Fernando
de Villena (Granada, 1956) es autor de quince obras de narrativa, a las
que habríamos de añadir una no menos extensa, si no más amplia, nómina de
títulos de poesía por los que es considerado, en opinión de muchos, como uno de los escritores de mayor
talento y fecundidad entre los de su generación. Algunos reconocimientos
significativos así lo han venido expresando en estos últimos años, tal y como
el premio de la crítica andaluza, concedido por la Asociación de Escritores y
Críticos de nuestra comunidad autónoma, con motivo de la publicación de su
novela El testigo de los tiempos
(2008).

A nadie se oculta que es autor de formación
clásica, sin que ello suponga menoscabo alguno a su valía ni en su definición
como escritor. Nuestros clásicos de los siglos de oro están en la base de su
formación, no cabe duda, pero todo hombre de letras sabe que ha de labrar su
propio estilo a partir de la herencia que ha recibido. Y no sólo los clásicos
(Cervantes, Lope, Quevedo…) sino también los novelistas del siglo XIX, como
Galdós, o los de finales de este siglo que se adentraron en el siguiente, como
los del novecentismo o la generación del 98 (Gabriel Miró, Azorín, Baroja…), los hispanoamericanos y hasta los de otras lenguas ajenas a la nuestra.
Aún osando entrar en terreno tan resbaladizo y complejo, he de admitir que el
caudal de sus lecturas y de sus influencias resulta tan amplio como difícil de
sintetizar. No obstante, también me he referido en oportunidades anteriores a
la capacidad mimética, camaleónica si se me permite, de este escritor
granadino; o si así se quiere, a su capacidad de asimilación de otras obras y
autores sobre los que ha ido construyendo un estilo singular y propio, tan personal como atrayente.
Prueba de todo lo anteriormente expuesto es
su última entrega: Historietas de Bernardo Ambroz (2011), que publica la
editorial granadina Port-Royal, al cuidado del excelente editor Ángel Moyano,
quien viene prestando un inestimable servicio a las letras granadinas y andaluzas
en general a través de una amplia, dilatada y magnífica trayectoria editorial; la cual
hemos de esperar que sea reconocida con toda justicia en un día no lejano, tal
y como merece una labor digna de toda consideración. La proverbial agilidad narrativa de Fernando
de Villena queda, de nuevo, puesta de relieve en este libro amenísimo de tan
feliz lectura. Obra chispeante, irónica y crítica a la par, soberbiamente
ambientada en muy acertadas descripciones que regresan al lector a la Andalucía
de los años 60, a la España del Seat 600 que comenzaba a despertar del
letargo de la posguerra, la de la supervivencia a costa del trabajo y el
sacrificio personales, aquella que empezaba a mirar el futuro con otros ojos tras
décadas de escasez y penurias.

El contrapunto del personaje principal resulta ser Juanito, quien une
a su juventud y a su inexperiencia un tinte realista, pues es joven más pendiente de guardar las horas de la comida y de satisfacer sus deseos que
de cualquier otra responsabilidad. Mientras Bernardo se muestra interesado por disfrutar en sus ratos de ocio del urbanismo, la riqueza artística de las poblaciones que se ve
obligado a visitar y de la literatura, los intereses de
Juanito van por otros caminos bastante diferentes. Bien es cierto que se trata
de generaciones distintas las que ambos representan, pero en su caracterización radica, a mi juicio, uno de los logros más significativos de la novela por ese
contrapunto que ofrecen al lector (inevitable resulta evocar aquí el aliento
cervantino). Fernando de Villena crea, de este modo y
quizás sin proponérselo intencionadamente, una pareja de personajes
que bien podrían proporcionarle mucho juego en futuras aventuras narrativas.
Cada capítulo narra una historia completa y
como tal puede considerarse que, aun en la incuestionable unidad de la obra,
tiene autonomía temática; con lo cual, la lectura del libro podría ofrecerse de forma aleatoria hasta cierto punto, pues el lector bien pudiera elegir a su
gusto el capítulo por el que comenzar la lectura, sin menoscabo alguno de la cohesión y la
coherencia textuales. En resumen, estas Historietas
de Bernardo Ambroz devienen en una obra nunca exenta de costumbrismo y crítica social, pero sin duda harán disfrutar al lector por su agilidad y viveza
narrativas, entre otros valores de no menor interés.
José Antonio SÁEZ.
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