martes, 6 de noviembre de 2018

DÍA DE DIFUNTOS.



(Anto Carte: La Piedad)


   ¿Dónde estáis ahora aquellos que fuisteis puntos de referencia en mi vida y dónde la edad aquella? ¿Dónde vuestra presencia y vuestro abrigo, vuestro calor y el espacio que llenabais? ¿A qué esta orfandad y este desapacible frío que me hiela las manos? No vivimos, no, sino que sobrevivimos a la hecatombe de vuestra marcha, pues nos forjasteis a imagen y semejanza vuestra. Y nos convertimos en náufragos que, arrastrados por las olas, no avistan sino las arenas de la playa a donde fuimos confinados tras vuestra desaparición. 
   Somos, pues, los supervivientes, que no otra cosa; los que se sienten extraños en un lugar que ya vosotros no habitáis y, quienes aquí quedamos, no acertamos a habitarlo sin vosotros. Somos también, y sin acaso, los deshabitados. Resulta cruel privar a alguien de aquellos a quienes amó y dejarlo vivir con su desgarro como si nada hubiera ocurrido. Porque nos convertimos en seres escindidos, cortados por su mitad y, ya en la avanzadilla de la existencia, a la espera de nuestro inevitable final. 
   La vida se convierte así en una antesala de lo que siempre supimos que habría de llegar. El vacío que dejasteis resulta imposible de recomponer: aquí los perdidos, los rotos, los desposeídos. Estamos abocados al desasosiego en esta infinita necesidad de abrazaros, de besaros, de sentiros al lado, de escuchar vuestras voces, sentados tan cerca como siempre estuvimos. No hay día ni noche, ni instante ni hora en que no os convoque con amor y temblor en las manos, mis amados difuntos que me marcáis el camino en donde, a no tardar, habremos de encontrarnos.


                                                                   José Antonio Sáez Fernández.


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