Eres un círculo de fuego, el círculo de fuego que se expande y que gira, la gran circunferencia rotunda y redonda que ha de girar indefinidamente. Eres la bola de fuego que asciende ante los ojos absortos que fijan el aire y los oídos que permanecen atentos a esa voz melodiosa, la que
canta y seduce. Eres esa otra voz que de lo hondo surge y, en surgiendo, ha de forjarse
en la garganta, adquirir allí su timbre de oro. Escucha el martillo que golpea en el
yunque de la fragua tronante y advierte cómo se forja el hierro, cómo se torna moldeable y cómo el humo se desplaza en el liviano aire levitando, alzándose incorpóreo, cuan la
materia se esfuma y desvanece. Eres uno con Él y el universo te convoca a su acordada música. No escuchas sino acordes y eres quien se desmaya y cayó en la desmesura, oh afortunado… Empuña la batuta y sal a
cabalgar, jinete sobre rocín escuálido, señor de los espacios infinitos: dura
es la piedra que hiere la frente pulida de quien no ha dormido y ha de perpetuarse en el insomnio. Danza y vuelve a girar, pues eres el trompo y los planetas que giran alrededor del un sol incandescente. Tu alma es el cristal del aire y tú, la pura transparencia. Alimenta a los pájaros que te prestan sus alas, ya que en liviandad tu ingravidez resuelves.
José Antonio Sáez Fernández.
No hay comentarios:
Publicar un comentario