Bajo
la constelación del realismo mágico, “El año del armadillo” es
un libro que integran textos de prosa poética y en verso (estos últimos
intercalados en la segunda parte del poemario). Pudiéramos decir que, en su
inmensa mayoría, son poemas narrativos que suenan como interminables letanías
de una intensidad poco frecuente. El poeta es aquí un vidente, un visionario,
el brujo de la tribu que conjura a su pueblo en la diáspora. Es la suya una voz
telúrica cuya lengua sabe a barro y surge , por tanto, del centro mismo de la
tierra. Una voz que se origina en la memoria común y que es colectiva. Una voz
que se reconoce en otras voces: en Gabriel García Márquez, en Juan Rulfo o en
el mismo César Vallejo, con quien Martín Cálix (Honduras, 1984) toma asiento en su libro.
El año del armadillo” es una extensa crónica
lírica que se reconoce en el aliento de una literatura de tradición oral, La
cual no tiene por qué ser real. Sabemos en qué territorio nos ubica a través del armadillo, el animal que figura en el título, cuya carne sirve de
alimento y cuyo armazón se destina, entre otras cosas, para la realización de
un instrumento musical específico como es el charango: se trata del continente
americano (Centroamérica y Sudamérica, principalmente) y es la voz que
compendia todas las voces, todas las frustraciones, los anhelos, esperanzas y
desesperanzas de este continente. Una voz que se resuelve en imágenes de muy
bella factura, en alumbramientos líricos que sorprenden e impresionan por su
poder evocador, por su capacidad de sugerir en cuanto expresan. Y de aquí, el
recurso a lo mágico como una inmensa fuerza transmutadora de la realidad para
hacerla lírica, estilizándola para crear belleza sin necesidad de ennoblecerla
porque, aun en la pobreza y la desolación, la dignidad es siempre la más noble
aspiración humana. Como la del salmista, o la del corro de los ancianos
invidentes sentados alrededor del fuego que se dispone a contar historias, es
la voz que escuchamos a través del poeta y en los textos de “El año del
armadillo”. El vuelo de la imaginación individual está en comunión perfecta con
la imaginación colectiva. En algunos de los textos de la primera parte hay una
destinataria, un tú al que se alude a través del vocativo “querida”. En esta
crónica lírica se produce la evocación de un pasado al que se regresa desde un
presente de lírica desolación. Se trata, sin duda, de un éxodo comunitario que
se llevó también a “ella” y no dejó tras de sí sino páramos deshabitados.
El
poeta aquí es el tejedor, quien tiene la facilidad para hilvanar el discurso
como si se tratara de un extenso manto donde figuran impresos los
acontecimientos relevantes de una diáspora de proporciones bíblicas que quedó
grabada en el inconsciente colectivo y es, por tanto, diestro en tejer los
hilos de esta crónica del ensombrecimiento llamada “El año del armadillo”. Es
la suya la voz de un cronista o de un salmista, un augur, un escriba mágico, un
druida o del brujo de la tribu. La
voz del poeta, que se alza en el declive de una civilización y de un mundo en
descomposición y desmoronamiento, clama contra lo que entiende como un suicidio
colectivo en el gran cataclismo que se intuye tal una seria amenaza en el
final de un tiempo sin tiempo. Hay sin duda un aliento bíblico de enorme fuerza
en este éxodo que se hace lírica crónica de la devastación.
En
la segunda parte, el destinatario poético se dulcifica a través del vocativo
“pequeña”, la que se ha ido, y sobre cuyos pasos vuelve el poeta en su búsqueda
a través de un mundo onírico en ocasiones pleno de imágenes surrealistas. Las
anáforas, los paralelismos y otras figuras de repetición suenan machaconamente
en nuestros oídos, tanto como para ser retenidas como huellas impresas a fuego
en nuestro inconsciente. Y ello para enlazar con esas ancianas a las que invoca
el poeta, a las que conjura como a brujas destinatarias de la memoria
colectiva, en la resistencia y ante una cruel devastación bélica, debido a la
cual nos sitúa en un territorio devorado por un escenario casi apocalíptico. Esa “vieja”, que se convierte en
interlocutora y destinataria de sus textos, es también la abuela del poeta, la
“madre de mi padre”, como él mismo dice en la segunda parte del libro, ante
cuya tumba evoca sus continuos y persistentes rezos. Por ello, el libro
constituye un homenaje a todas las mujeres hispanoamericanas, luchadoras
tenaces, forjadoras y sostenedoras de unas sociedades en lucha titánica por la
supervivencia: novias, esposas, madres, hijas y abuelas.
“El
año del armadillo” es un poemario de deshabitados y para deshabitados, para
errantes e hijos de la diáspora, para nosotros mismos. Un libro cuyos textos
debieran leerse siempre en voz alta, pues pareciera que bajo esa concepción
fueron escritos, inmersos en una antiquísima tradición literaria que nos llega quizá de Homero. Siempre nos quedarán mensajes para descodificar en este hermoso
poemario de Martín Cálix pero, como él mismo dice en uno de sus textos que
parafraseo: “puede que se nos haya roto el alfabeto”.
Martín Cálix: El año del armadillo, Valladolid, Difácil, 2016 (XIV Premio Internacional de Poesía Martín García Ramos), 89 pp.
José Antonio
Sáez Fernández.
No hay comentarios:
Publicar un comentario