domingo, 14 de septiembre de 2025

EXALTACIÓN DE LA CRUZ

 



Necesitaron escaleras para subir a la Cruz e iniciar el descendimiento. José de Arimatea y Nicodemo, dos hombres piadosos y compasivos, desprendieron los clavos de sus manos, mientras a sus pies lloraban desconsoladas las Santas Mujeres: su Madre, la hermana de su Madre, María la de Cleofás y María Magdalena. No lejos de allí, el Discípulo Amado, Juan: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu Madre”.

La Cruz es el símbolo por antonomasia que ha identificado a los seguidores de Jesucristo a lo largo de los siglos, como en menor medida puedan haberlo sido los panes y los peces. Mas, resulta un signo trascendente mediante el cual se nos muestra lo que ha de ser la travesía de los seres humanos por este mundo y que comprende sacrificio, dolor, resistencia, esfuerzo, incomprensión, ignorancia de los otros… pero también representa el supremo acto de amor: “Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos”; y también de solidaridad, de compasión, de perdón: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. La Cruz nos enseña que, si el grano trigo o de mostaza no cae a tierra y se pudre, no puede dar el ciento por uno o convertirse en un gran árbol cuyas ramas vengan a dar sombra en el bochorno y la fatiga a los caminantes, hallen refugio los pájaros y construyan sus nidos al albur de los días de primavera en que se abren a la luz del sol, resucitando a la vida toda. La Cruz no tiene sentido, sino porque tras ella ha de venir la resurrección y la vida, como dijo el Maestro. He aquí, pues, la suprema paradoja: ésa de que hayan de ser necesarios el propio sacrificio y la propia inmolación para alcanzar el Bien Máximo.

Yo miro a la Cruz y veo el rostro inclinado del Cristo con los brazos abiertos y los pies cruzados, sangrantes por las heridas de los clavos, y tras él veo los rostros del africano que cruza el Estrecho de Gibraltar o el océano Atlántico, arriesgando su vida o perdiéndola definitivamente en la sepultura de las frías aguas insondables. Y veo a los “espaldas mojadas” de distintos países latinoamericanos que cruzan el río Bravo, frontera de Méjico con los Estados Unidos, para ser deportados después de su captura. Veo al niño sin pies en la franja de Gaza, a la niña sin brazos, al pequeño hambriento de vientre hinchado de cualquier país de África, al país invadido y borrado del mapa, a los garimpeiros o buscadores de oro en la Amazonía, que trabajan en condiciones de semi esclavitud, a los que buscan afanosamente los diamantes de la codicia en las minas del Congo por salarios de miseria, a los enfermos incurables, a los presos, a las mujeres maltratadas, a los ancianos en soledad y abandono, a los discapacitados y a las madres que parieron con dolor el fruto de su vientre y lo contemplan con lágrimas en los ojos, al joven soldado que da la vida por defender a su patria en una guerra que no entiende y así en la larga letanía de los exiliados, de los desterrados, de los desposeídos de un reino que bien pudiera ser de este mundo, de los maltratados por la fortuna, la insolidaridad y la injusticia en demasiados lugares del planeta. Toda esta caravana del dolor está colgada de la Cruz del Cristo yacente y ella nos marca el camino a los demás. Yo no veo al alzado en la Cruz como a un Cristo triunfante, que es el resucitado, sí como a un Cristo íntimo y revelador e, igualmente, como al credo más firme y la promesa más sólida de esperanza para los que son ungidos en el bautismo con el óleo sagrado que, con los dedos, marca el signo de la Cruz sobre la frente y en el pecho.

   La cruz, nuestra cruz, la cruz de todos, ha de llevarse personalmente de forma inevitable; pero he aquí que una cruz también requiere la solidaridad de un cirineo que ayude a llevarla cuando su peso es atroz. El mismo Cristo lo necesitó, como recibió igualmente el consuelo del ángel que lo reconfortó en su oración del Huerto. Así nosotros recibimos fortaleza, consuelo y esperanza para llevar la nuestra, auxiliados por una fuerza interior inexplicable o por nuestros semejantes, ya sean profesionales o no, que están llamados a socorrernos en esa Vía Dolorosa por donde ha de transcurrir nuestro Camino del Calvario. Feliz quien ayuda a otro a llevar su cruz.

