me quedó el humor, el cinismo
que no es fuego contra el fuego,
sino hielo contra el fuego,
y cierta ofuscación que me viene de repente.
Mi madre en realidad era una acuarela:
en ella había tantos colores
que parecía estar debajo de un tilo
de aquellos cuya alergia sufrió cada junio.
Mi madre olía a plaza Bib-Rambla
y tenía las pestañas largas
de tanto mirar el agua por las acequias.
Mi madre en realidad lo que fue es una caracola:
tan blanca, ensimismada y de nácar profundo
que bastaba mirarla para oír su rumor.
Mi madre me llevaba a la Alhambra y yo no encontraba
diferencia entre los bosques y sus párpados,
entre sus manos y aquellos jardines.
Ella sabía que lo de escribir
era por su sangre alucinada: Así es
que desde los colores, olores y rumores
de su alma, me sigue siendo, me sigue estando,
y poblando siempre. Siempre.
Antonio Enrique.
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