El
escritor onubense Manuel Moya (Fuenteheridos, Huelva, 1960) viene dando pruebas
de su maestría en el cultivo del relato y del
microrrelato con obras como La
sombra del caimán (2008), Caza mayor
(2014) y Ningún Espejo (2015), las
cuales le han hecho merecedor del premio de la crítica andaluza y, en dos
ocasiones, ha sido finalista del premio Setenil al mejor libro de relatos
publicado en España. Su presencia en prestigiosas antologías es notable; así en
Mar de pirañas, ed. de Fernando Valls,
en Ed. Menoscuarto; o Antología del
microrrelato español (1906-2011), ed. Irene Andrés-Suárez, en Cátedra. Moya
es además autor de cuatro novelas, traductor (especialmente de Pessoa) y muy
reputado poeta.
Con La
Deuda Griega (2016), publicado por Ediciones El Rodeo, el escritor de
Fuenteheridos realiza una importante aportación a su ya más que notable
currículum bibliográfico en torno al subgénero narrativo del relato y del
microrrelato, pues de ambos tipos de textos se entremezclan en el mencionado volumen, con un total de setenta y tres. Con título de tan reconocible actualidad política y económica el
escritor quiere dejar constancia que, para él, la deuda griega es la que tiene
contraída la cultura occidental con la Grecia clásica, gracias a la cual nos
reconocemos e identificamos. Así queda puesto de relieve en la nota preliminar
que nos introduce a los textos que se integran en el presente volumen. Haciendo
uso de sus mitos literarios, con versiones y contraversiones de los mismos,
volviéndoles del derecho y del revés, Manuel Moya ha conseguido un libro
unitario en su temática y sugerente siempre en el uso del lenguaje; dos
características que, a mi juicio, definen a un escritor generacional de fuste;
a saber: el tratamiento novedoso de los temas y el uso peculiar del lenguaje,
su especificidad, actualidad y vigencia. Ambas características se dan
sobradamente en la obra de Manuel Moya, cuyo talento queda puesto de relieve en
ésta como en otras obras salidas de su pluma. En el escritor de Fuenteheridos
destaca en forma sorprendente la frescura y lozanía, la vitalidad con que hace
uso de un lenguaje tan actual y vivo para regenerar los mitos antiguos; su
visión de los mismos para recuperarlos y dotarlos de plena vigencia. Su
tratamiento singularísimo del lenguaje, que no repara en acudir a giros y expresiones
coloquiales para transmutarlos y darles categoría literaria con usos y
asociaciones sorprendentes que encandilan al lector, hacen de él un escritor
muy sugerente y de la lectura de su libro una gratísima experiencia intelectual
y artística. Temas y personajes como los del Minotauro y el laberinto de Creta,
Sísifo, Ulises, Penélope, Heráclito, Sócrates, Zenón, Héctor y Aquiles,
Narciso, etc., junto a términos, versiones y revisiones, como digo, que añaden
chispa y sustancia, ingenio y matices a lo expresado de van desglosando en el
volumen con la ligereza y amenidad que el lector tanto agradece devorando con
fruición sus páginas.
Si a todo esto unimos el profundo humanismo, la
solidaridad y el compromiso que destilan sus relatos tendremos en Manuel Moya a
un escritor vinculado con el momento histórico y la sociedad que le ha tocado
en suerte, pero cuyo compromiso es fundamente con el hombre de ahora y de
siempre. Rupturista a menudo y provocador otras veces, sus guiños culturalistas
son muy frecuentes y buscan la complicidad del lector. Manuel Moya es, en fin,
escritor de muy variados registros narrativos y domina con maestría cuantas
técnicas pone a su disposición el género.
Por
todo ello, y como ya viene siendo habitual, los lectores y críticos avezados no
han de quitar la vista de la trayectoria seguida por este autor de fuste, cuyo
talento es, a mi parecer, innegable.
José
Antonio Sáez Fernández.
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