 

                                                     José Antonio Sáez Fernández.



martes, 2 de septiembre de 2025

POEMA DE ALMERÍA

 



 

Hermosa tierra mía, tantas veces dormida,         

¡cómo no habría de amar tu refugio                    

hasta envolver tu cuerpo en un sudario              

y con la blanca espuma que corona                     

las olas abrazando tu cintura                         

en un batir constante de vainicas!                        

En tus playas de doradas arenas                         

donde van a morir los hipocampos,                     

entre límpidas aguas relinchando;                         

mi cuerpo, nudo, baño y me sumerjo                     

en la fría corriente que me arrastra                       

hasta un fondo de corales marinos.                          

Me has de partir el alma en mil pedazos 

y no sabré vivir si no es pisando 

en rojo tu sangre coagulada,

donde glaucas pupilas de jinetes oscuros 

vienen a coronar la cresta de las dunas

o el fino polvo de oro que deslumbra 

la cegadora luz del mediodía.

¿A qué dios menor oran las pitas implorando 

el perdón del águila que devora 

el firmamento donde arde el esparto?           

Minas que son bostezos de la tierra sedienta 

como bocas famélicas masticando la plata,  

el mineral de yeso, el alumbre y el plomo,

el hierro con que tañer las espuelas

o bebiendo la ciega luz del día

en cálices forjados con oro de las minas;

traslúcidos racimos en uvas apiñados 

que mima el Andarax y, por Ohanes,

alivian mi boca con el azúcar 

del anhelado néctar que es delicia; 

labios de dátiles que en las palmeras 

maduraréis bajo el sol del desierto; 

naranjas que, entre azahares, ceñís 

las plateadas sienes de la novia,  

cuyos sueños de amores se columpian  

en el azul turquesa de las aguas: 

acudid en favor del almeriense 

inerme, aquel que su rostro protege 

bajo el ala del pájaro que se mira en sus ojos

y al raso vuela en el erial cercano. 

 

                             José Antonio Sáez Fernández





jueves, 21 de agosto de 2025

DOBLE O NADA.


 


Allí donde el camino se bifurca, tienes varias opciones: o ser un inadaptado con criterio propio y negarte a aceptar el sistema imperante, denunciando los atentados que se cometan por parte de quienes detentan el poder y lo salvaguardan, sabiendo que caerás en desgracia y no podrás librarte de su acoso o marginación; o bien adaptarte a sistema, asumirlo y comulgar con ruedas de molino, contribuir a su perpetuación, aun sabiendo que eres un ser domesticado y adocenado, que ha renunciado a su individualidad y a su dignidad en aras de un mayor bienestar físico y material; si bien sometido al arbitrio de quienes disponen de su recompensa y la otorgan tras comprobar tu fidelidad; lo cual no deja de ser una pseudo esclavitud o al menos un cierto servilismo militante. Si deseas hacer uso del pensamiento crítico, pues te consideras apto para ejercerlo, aceptarás que la verdad es molesta siempre y desagrada a quien no puede vivir si no es en la mentira y la inmundicia. 




La humanidad, pobre de ella, no puede vivir en la verdad y prefiere sobrevivir en las cloacas del fingimiento y la hipocresía. Vivir abiertamente en la verdad haría la vida insoportable, por lo que resulta más cómodo engañarse a sí mismo y contribuir a que los demás vean al rey vestido cuando solo hay una mirada infantil, bendita inocencia, que se atreve a decir que el rey está desnudo. El hombre libre, resulta tan molesto, que es él mismo quien decide apartarse de la sociedad y de sus semejantes, pues no tolera la miseria y la podredumbre humanas. Le aguarda la soledad y el cultivo del conocimiento, así como la vida retirada y modesta. 




Mira que si no sigues las consignas que se dictan desde arriba no podrás progresar ni labrarte un futuro medianamente brillante. Mira que si pones en tela de juicio esas consignas y te atreves a contradecirlas estás acabado. Te lo advierto. Sé dócil. Sé sumiso. Lo tuyo no es pensar. Solo obedecer y contribuir a la causa.

