Soy el mudo. El que no
habla y se revela a ti, que eres el insignificante, el que repta hacia mí como la
lombriz de tierra que sale ondulante del barro. Soy el que no tiene rostro y el
que no tiene forma y, sin embargo, es. El no visible a los ojos y el que se
transparenta en el corazón. Soy, en verdad, el corazón que arde, la casa en
llamas crepitando chispas de luz y amor, el rescoldo y las ascuas. Soy el
Amor que se reparte como el pan sobre las manos que, solícitas,
lo apremian. Soy el que sacia y te alimenta sin tomar bocado y el que se hace
bocado para saciarte, el océano que se condensa en la gota que eres tú y la
cima del conocimiento: el saber que está en ti y está en tu mente, la ciencia
infusa a que no alcanza este “entender no entendiendo”.
En la simiente del amor
se engendró el universo y en un espasmo de luz proyectada sobre la
oscuridad. ¿Acaso no cuentas las estrellas que hay en el firmamento y no
sientes su temblor que parpadea en las noches consteladas, lanzándote señales que hieren tu alma como saetas difuminadas? Soy el que alinea las montañas,
perfila las sierras y las cordilleras, erige las mesetas, da forma a los
alcores y pule los roquedos, quien peina la cresta de las olas y las deja
morir dócilmente sobre la arena de la playa. Aquel que sopla en la tormenta y
desata la fuerza del huracán, la lluvia que cae para regar los campos y hace crecer la hierba. Estoy en cada árbol, en cada rama, en cada hoja que mueve el
viento. Soy la tierra que pisas y el aire que respiras, el agua que bebes y te
sacia, el fruto del que te alimentas y los pasos certeros que te conducen sin
que tropieces.
Soy el gran ojo que te ve y los ojos del niño que te miran, la
mano temblorosa del inseguro y la respiración ajetreada del agonizante, la historia repetida del anciano al que escuchas con gesto amable y
aprobatorio, las palabras que reconfortan y la sonrisa que alivia las lágrimas del
infortunio. Yo soy para ti y tú eres para mí. Soy el Amor que se disipa como la
niebla entre los árboles del bosque y soy las cenizas del difunto que se
esparcen sobre el valle en donde los ojos vieran, deslumbrados, aquella luz
primera que fue perfilando los objetos hasta fijarlos para siempre en tu alma. Ve que soy el sol de media noche y la aurora que declina al rayar el alba, las rosas que se abren al calor de los rayos de amor en que me prodigo y las rosas que se ofrecen a la muchacha que las recibe con ese febril gozo que la hace palidecer por la dicha de su corazón enamorado. Soy la brisa que mueve las hojas y el viento que esparce las semillas, la mano que las expande sobre el surco de la tierra oreada y fértil, la lluvia que cae sobre ellas para pudrirlas y fermentarlas, los árboles que germinan y se alargan buscando la bienhechora luz del sol, por cuyo tronco asciende vigorosa la savia, llenándolos de vida. Porque yo soy la vida en que se resuelve la esencia del amor que me constituye.
José Antonio Sáez Fernández.
Wow que hermosas palabras, y te lo digo yo, una arrogante de las palabras, aveces nos olvidamos del significado y del PORQUE buscarlo,del porque es necesario, tener y sentir amor.con palabras como las tuyas es cuando, dé la monotonía surge una luz,una esperanza de claridad en cuanto al pensamiento humano ,ese escapé para buscar y valorar los sentimientos que nos invaden a lo largo de nuestras vidas.
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