viernes, 18 de mayo de 2018

TRATADO DE ESTUPEFACCIÓN.








Antonio Enrique
La palabra muda
Bilbao, Ediciones El Gallo de Oro, 2018, 60 pp.



El escritor Antonio Enrique (Granada, 1953) nos sorprende nuevamente con un desconcertante poemario, basado en la realidad histórica del holocausto y los campos de exterminio nazis. La palabra muda es un vómito, que no un alumbramiento, pues tal experiencia no puede digerirse. Una larga letanía del horror constituida por veintidós poemas, tantos como letras tiene el alfabeto hebreo y ligados al simbolismo de cada una de ellas, más un epílogo. Después de los campos de exterminio hay un antes y un después en la historia de la humanidad. Nada es ya lo mismo ni podrá serlo nunca, porque ahora si sabemos de qué es capaz esta especie nuestra.
Es el apocalipsis que llama a nuestras puertas, el quinto jinete que cabalga a lomos del horror y de la muerte. Tan brutal es la sacudida emocional de su lectura, que tarda ésta en aposentarse en el cerebro y ni siquiera lo consigue. Por eso "la palabra muda" no puede definirse, porque es el horror en grado sumo, la crueldad y el ensañamiento con premeditación y alevosía; aquello que va más allá de la bestia en su descenso a los infiernos. ¿Qué ser es éste que nos constituye y qué éste de que estamos hechos? La bestia desatada, liberada, la rueda puesta en marcha resulta demoledora en su exterminio. La Humanidad nunca podrá digerir esta experiencia que estará siempre ahí, ante nuestros ojos, para infamia y degradación nuestra. 
   Una sensación de desvalimiento y desamparo aflige al lector conmovido por semejante realidad histórica, frente al horror que refleja este La palabra muda, porque ante él no puede haber otra cosa que no sea estupefacción y vómito, o pérdida del sentido ante el sinsentido. Un horror, en fin, que paraliza. Dios nos libre del hombre y de su capacidad destructora, de su crueldad y de su ensañamiento con sus semejantes. Y ello a pesar de que, finalmente, se recurre a la esperanza que la posibilidad del amor depara.   





Antonio Enrique ha escrito un libro de significación universal. Obras así no pueden escribirse sin quedar uno mismo sobrecogido por lo que ha sido capaz de generar sin salir seriamente perturbado. Probablemente suceda, como así apunta el autor, en la esclarecedora “Nota a la Edición”, que ha sido conducido o llevado a ella. ¿Quién no ha tenido o sentido con frecuencia presentimientos nefastos respecto a lo que aguarda a esta humanidad tan desoladamente extraviada? La palabra muda es como un estertor de muerte, el último escalofrío sobrecogedor lleno de simbolismo, como en el caso de la cebra, trasunto de las ropas de los presidiarios, la ceniza que hace pesado el aire por los crematorios, la sopa de verduras carente de alimento, los pájaros que sobrevuelan los campos de exterminio, trasunto de la libertad y su carencia; el ojo del cíclope que es el gran foco de los vigilantes, el anonimato y la numeración de los presos, etc. Por estos versos campan situaciones de insoportable o insufrible dolor, la desesperación y la ausencia total de condiciones higiénicas, el nulo valor de la vida humana o el sometimiento a los verdugos. Ardua temática que, en principio, pudiera parecer poco proclive a un libro de poemas como el presente. Sólo el amor pone el contrapunto al horror. Y en él radica la única propuesta de esperanza y de futuro para la especie humana, cuya crueldad y violencia ha dado sobradas muestras a través de la historia y, especialmente, a través de la experiencia del holocausto.
            


                                                                    José Antonio Sáez Fernández.




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