 

                                         José Antonio Sáez Fernández.



viernes, 15 de agosto de 2025

EL CIRINEO.

 



Tú que vienes hacia mí renqueando, zigzagueando, vacilante por la acera, con los pies arrastrando y te conozco, pues eres mi semejante, mi hermano, mi otro yo cansado, perseguido, atormentado, aleccionado por la vida y tus semejantes. Eres la vasija rota, el puzle descompuesto al que le faltan piezas o le sobran, esas que no encajan en este mundo cruel y sin sentido. Te he tomado de más arriba del codo porque ibas a desplomarte, dando bandazos, despojado de los clavos, y te has rendido al soldado que te alanceaba o a ese otro que te dio hiel mezclada con vinagre cuando tenías sed. Y ahora vienes a mí surgido de la arena y pronuncias las palabras proféticas: ”Abba, Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

He tenido que salir al medio de la calle y parar el tráfico para pedir que se te socorra o al menos que alguien me ayude a socorrerte, porque eres el pájaro abatido, el aliento que escapa de la boca del moribundo, la cometa que cae inerte a tierra. Y los conductores no han hecho otra cosa que hacer sonar el claxon y llamarme loco, demente, desquiciado… ¡qué sé yo!, dando virajes con el volante, haciendo eses, rozando a otros autos más brillantes y costosos que deambulan por la ciudad luciéndose. Acaso nadie había notado nada en tu semblante o que las fuerzas te fallaban y te ibas a dar de bruces contra las losas de la acera o caer directamente sobre el asfalto, pobre cristo roto, carne doliente y supurante, pura llaga abierta que mana sangre y agua. 




Eres el de la quimioterapia o el aquejado de esclerosis múltiple, el desahuciado por los médicos y el que no espera nada, el trasplantado de corazón que vive cada minuto, cada segundo con la esperanza de vivir el siguiente. Y eres el diagnosticado de esquizofrenia que a diario debe levantarse, tiene que alzarse sobre la ruina de su mente alucinada para empezar de nuevo, para emprender la huida hacia sí mismo, pues no encuentra salida. Eres el rechazado, el marginado y el amordazado que no tiene quien le escuche y yo estoy pidiendo auxilio por ti y para ti, para que alguno de entre los hombres se compadezca, descienda hasta ti y te ayude a llevar tu cruz, ah misericordioso. Yo, el cirineo.

 

                                                       José Antonio Sáez Fernández.




domingo, 10 de agosto de 2025

NEGAR LA TRASCENDENCIA

 



Por mucho que la niegues, no podrás escapar de ella. Por mucho que tu razón se obstine en rechazarla, no lo conseguirás. Tú que pretendes ir más allá de las entrañas y el vómito humano, no lo lograrás, porque te obcecas e insistes en ir al centro de la condición humana y si desciendes hasta el foso de tu infierno te encontrarás con ella. Es la trascendencia, el sentido último de nuestra existencia, la última puerta que se abre ante los hijos del barro, emparentados con las otras fieras con las que compartimos tiempo y espacio. 




Esa dimensión espiritual está ahí, aunque no la tocas ni te dejas caer en ella, te topas contra su realidad invisible y caes de bruces desde el caballo cegado por su incuestionable presencia. No importa que la niegues tres veces o treinta y tres veces: serás vencido por su contundencia y tu intuición, tu sexto sentido te avisará cuando se presente ante ti, buceador en la conciencia, topillo ciego de galerías insondables, lombriz crepuscular de la tierra mojada, termita husmeadora que rumias la esencia de los maderos de tu propia cruz. 




Caerás de bruces contra su evidencia, tú el orgulloso, el soberbio, el que no sabe ni ha aprendido nada, el que se obstina y obceca en lo innegable, el que no ha aprendido hablar la lengua de su estirpe ni la entiende, el que no sabe hablar ni se hace inteligible para sus estupefactos y atónitos semejantes. La más pobre y desvalida de todas las criaturas que se mueven bajo el sol y bebe de las aguas de los ríos sorbiéndola de las cuencas de sus manos, el que come de los frutos de la tierra y, en la noche, cae rendido por el sueño, vencido por el cansancio. El que ama sin atrapar el alma del otro o de la otra y siendo uno, es un extraño para sí y sus semejantes. El transeúnte, el que va de paso, la especie nómada e itinerante.

 

                                                    José Antonio Sáez Fernández.





jueves, 24 de julio de 2025

EL QUE FLUYE

 




Si somos el que va de paso, entonces lo nuestro no es tomar posesión y ocupar sitio. La transitoriedad y el fluir nos definen. Si tomas algo con tu mano, úsalo y devuélvelo a su lugar. Sigue tu camino, pues eres el viandante, el cuerpo in itinere y quien se desplaza, ya que todo está en movimiento y girando continuamente, cambiando su lugar en el espacio. Tú no tiene meta ni destino: tu meta y tu destino son las estrellas bajo el cielo iluminado de la noche oscura. Es la connivencia con los cuerpos celestes lo que te da forma y sentido, mota de polvo interestelar, lágrima que se asoma a los agujeros negros. ¿Qué hacer, entonces, con el amor, si en soledad surcas las galaxias, cada una con su sol y ellas girando en torno a él, atraídas por una fuerza gravitacional que las convoca? ¿Qué sentido encontrar al sinsentido, a la paradoja que lo envuelve todo? Tu mente no está conformada para entender ni tu boca para explicar, sino para morder la fruta y degustarla; tus labios para saciar la sed y tu semilla para plantar el árbol que ilumina el firmamento. Estás ahí, contemplando la bóveda celeste y vas a caer a tierra, envuelto en una marea flotante. Dime si con tus brazos poderosos y con la fuerza de un dios has intentado lanzar los meteoritos para que surquen como ráfagas luminosas el dosel del cielo en la noche cernida sobre tu corazón en llamas. Guarda silencio y cierra los ojos: eres el candil y la tea que alumbra los caminos interestelares, las vías por donde transitan los agonizantes con el rostro cubierto por sus pudores y vergüenzas. Y eres quien navega y se deja llevar por las corrientes del vacío que surcan los mares intergalácticos, porque has de saber que existen y están dentro de ti. Eres el cosmos y estás engalanado de estrellas, de objetos luminosos para servir a otros como tú. Y eres el polvo brillante que se desliza por la pendiente del cosmos. Buen viaje.

 

                                                                José Antonio Sáez Fernández.

 


lunes, 14 de julio de 2025

ENCUENTROS Y DESENCUENTROS

 

"La romería de San Isidro" (F. de Goya)


Porque tenemos que ir aprendiendo a hablar de nuevo y a poner un nombre a las cosas para poder referirnos a ellas y para que tú y yo, que no nos entendemos, podamos comenzar a aclararnos; aceptemos que una vez que llamemos a las cosas por su nombre, sin trampas ni juegos de trileros, podemos iniciar el diálogo, que no ha de ser de sordos, sino de gentes que buscan el acuerdo con su asentimiento, y el bien común en mutua convivencia. Si llegamos al acuerdo de llamar al pan, pan y al vino, vino; no digas entonces que pan es piedra y que vino, agua, porque juegas con las cartas marcadas y buscas la confusión, sino mi aturdimiento y mi fatiga en la comunicación que no está siendo tal. Pongámonos de acuerdo en lo básico, que es llamar a las cosas por su nombre para, a partir de ahí, comenzar a dar los pasos que nos lleven a construir puentes entre tu orilla y mi orilla. Los desacuerdos no se resuelven a base de desencuentros y agresiones, con desconfianza y deslealtad. 


(F. de Goya y Lucientes)


Si en verdad traes voluntad de acuerdo, llamemos a las cosas por su nombre. No me hagas comulgar con piedras de molino. Mi mente está despejada, abierta a los valles poblados de frutales y a las cordilleras nevadas en invierno, no la obstruyas desde tu babel confusa. Dialogar y argumentar es propio de criaturas evolucionadas, como nosotros nos preciamos de serlo. Pero no llegaremos a un acuerdo si uno de los dos no está dispuesto a ello y pretende sacar tajada sobre el otro e imponerse sobre él con su cerrazón y su mente obtusa. Si chocamos nuestras manos, si las apretamos, no traiciones el pacto a que hemos llegado con tanto esfuerzo.

 

                                        José Antonio Sáez Fernández.